LA SEGUNDA PRUEBA:
ORA POR LA CASA DE ABIMELEC
Abraham pasó la primera prueba. El asunto de haber engendrado a Ismael con su fuerza carnal había pasado. Desde el punto de vista humano, él ya había cumplido todos los requisitos, y ya era el momento de que naciera Isaac. Pero antes de completarse lo descrito en el capítulo diecisiete, se acercaba otro incidente, y fue probado una segunda vez en cuanto a su hijo.
Génesis 20:1 dice: “De allí partió Abraham a la tierra del Neguev, y acampó entre Cades y Shur, y habitó como forastero en Gerar”. Abraham cometió el mismo error que había cometido en Egipto cuando dijo que Sara era su hermana. Después de ser reprendido por Faraón en Egipto, Dios lo trajo de regreso. Pero en el capítulo veinte fue a Abimelec rey de Gerar y cometió el mismo error. Es difícil entender cómo pudo caer tan bajo después de haber alcanzado la cumbre de la comunión en el capítulo dieciocho. El capítulo veinte narra algo que no se menciona en el capítulo doce. Abimelec reprendió a Abraham, diciendo: “¿Qué nos has hecho? ... ¿Qué pensabas, para que hicieses esto?” (vs. 9-10). Abraham respondió: “Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer. Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer. Y cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: Esta es la merced que tú harás conmigo, que en todos los lugares adonde lleguemos, digas de mí: Mi hermano es” (vs. 11-13). De manera, que la raíz de este problema no estaba en Egipto, sino en Mesopotamia. Por lo tanto, cuando fue a Gerar, volvió a ocurrir lo mismo.
Dios operó en Abraham a fin de mostrarle que ni él ni Sara podían separarse. En Mesopotamia, Abraham pensó que él y Sara podían separarse, y que en caso de peligro, la pareja podía convertirse en hermanos. Abraham estaba firme en el terreno de la fe, y Sara en el terreno de la gracia. El hombre aporta la fe, y Dios aporta la gracia. La fe y la gracia nunca se pueden separar; deben permanecer juntas. Si se elimina la gracia, no hay fe ni se produce el pueblo de Dios, y por ende, Cristo no puede nacer. Pero Abraham pensó que se podía separar de Sara. La raíz fue plantada en Mesopotamia y se manifestó en Egipto. Ahora se manifestaba de nuevo. Dios estaba arrancando la raíz que había sido plantada en Mesopotamia. Si no se hubiera resuelto este asunto, Isaac no habría podido nacer. Para que el pueblo de Dios mantenga Su testimonio, se necesitan tanto la fe como la gracia. No es suficiente tener fe solamente ni gracia solamente. Dios le mostró a Abraham que no podía sacrificar a Sara ni separarse de ella.
“Jehová había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham” (v. 18). Cuando Abimelec le devolvió a Abraham su mujer, “Abraham oró a Dios; y Dios sanó a Abimelec y a su mujer, y a sus siervas, y tuvieron hijos” (v. 17). Después de este incidente, Sara engendró a Isaac en el capítulo veintiuno. Esto es asombroso.
Las mujeres de la casa de Abimelec no pudieron tener hijos. ¿Por qué pudieron volver a tener hijos y Dios las sanó cuando Abraham oró? El pudo orar por esta necesidad en otros, aun cuando su propia esposa nunca había dado a luz un hijo. ¿Cómo podía él orar por las mujeres de la casa de Abimelec? Ciertamente, esta era una situación difícil. Pero en este asunto, la raíz que Abraham había plantado en Mesopotamia fue desenterrada por Dios. Abraham comprendió que la fecundidad de su esposa dependía totalmente de Dios. Probablemente mientras oraba por la casa de Abimelec, no tenía ninguna confianza en sí mismo; su confianza estaba en Dios. Ahora Abraham estaba completamente libre de sí mismo. No tenía hijo, y aún así, pudo orar para que otros los tuvieran. Su carne verdaderamente había sido quebrantada.
Esta fue la segunda prueba que pasó Abraham en cuanto a su hijo. Este vez, él aprendió la lección de que Dios es el Padre. Aunque ni su esposa ni las mujeres de la casa de Abimelec podían tener hijos, Abraham oró por las mujeres de la casa de Abimelec. Lo hizo porque sabía que Dios es el Padre. Comprendió que el poder viene de Dios y no de sí mismo. Si Dios quiere hacer algo, puede hacerlo; pues nada es imposible para El. Abraham tuvo que pagar un precio al orar por las mujeres de la casa de Abimelec. El precio era él mismo. El oró por aquello que él deseaba para sí. Dios le estaba pidiendo que orara por algo que no había tenido en toda su vida. Dios lo estaba tocando en este asunto. En consecuencia, al orar por las mujeres de la casa de Abimelec, cesaron todas las actividades de su yo. Sólo una persona que no pensaba en sí misma y se olvidaba de sí, podía orar por las mujeres de la casa de Abimelec en aquel día. Gracias al Señor que Dios llevó a Abraham al punto donde podía quitar la mirada de sí mismo. El pudo hacer esto porque conocía a Dios como el Padre.
Necesitamos recordar que el nombre Padre significa dos cosas. Dios es nuestro Padre, y Su relación con los creyentes es una relación de Padre a hijo; esto es muy íntimo. Esto es algo que muchos cristianos comprenden en el momento de su regeneración. Pero hay una lección más que tenemos que aprender. Dios es el Padre en la Trinidad; todo procede de El. Este es el significado de Dios el Padre. El es el Padre de todas las cosas. Este es el otro significado de Dios el Padre. Abraham aprendió esta lección. Si pudo orar por las mujeres de la casa de Abimelec, no fue porque él tuviera muchos hijos en su casa, sino porque vio que Dios era el Padre. Al engendrar a Ismael, Abraham aprendió a conocer a Dios como padre. En el incidente de Abimelec, Abraham aprende la misma lección una vez más. Por consiguiente, después de esto, Dios cumplió Su promesa y le dio a Isaac.
(
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El, capítulo 5, por Watchman Nee)