LA SUMISIÓN ES LA FUNCIÓN DE LA VIDA
Pregunta: Aunque deseamos someternos, no nos es posible hacerlo. ¿Cómo es exactamente que obtenemos el poder para someternos?
Respuesta: Es cierto que muchas veces deseamos someternos al Señor pero no podemos hacerlo. Usted debe comprender que la vida de Dios contiene el elemento de Dios; es decir, el elemento de Dios está presente en la vida de Dios. Más aún, esta vida se transmite a nosotros por medio de Su palabra. La palabra de Dios es la semilla de vida; una vez que ella entra en nosotros, la vida de Dios entra también en nosotros. Por tanto, aquí vemos tres cosas: Dios, la vida y la palabra. El elemento de Dios mismo está presente en Su vida, y esta vida se halla en Su palabra. Cada vez que el Señor nos habla, Su palabra es vida (Jn. 6:63), y en esta vida está Dios mismo. Por consiguiente, siempre que recibimos la palabra de Dios, recibimos la vida de Dios junto con el elemento de Dios.
Así como no tenemos el poder para hacer el bien, tampoco tenemos el poder para someternos. En nosotros mismos somos completamente impotentes. Pero gracias al Señor, tenemos la palabra del Señor. Cuando tenemos el hablar de Dios, en Sus palabras se encuentra el poder que nos lleva a someternos. Por ejemplo, al principio usted no creía en el Señor, pero un día Dios envió a alguien para que le dijera: “Usted necesita arrepentirse”. Una vez que la palabra de Dios es hablada, el Espíritu Santo infunde en usted a Dios, la vida divina y Su palabra, junto con el arrepentimiento, la fe y la oración. Así, al regresar a casa, usted se siente interiormente obligado y constreñido a arrepentirse. El poder para arrepentirse no es el arrepentimiento, sino la vida divina. Luego, al día siguiente, el Señor vuelve a hablarle y le dice: “Debes creer”. Esta palabra lo constriñe en su interior, de modo que usted siente que no puede evitar creer. Como resultado, algo más, la fe, entra en usted. Al día siguiente, usted escucha estas palabras: “Debes orar”. Aunque usted no siente deseos de orar, en su interior una voz le dice que debe orar. Éste es el hablar de Dios.
La palabra de Dios le es transmitida a usted por medio del Espíritu Santo. Esta palabra, este hablar, es como una semilla que el Espíritu Santo planta en usted. En esta semilla se halla la vida y también Dios. Dios está en Su palabra como semilla. Según este mismo principio, cada vez que usted escucha mensajes de la Palabra y se acerca al Señor, escucha que el Espíritu le habla, quizás por medio del ministerio de la palabra hablada, por medio de la Biblia, algún libro espiritual o un sentir interno. Estas palabras que usted escucha en su interior le exigirán hacer algo y al mismo tiempo le suministrarán el poder que necesita para cumplir dicha exigencia.
Hay dos niveles en un mensaje hablado. En el primer nivel los oyentes pueden considerar mentalmente que el mensaje hablado es un fracaso. Sin embargo, en el segundo nivel, es posible que el mensaje haya sido dado con el ejercicio del espíritu y por medio del espíritu. Y mientras el hermano comparte la palabra de esta manera, su espíritu se mueve a fin de que no sólo su voz, sino también su espíritu entre en las personas. Una vez que una palabra hablada con el ejercicio del espíritu entra en un oyente, siempre contendrá el poder que lo capacita para someterse sin ningún esfuerzo propio. Aun cuando una persona sea obstinada, el Señor obrará continuamente para conquistarlo hasta el día en que se someta. En esta sumisión es Dios mismo quien hace que el hombre se someta, y no el hombre quien se somete por su propia cuenta. Ésta es nuestra experiencia espiritual.
Por ejemplo, conozco a muchos hermanos y hermanas jóvenes que eran motivo de mucho orgullo para sus familias cuando ingresaron a la universidad. Pero después que creyeron en Jesús, se sintieron interiormente constreñidos a consagrarse y a abandonar su futuro. Puesto que no querían decepcionar a sus padres, siguieron estudiando y esforzándose. Sin embargo, siguieron experimentando este sentir una y otra vez, persuadiéndolos y urgiéndolos a rendirse al Señor. Después de algún tiempo, se hizo más fuerte al grado en que los subyugó. Este sentir no logró conquistarlos el primer año ni el segundo ni el tercero; de hecho, no fue sino hasta después de que se hubieron graduado de la universidad que finalmente fueron subyugados. Incluso fue después de que obtuvieron un doctorado, que tuvieron que rendirse completamente y sin reservas.
Otro ejemplo, tal vez pueda ser el caso de un mensaje que lo ha subyugado. Tan pronto como escuchó el mensaje, algo empezó a ocurrir en usted, era algo que no desaparecía y que usted no podía rechazar. Éste es el poder de sumisión. Ninguno puede agradar a Dios, así como tampoco nadie puede obedecer la ley de Dios. Sin embargo, damos gracias a Dios porque Él es el Dios viviente. Su vida está en Su palabra, y nosotros la hemos recibido. Podemos usar como ejemplo un florista. Supongamos que el florista tiene un montoncito de semillas pequeñas y feas al lado de unas flores hermosas y esplendorosas. Todo el que mira las flores preguntaría con cierta envidia: “¿Cómo produjo usted esas flores?”. Entonces el florista señalando el montoncito de semillas feas, le dice: “Esas semillas crecen hasta convertirse en estas flores”. Todas las funciones de la vida se encuentran escondidas dentro de la semilla.
Todas las funciones de la vida de Dios se hallan escondidas en la palabra de Dios que entra en nosotros. En nosotros mismos no tenemos ningún poder. Sin embargo, hay poder en Aquel que es vida, y esta vida está en la palabra. Un día esta palabra, que es semejante a esa semilla tosca, redonda y sin una forma definida, nos es ministrada. El hablar de la mayoría de los hermanos que ministran la palabra puede parecernos muy poco refinado, pero lo que importa es si contiene la vida y si es la palabra de la vida de Dios, es decir, la palabra de Dios. Si es la palabra de la vida de Dios, la palabra de vida, aun cuando no nos parezca muy buena, contendrá todas las riquezas de Dios, y un día se desarrollará y crecerá. Ésta es la gracia de nuestra sumisión.
Algunos son subyugados más rápidamente, mientras que otros tienden a ser más lentos. Por esta razón, la palabra de Dios da fruto en algunas personas muy rápidamente, mientras que en otras da fruto más lentamente. Pero no importa si somos personas que responden rápida o lentamente, pues al final la palabra producirá fruto en nosotros. No obstante, en algunos es como si la semilla cayera en un terreno pedregoso en el que nada puede crecer. Esto nos muestra que el poder espiritual no se encuentra en nosotros sino en el Señor mismo y en la palabra del Señor que entra en nosotros. Una vez que escuchamos la palabra del Señor, la función de la vida divina empieza a operar dentro de nosotros.
(
Puente y canal de Dios, El, capítulo 2, por Witness Lee)