POSEEMOS UN ESPÍRITU
DE PODER, DE AMOR Y DE CORDURA
En 2 Timoteo 1:7 se nos dice: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. El espíritu mencionado aquí no es el Espíritu Santo, sino nuestro espíritu humano. Dios nos ha dado un espíritu de tres aspectos: de poder, de amor y de cordura. ¿Por qué en este versículo se mencionan tres aspectos, y no dos o cuatro? Esto se debe a que el alma que rodea nuestro espíritu tiene tres partes: la mente, la parte emotiva y la voluntad (Pr. 2:10; Sal. 139:14; Lm. 3:20; Cnt. 1:7a; 2 S. 5:8; Sal. 86:4; Job 6:7; 7:15; 1 Cr. 22:19a). Estas tres partes tienen que relacionarse con nuestro espíritu de manera apropiada. El espíritu de poder guarda relación con la voluntad. Nuestra voluntad tiene que ser subyugada por el espíritu y sujetarse al espíritu. Un espíritu de poder es el espíritu que corresponde a una voluntad subyugada y sumisa. Si nuestra voluntad es independiente del espíritu, puede ser terca y dura, pero no es fuerte de la manera apropiada. A veces decimos que cierta persona tiene una voluntad fuerte. En realidad, puede que estemos usando la palabra equivocada. La voluntad de esa persona puede que sea dura y terca, pero no es una voluntad fuerte en el buen sentido de la palabra, a menos que sea una voluntad subyugada por el espíritu y sumisa a dicho espíritu. Tal voluntad llega a ser una voluntad poderosa bajo el control del espíritu. Un mártir posee una voluntad fuerte, pues cuando llega el momento de morir como mártir, su voluntad está completamente sujeta a su espíritu. Cuando nuestra voluntad ha sido subyugada por nuestro espíritu y está sujeta a él, ella se vuelve fuerte, y nuestro espíritu llega a ser un espíritu de poder.
Con frecuencia en las reuniones de la iglesia manifestamos un espíritu débil debido a que nuestra voluntad es demasiado independiente del Señor, ella todavía no ha sido subyugada por el Señor ni está sujeta a Él. Una voluntad independiente hace que nuestro espíritu sea debilitado. Cuanto más sumisa y obediente sea nuestra voluntad, más fuertes y poderosos seremos en nuestro espíritu. Siempre que nos rebelamos contra el Señor, nuestro espíritu es debilitado e, incluso, está como muerto; pero cuando somos sumisos y obedientes al Señor, nuestro espíritu se eleva y llega a ser poderoso. Un espíritu de poder es el que corresponde al espíritu de una voluntad que ha sido subyugada y es sumisa.
También necesitamos de un espíritu de amor. Es posible tener una voluntad subyugada por nuestro espíritu y sumisa al mismo, pero aun así, ser fríos o indiferentes en nuestras emociones. Tal vez tengamos la tendencia a ser fríos o indiferentes para con otros, condenándolos y considerándolos rebeldes. Esto indica que estamos desequilibrados y desproporcionados. Nuestro espíritu no solamente debe ser un espíritu de poder, sino también un espíritu de amor. Consideren al Señor Jesús. Mientras Él estuvo en la tierra, Su voluntad estaba sujeta al Padre y le obedecía en todo; por lo cual Su espíritu era fuerte. No obstante, Su espíritu también estaba lleno de amor. Él tenía un espíritu fuerte, el cual no solamente era un espíritu de poder, sino también un espíritu de amor. Al enfrentarse a Satanás, el maligno, Su espíritu era fuerte, pero al relacionarse con los pecadores, Su espíritu estaba lleno de amor y compasión. Éste es el equilibrio apropiado. Necesitamos amor, para que éste equilibre el poder. El amor guarda relación con nuestra parte emotiva, así que no solamente necesitamos ser personas sumisas, sino también “sensibles”. Si no sabemos reír o llorar, tampoco sabremos ser espirituales. No es correcto que un hermano jamás ría y siempre tenga el rostro severo, sin tener una expresión cálida. Necesitamos un espíritu de amor para equilibrar nuestro espíritu de poder.
No es tan fácil ser una persona equilibrada. Es posible que nos demos cuenta de nuestra necesidad de ser equilibrados, pero nos convirtamos en personas demasiado sensibles; entonces será necesario que nuevamente seamos equilibrados. No debemos amar a las personas neciamente. El amor podría cegarnos y hacer que nos conduzcamos de manera insensata. Por tanto, también es menester que tengamos un espíritu de cordura. Tenemos que amar a otros, no de manera insensata, sino de manera apropiada, con una mente clara y sobria. Oseas 7:8 nos dice que Efraín era como una “torta no volteada”. Sería insensato hornear una torta de harina por sólo un lado, sin voltearla. La mejor manera de cocinar algo es volteándolo varias veces. Tenemos que “voltear” nuestro espíritu continuamente a fin de ser debidamente equilibrados. Nuestra voluntad debe ser una voluntad sumisa, debemos ejercitarnos en nuestra parte emotiva a fin de amar a los demás, y nuestra mente tiene que ser una mente sobria, clara y apropiada. A veces los hermanos y las hermanas perjudican a otros mediante el amor insensato y natural que muestran por ellos. Esto se debe a que si bien tienen amor, les hace falta más cordura. Ellos aman con una mente necia, no con una mente sobria. Tenemos que amar a otros de manera sobria, de tal modo que nuestro amor sea de beneficio para ellos; de otro modo, ellos podrían sufrir daño e incluso recibir muerte por medio de nuestro amor.
Ejercitar nuestro espíritu de tal manera que Dios sea manifestado en nosotros requiere que tengamos un espíritu que cuenta con una voluntad sumisa, una parte emotiva afectuosa, y una mente sensata, sobria, clara y apropiada. A fin de ejercitar nuestro espíritu, es indispensable que todas estas partes internas de nuestro ser estén debidamente equilibradas. Así pues, ejercitar nuestro espíritu para que Dios pueda ser manifestado en nosotros no consiste simplemente en orar. Además es indispensable que seamos equilibrados en nuestra voluntad, nuestra parte emotiva y en nuestra mente. Si nuestra voluntad, nuestra parte emotiva y nuestra mente no están debidamente equilibradas, nos será imposible ejercitarnos con un espíritu apropiado.
Dios requiere que nos ejercitemos para la piedad, la cual es simplemente Dios manifestado en nosotros. Como vimos, Dios es Cristo, quien está en nuestro espíritu. Por tanto, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. Este espíritu tiene que ser un espíritu de poder, de amor y de cordura. Nuestro espíritu se halla rodeado de nuestra voluntad, nuestra parte emotiva y nuestra mente; si estas tres partes de nuestro ser no han sido debidamente equilibradas y no son apropiadas, nos será imposible tener un espíritu apropiado. No debiéramos pensar que ejercitar nuestro espíritu consiste nada más en acudir al Señor o en ir a las reuniones para orar. Ciertamente necesitamos orar, pero también es imprescindible que nuestras partes internas sean equilibradas, es decir, las partes que conforman nuestra alma: la voluntad, la parte emotiva y la mente. Tenemos que examinarnos para determinar si nuestra voluntad es una voluntad sumisa o es obstinada, y si ella es flexible o inflexible. Asimismo, si somos demasiado fríos en nuestra parte emotiva, necesitamos ser equilibrados en este aspecto, y es necesario que nuestra mente sea una mente iluminada, sobria y clara.
(
Ejercicio de nuestro espíritu, El, capítulo 1, por Witness Lee)