UN JACOB QUE MANTIENE SU POSICION
Jacob descendió a Egipto, vio a José y se estableció en la tierra de Gosén. Luego José lo presentó delante de Faraón. Génesis 47:7 dice: “También José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón: y Jacob bendijo a Faraón”. ¡Qué escena tan hermosa! Aunque Jacob era el padre del gobernador, desde el punto de vista humano, su posición era inferior a la de Faraón. Además, él estaba ahí como un exiliado, como uno que huía del hambre. El vino a la tierra de Faraón esperando recibir de él alimento y sustento. ¡Cuánto tenía que depender de Faraón! Si hubiera sido el Jacob de antes, ¿qué hubiera hecho al encontrarse con él? Al encontrarse con su hermano Esaú, humildemente lo llamó “mi señor” y se refirió a sí mismo como “tu siervo”. Al presentarse ante el rey de Egipto, ¿no debió haber sido más adulador para con Faraón? Pero el caso fue totalmente diferente. Al entrar a la presencia de Faraón, lo bendijo. Hebreos 7:7 dice: “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Jacob no se sentía como un refugiado, como un hombre que huía del hambre. El rango alto y elevado de Faraón no lo deslumbró. Aunque Egipto era el país más poderoso en aquel tiempo y Faraón era su rey y también el protector de Jacob, éste no perdió su porte en su presencia. Aunque para el mundo, el rango de Faraón era elevado, Jacob sabía que dicha posición no tenía nada de elevado espiritualmente. Por consiguiente, Jacob pudo bendecir a Faraón; mantuvo su posición espiritual. “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:8-9). Las palabras de Jacob fueron muy personales: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres”. El conocía su propia condición. No se sentía grande ni poderoso en absoluto. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (v. 10). Antes de salir volvió a bendecir a Faraón. Al leer esto lo único que podemos decir es que Jacob era una persona amable.
Jacob era competidor, egoísta y codicioso por naturaleza. Ahora en Egipto, al bendecir a Faraón y al tener a un hijo suyo como gobernador, Jacob tenía una buena oportunidad para recibir reconocimiento tanto de Faraón como de su hijo. Pero no se interesó en eso. Así como el Jacob anciano se había retraído a un plano secundario en la tierra de Canaán, así se mantuvo al margen en Egipto. Durante aquellos años, Jacob sencillamente se retiró del primer plano. Si hubiera sido el Jacob de antes, no sabemos qué habría hecho con semejante oportunidad. Anteriormente buscaba soluciones aun cuando no las había. Cuando se encontró con Labán, una persona codiciosa, pudo encontrar maneras de sonsacarle algo. Aquellos días ya habían pasado. Jacob había dejado de ser Jacob y se había convertido en Israel.
Debemos leer la historia de los últimos años de Jacob a la luz de la condición de sus primeros años. En sus primeros años él era una persona activa y astuta. Pero en sus últimos años no hablaba ni actuaba mucho. El era el Israel que se había relegado al segundo plano. Este es el resultado de la obra de Dios. Muchas veces, la obra más grande de Dios consiste en hacer que dejemos de actuar, hablar y sugerir ideas. Dios había cumplido Su obra en Jacob. Consecuentemente, vemos a un Jacob que no dice nada ni hace nada, y que ha sido despojado de todo.
(Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El, capítulo 11, por Watchman Nee)