DEBEMOS SER UNO EN EL ALMA
Este libro presta mucha atención al alma de los creyentes. Nosotros tenemos que combatir unánimes junto con la fe del evangelio (1:27); tenemos que estar unidos en el alma, teniendo el mismo pensamiento (2:2); y tenemos que ser del mismo ánimo, sinceramente interesados por lo que es de Cristo Jesús (2:20-21). En la obra del evangelio, en la comunión entre los creyentes y en el avance de los intereses del Señor, nuestra alma siempre es causa de problemas. Por eso, ésta tiene que ser transformada, especialmente en la parte principal y más fuerte, la mente (Ro. 12:2), a fin de que podamos ser unánimes, estar unidos en el alma y tener el mismo ánimo en la vida del Cuerpo.
El punto crucial de la epístola de Filipenses es experimentar a Cristo, y el secreto para experimentarlo es que seamos uno en el alma, es decir, de una sola alma. Esta epístola muestra que no podemos avanzar en la experiencia que tenemos de Cristo si no somos uno en el alma. Si solamente somos uno en el espíritu, pero no estamos unidos en el alma, no podremos avanzar en dicha experiencia.
Estar en el alma y ser de una sola alma son dos cosas muy diferentes. El secreto para experimentar a Cristo consiste en que seamos uno en el alma, y que no estemos en el alma. Los que causan disensiones están completamente en su alma, y por eso les resulta imposible ser unánimes con los demás creyentes. Asimismo, los que ejercitan mucho su mente, su parte emotiva y voluntad, no son uno en el alma. Si hemos de experimentar a Cristo, debemos ser unánimes, es decir, tener el mismo ánimo. Cuando pasamos mucho tiempo en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, es posible que nos comportemos de forma muy individualista. Pero si ejercitamos nuestro espíritu buscando ser uno en el alma, nuestra mente se volverá más sobria, nuestra parte emotiva será controlada y nuestra voluntad será corregida. Sólo así podremos ser unánimes con los demás santos.
La expresión “tener el mismo ánimo” es una expresión muy extraordinaria, pues aparece una sola vez en toda la Biblia. En otra versión, la misma palabra griega es traducida “de un mismo pensamiento”, ya que la mente es la parte principal del alma. El contexto nos muestra que tener el mismo ánimo significa primordialmente tener el mismo pensamiento. La epístola de Filipenses habla mucho acerca de la mente. Al inicio del capítulo dos, Pablo nos exhorta a tener el mismo pensamiento y este único pensamiento. Por lo tanto, podemos deducir que tener el mismo ánimo equivale a tener el mismo pensamiento.
En otras traducciones de la Biblia, se han cometido graves errores en la traducción de esta misma palabra griega. Por ejemplo, en una de ellas se tradujo “ser de un mismo espíritu”. ¡Cuán lamentable es esto! De hecho, esto es alterar la Palabra santa. Tales traductores desconocen que hay una diferencia crucial entre el espíritu y el alma. En lugar de usar en 2:2 la expresión “unidos en el alma”, se han desviado al punto de emplear la expresión “unidos en espíritu”.
En el pasado recalcamos que si hemos de experimentar a Cristo, debemos conocer nuestro espíritu humano, puesto que es el único lugar donde podemos experimentarle. Pero ahora, es necesario que avancemos y veamos que también debemos ser uno en el alma. Experimentar a Cristo en nuestro espíritu tiene como fin fortalecer nuestra experiencia individual y personal. Sin embargo, nuestra experiencia personal de Cristo debe despertar en nosotros una preocupación por la iglesia. Si la experiencia que tenemos de Cristo redunda en una genuina preocupación por la iglesia y por los santos, será imposible que seamos individualistas. En lugar de ello, estaremos conscientes de que debemos actuar corporativamente. Comprenderemos que si deseamos cuidar de la iglesia, debemos ser uno con los demás. De otra forma, cuanto más preocupación sintamos por la iglesia, más problemas causaremos. Por ejemplo, supongamos que cierto hermano disfruta a Cristo en su espíritu y que, como resultado de ello, siente preocupación por la iglesia. Luego, supongamos que otro hermano también disfruta a Cristo en su espíritu, pero su preocupación por la iglesia es distinta. Las distintas preocupaciones que tienen estos dos hermanos serán una fuente de problemas. La única manera en que podemos ser uno en nuestra preocupación por la iglesia, es que seamos de un mismo ánimo, es decir, que estemos unidos en el alma.
Permítame darles un ejemplo de los problemas que pueden surgir cuando los ancianos de una iglesia local no son de una sola alma. Hace más de cuarenta años, tuve que ir a una iglesia local de China para tratar de limar las asperezas que había entre los cinco ancianos. Puedo decir que todos ellos amaban al Señor de corazón. Además, todos eran muy inteligentes y francos, y experimentaban al Señor en su espíritu. Sin embargo, diferían en su preocupación por la iglesia, y como resultado, cada vez que se reunían, terminaban discutiendo. Sus discusiones no eran sobre cosas mundanas, sino sobre los asuntos de la iglesia. Así que, de vez en cuando me pedían que fuera a ayudarlos a reconciliarse y a resolver sus diferencias. Sin embargo, al poco tiempo volvía a surgir el mismo problema. A pesar de que estos ancianos amaban al Señor y experimentaban a Cristo en su espíritu, no podían ser uno en el alma.
También entre los esposos se presentan problemas porque no son de una sola alma. En cuanto a amar al Señor y experimentarlo, ellos no tienen problemas; ambos experimentan a Cristo en su espíritu. Pero cuando se ponen a hablar de otros asuntos, cada uno tiene su propio punto de vista. Esto quiere decir que no son de una sola alma. Y aunque la esposa reconozca finalmente que su marido es la cabeza, y termine obedeciéndole, interiormente, seguirá en desacuerdo con él. Esto indica que no son de un mismo ánimo.
Cuando los ancianos de una iglesia local descubren que el problema radica en que no son uno en el alma, ¿qué deben hacer? La relación que hay entre ellos no se parece en nada a la de una pareja. ¿Cuál de los ancianos puede ser considerado como la cabeza ante quien los demás deben someterse? Ninguno es la cabeza. Ciertamente, ellos aman al Señor y experimentan a Cristo en su espíritu, pero no son de un mismo ánimo. La falta de unidad es el factor que debilita el liderazgo en las iglesias. Tal vez los ancianos de mayor experiencia se queden callados y no discutan, pero es muy probable que su silencio sea diplomático. De hecho, tal vez no estén dispuestos a ser francos y a expresar lo que hay en su alma. Debido a que los ancianos no son uno en el alma, carecen de la verdadera unidad en cuanto a su preocupación por la iglesia y por los santos. Les resulta fácil ser uno en el espíritu, mas no en el alma.
(
Estudio-vida de Filipenses, capítulo 15, por Witness Lee)