TENER UNA CONCIENCIA QUE SEA BUENA Y PURA
En 1 Timoteo 1:5 se nos dice: “El propósito de esta orden es el amor nacido de un corazón puro, una buena conciencia y una fe no fingida”. A fin de ejercitar nuestro espíritu, es imprescindible que tengamos amor, un corazón puro, una buena conciencia y una fe no fingida. Si carecemos de alguna de estas cosas, no podremos ejercitar nuestro espíritu apropiadamente. Una vez más, esto quiere decir que para ejercitar nuestro espíritu es necesario que tomemos medidas en cuanto a todas las partes de nuestro ser interior. El versículo 19 dice: “Manteniendo la fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos”. Si no mantenemos una buena conciencia, esto hará que seamos como un barco que ha naufragado. La conciencia es la parte principal de nuestro espíritu (Ro. 8:16; cfr. 9:1). Si nuestra conciencia está mal, nos será imposible tener un espíritu apropiado; en lugar de tener un espíritu ejercitado, nuestro espíritu estará muerto.
En 1 Timoteo 3:9 se nos dice: “Que guarden el misterio de la fe con una conciencia pura”, y 2 Timoteo 1:3 comienza diciendo: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis antepasados con una conciencia pura”. Para ejercitar nuestro espíritu es imprescindible que tengamos no solamente una buena conciencia, sino también una conciencia pura. Podríamos ilustrar la diferencia que existe entre una buena conciencia y una conciencia pura de la siguiente manera. Si hacemos algo erróneo ante Dios y ante los hombres, tendremos una conciencia perversa, una conciencia con una ofensa y condenación. Después de aplicar la sangre del Señor para ser limpios de aquella ofensa que cometimos, tendremos una conciencia limpia, libre de toda ofensa y condenación. Esto es tener una buena conciencia. Sin embargo, es posible que todavía no estemos por completo en pro de Dios y de Su voluntad. Aquello que buscamos puede ser algo muy bueno y no ser pecaminoso, pero todavía es algo aparte de Dios mismo. Tal mixtura es indicio de que no tenemos un corazón puro a fin de buscar únicamente a Dios mismo. Si nuestro corazón no es un corazón puro y sencillo, entonces nuestra conciencia tampoco será una conciencia pura. Aquello que nuestro corazón anhela determina la condición en la que se encuentra nuestra conciencia. Si únicamente tenemos una buena conciencia, pero ésta no es una conciencia pura, entonces no podremos servir a Dios adecuadamente. Para poder servir a Dios, necesitamos una conciencia que sea tanto buena como pura, una conciencia que es producto de un corazón que busca únicamente a Dios.
Es posible que un hermano no solamente desee consagrarse a Dios, sino también a la obra del evangelio. Su corazón está dividido entre estas dos cosas. Debido a que a él le importa más la obra del evangelio que el propio Señor, el evangelio se ha convertido para él en un sustituto del Señor tanto en su vida como en su obra. Esto ciertamente es algo para el Señor, pero no es el Señor mismo. Si este hermano hiciera algo pecaminoso, tendría una conciencia perversa, pero debido a que él cree que la obra del evangelio es algo bueno, su conciencia no le condena. Por tanto, él tiene una buena conciencia, mas no una conciencia pura. Cuando tomamos medidas con respecto a nuestro corazón a fin de que éste sea un corazón puro y sencillo, nuestro corazón hace que nuestra conciencia también sea una conciencia simple, sencilla y pura. Entonces tenemos una conciencia pura delante de Dios. Esta clase de conciencia pura nos condenará si nos importa más una obra que el propio Señor.
(Ejercicio de nuestro espíritu, El, capítulo 1, por Witness Lee)