I. EL QUE SANTIFICA
A. El Hijo de Dios encarnado
¿Quién es el que santifica? El Hijo de Dios. En Su condición original, antes de encarnarse, el Hijo de Dios no podía santificarnos. El que santifica hoy no es simplemente el Hijo de Dios, sino el Hijo de Dios encarnado. Si Él nunca se hubiese encarnado, no podría santificarnos. Digo esto con toda certeza. Tal vez hubiera podido santificarnos según nuestro concepto de santificación, pero no hubiera podido santificarnos conforme a la economía de Dios.
B. El Hijo del Hombre: crucificado, resucitado, glorificado y exaltado
Por haberse encarnado, Cristo es el Hijo del Hombre. El Hijo del Hombre no podía santificarnos hasta que fuera crucificado, resucitado, glorificado y exaltado. Éstos son los requisitos que Él debía cumplir para ser Aquel que nos santifica. El Hijo de Dios encarnado tenía que pasar por la experiencia de la muerte y la resurrección, a fin de que Su humanidad pudiera nacer de Dios, y así Él pudiera ser glorificado y exaltado para venir a ser el que santifica.
C. El Hijo primogénito de Dios es engendrado
A fin de venir a ser Aquel que nos santifica, Cristo tenía que ser engendrado como el Hijo primogénito de Dios (1:6). Antes de que Jesucristo fuera resucitado, Dios no tenía un Hijo primogénito; Él sólo tenía al Hijo unigénito. ¿Cuál es la diferencia entre el Hijo primogénito y el Hijo unigénito? Como Hijo unigénito, Cristo no tenía una naturaleza humana, sino solamente la naturaleza divina. Pero al encarnarse, Él se vistió de la naturaleza humana. Los treinta y tres años y medio de Su vida en la tierra fueron un periodo transitorio. Por un lado, Él seguía siendo el Hijo unigénito de Dios y, por otro, Él se había revestido de la naturaleza humana. La naturaleza divina que se hallaba en Él era el Hijo de Dios, pero Su naturaleza humana no lo era. Por lo tanto, durante ese periodo de treinta y tres años y medio, Jesús era alguien muy peculiar. Él tenía la naturaleza divina, la cual era el Hijo de Dios, y a la vez poseía una naturaleza humana, que aún no era Hijo de Dios. Su naturaleza humana no había nacido de Dios. Conforme a Su divinidad, esto es, a Su naturaleza divina, Él era Hijo de Dios. Pero antes de Su resurrección Él poseía algo que no había nacido de Dios: Su naturaleza humana. Por tanto, era necesario que Él pasara por la muerte y la resurrección a fin de que esta parte humana naciera de Dios. Salmos 2:7 nos provee una base sólida para afirmar esto: “Mi Hijo eres Tú; Yo te engendré hoy”. Lo que fue profetizado en Salmos 2:7 se cumplió en el día de la resurrección. Esto lo comprueba Hechos 13:33 donde, refiriéndose a la resurrección de Cristo, se cita este mismo versículo del salmo 2. En Su naturaleza humana Cristo fue engendrado como Hijo de Dios en el día de Su resurrección. Sólo después de esto Él se convirtió en el Hijo primogénito de Dios. Ahora, como el Hijo primogénito, Él tiene tanto la naturaleza divina como la humana. Como el Hijo unigénito de Dios, Él no poseía la naturaleza humana. Mientras vivió en la tierra después de Su encarnación, Él poseía la naturaleza humana; pero durante esos treinta y tres años y medio Su naturaleza humana aún no había nacido de Dios. Fue mediante Su resurrección que la parte humana de Su ser nació de Dios. Por medio de este nacimiento, Él vino a ser el Hijo primogénito de Dios. Mientras que el Hijo unigénito de Dios poseía sólo la naturaleza divina y no la naturaleza humana, hoy en día Jesús, como Hijo primogénito de Dios, posee ambas naturalezas. Esto no es un asunto insignificante; todo lo contrario, es sumamente importante.
Permítanme preguntarles, ¿Son ustedes hijos de Dios? Si responden que sí, entonces ¿qué clase de hijos de Dios son? ¿Son como el Primogénito o como el Unigénito? Ciertamente somos como el Hijo primogénito de Dios porque somos hijos de Dios que tienen tanto la naturaleza divina como la humana. Somos hijos de Dios conforme al Hijo primogénito y no según el Hijo unigénito.
Ahora podemos entender por qué el Hijo unigénito de Dios no podía santificarnos y por qué el Hijo primogénito de Dios sí puede hacerlo. El Hijo primogénito puede santificarnos porque Él, al igual que nosotros, posee dos naturalezas y porque nosotros tenemos las mismas naturalezas que Él tiene. El que nos santifica no es el Hijo unigénito de Dios, sino el Hijo primogénito de Dios, Aquel que posee tanto la naturaleza humana como la divina. Debido a que Él y nosotros tenemos las mismas dos naturalezas, Él puede santificarnos. Sólo cuando el Hijo primogénito fue engendrado, Aquel que santifica pudo asumir Su oficio y llevar a cabo Su obra de santificación. Esto quiere decir que Él tenía que pasar por el proceso de encarnación, crucifixión, resurrección, glorificación y exaltación. Después de haber pasado por este proceso, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. En otras palabras, el Hijo primogénito de Dios fue engendrado. Éste es Aquel que nos santifica. Él ahora cumple los requisitos para ser Aquel que nos santifica, y nosotros también reunimos los requisitos para ser santificados.
El que santifica es Cristo, el Hijo primogénito de Dios, y los que son santificados son los creyentes de Cristo, los muchos hijos de Dios. El Hijo primogénito y los muchos hijos de Dios son nacidos del mismo Dios Padre en resurrección (Hch. 13:33; 1 P. 1:3) y tienen la misma vida y naturaleza divinas. Por lo tanto, Él no se avergüenza de llamarlos hermanos.
(
Estudio-vida de Hebreos, capítulo 11, por Witness Lee)