DEBEMOS CRUCIFICAR NUESTRA CARNE
CON SUS PASIONES Y CONCUPISCENCIAS
AL TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO
A NUESTRO CUERPO DE PECADO
El hombre es un ser tripartito: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). Conforme al hecho que consta en la Biblia, aunque Dios ha condenado al hombre pecaminoso y Satanás ha corrompido al hombre, en Su economía, Dios ha marcado un límite alrededor de nuestro espíritu de tal modo que Satanás no pueda entrar en nuestro espíritu. Satanás puede corromper nuestro cuerpo y nuestra alma, pero Dios ha limitado la corrupción de Satanás a estas dos partes de nuestro ser y se ha reservado nuestro espíritu para Sí mismo. Cuando Dios entra en nosotros, Él entra en nuestro espíritu. Satanás intervino para corromper nuestra alma y nuestro cuerpo. En el huerto de Edén la serpiente corrompió a Eva y Adán (Gn. 3:1-7). Primero la serpiente corrompió el alma, es decir, la mente de ellos; luego, por ellos haber tomado del fruto del árbol del conocimiento, su cuerpo fue corrompido. El pecado fue introducido así en el cuerpo, haciendo que el cuerpo fuese carne, lleno de concupiscencias y pasiones. Sin embargo, Dios preservó el espíritu. Por tanto, todavía cabe la posibilidad de que nos arrepintamos. El arrepentimiento se origina en una parte del espíritu, es decir, en la conciencia. La mejor manera de predicar el evangelio consiste en despertar la conciencia de las personas para que comprendan que son pecaminosas ante Dios. Al comprender esto, ellos pueden arrepentirse. El arrepentimiento se origina en nuestra conciencia, y la conciencia es parte de nuestro espíritu. Debido a la existencia de la conciencia en el espíritu del hombre, los filósofos chinos dijeron que dentro de los seres humanos existe una parte que ellos llamaron “la virtud resplandeciente”. Conforme a su lógica, ellos descubrieron que en el hombre caído existe una parte reservada para el uso de Dios.
El Señor Jesús nos dijo que tenemos que llevar la cruz a fin de tomar medidas con respecto a nuestra alma, nuestro yo (Mt. 16:24-26; Lc. 9:23-25). Luego Pablo dijo que él estaba crucificado juntamente con Cristo (Gá. 2:20a). Nadie puede crucificarse a sí mismo. Para ser crucificado uno necesita la ayuda de otros. Es posible que una persona se suicide de muchas maneras, pero nadie puede suicidarse por medio de la crucifixión, porque nadie puede crucificarse a sí mismo. Con todo, Gálatas 5:24 dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Aunque no podemos crucificarnos a nosotros mismos, sí podemos crucificar nuestra carne, nuestro cuerpo caído, con sus pasiones y concupiscencias. Esto es lo que significa tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo de pecado. En Romanos 6:6 Pablo escribió: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado [o, desempleado, sin trabajo, inactivo]”. Luego, en Gálatas 5:24 Pablo dijo que debemos crucificar nuestra carne. Esto corresponde con Romanos 8:13, donde dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Si por el Espíritu que mora en nosotros hacemos morir los hábitos de nuestro cuerpo caído, no solamente viviremos, sino que también la vida divina será infundida en nuestro cuerpo mortal (v. 11). Ésta es la victoria sobre el pecado. Nuestra victoria sobre el pecado no consiste en que triunfemos sobre el pecado, sino en que permanezcamos bajo la cruz. A lo largo de todo el día, mediante nuestro espíritu regenerado y con la ayuda del Espíritu que mora en nosotros, necesitamos aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra carne y a sus pasiones y concupiscencias.
Lo que Pablo dijo en Gálatas 5:24 denota que dentro de nuestra carne caída, la cual es el cuerpo de pecado, existen dos categorías de cosas. La primera categoría está formada por nuestros deseos o pasiones. La segunda categoría está formada por nuestras concupiscencias, es decir, nuestros deseos malignos que resultan en malas acciones. Primero, tenemos nuestros deseos; luego, estos deseos nos hacen caer en concupiscencias. Por tanto, las concupiscencias son peor que los deseos o las pasiones. Tenemos que crucificar estas dos categorías de cosas en nuestra carne caída. Primero, tenemos que crucificar nuestros deseos carnales; luego, tenemos que crucificar las maldades que nacen de nuestra carne, es decir, nuestras concupiscencias.
En los Evangelios, Mateo 16:24 nos dice que tenemos que llevar la cruz; esto es, tenemos que mantener la muerte de Cristo sobre nosotros, sobre nuestra alma, continuamente. Luego las Epístolas nos dicen que tenemos que crucificar siempre nuestros deseos carnales y concupiscencias al tener nuestro espíritu ejercitado junto con el Espíritu Santo, el Espíritu que mora en nosotros, el cual es de gran ayuda. Gálatas 5:16 y 25 nos dicen que andemos por el Espíritu y que vivamos por el Espíritu. Luego debemos crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias, lo cual significa que debemos hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo. Debido a que todavía somos caídos, no podemos hacer esto por nosotros mismos; tenemos que hacerlo mediante el Espíritu que mora en nosotros. Hay otra persona que mora en nosotros. El Dios consumado vive en nosotros como el Espíritu, y nosotros tenemos un órgano, nuestro espíritu, el cual fue preservado por Dios y en el cual Dios mora. Por ende, no debemos permanecer en nuestra carne. Más bien, debemos volvernos de nuestra carne a nuestro espíritu. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu; entonces el Espíritu que mora en nosotros nos ayudará a que todo el tiempo apliquemos la muerte de Cristo a nuestra carne y a nuestras pasiones carnales y nuestras concupiscencias carnales. De esta manera mataremos todos los medios, todos los órganos, del pecado. El pecado se quedará sin trabajo, y nosotros seremos libres del pecado. Así que, estas dos cosas, tomar medidas con respecto a nuestra alma y tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo carnal, se realizan por medio de la cruz. A fin de tomar medidas con respecto a nuestra alma, debemos llevar la muerte de Cristo, sin permitirle a nuestro yo que viva. Siempre debemos recordarle a nuestro yo que el bautisterio es una tumba en la cual fue sepultado y en el cual debe permanecer. Esto equivale a poner la cruz sobre nosotros y a llevar la cruz. Además, es necesario que todos los días ejercitemos nuestro espíritu con la ayuda del Espíritu que mora en nosotros a fin de hacer morir cada parte de nuestra carne. Entonces nuestra alma y nuestro cuerpo pecaminoso serán aniquilados. Ésta es la manera de vivir una vida cristiana victoriosa y en esto consiste la vida cristiana.
Si ponemos estas dos cosas en práctica, sin lugar a dudas, estaremos en resurrección, y en resurrección disfrutaremos a Dios mismo como el Espíritu consumado, quien es el Cristo pneumático como la corporificación del Dios Triuno procesado. Esto es la economía de Dios.
(
Vida cristiana, La, capítulo 13, por Witness Lee)