I. AL ESCOGERNOS DIOS
Dios nos escogió antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin mancha” (v. 4). ¿Cómo podemos ser santos? ¿Podríamos serlo siguiendo las llamadas enseñanzas de santidad en cuanto a la vestimenta, maquillaje y cortes de pelo? ¡Claro que no! La santidad es la naturaleza de Dios, y ser santos consiste en que la naturaleza divina se forje en nosotros. Si no tenemos la naturaleza de Dios, es imposible ser santos. Para ser santos, necesitamos ser saturados con la naturaleza santa de Dios.
Ser santo supone algo más que una separación. Algunos maestros cristianos dicen que ser santo equivale a estar separado; se oponen al concepto de que la santidad es una perfección impecable. Se valen de las palabras del Señor Jesús, que dijo que el oro es santificado por el templo (Mt. 23:17), para sostener que la santificación es simplemente una separación, y no una vida sin pecado. Esto es correcto. Sin embargo, sólo abarca un aspecto de la santificación, el que tiene que ver con nuestra posición, mas no el aspecto de ser santificado en nuestra manera de ser, según se revela en Romanos 6. Cuando Dios se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser, y nosotros somos saturados de El, nuestra manera de ser es santificada. De este modo llegamos a ser santos. Al final, la Nueva Jerusalén será una ciudad santa, no sólo separada de todo lo común, sino también completamente saturada de Dios. Esto es lo que significa ser santo. El hecho de que Dios el Padre nos haya escogido para ser santos indica que El desea entrar en nuestro ser y saturarlo con Su naturaleza santa. Si Su naturaleza no se forja en nosotros, no podemos ser santos.
(Estudio-vida de Efesios, capítulo 19, por Witness Lee)