PERMITIR QUE LAS COSAS PASEN
A MANOS DE LOS DEMÁS
Ésta es la manera correcta: el primer día que llego aquí a servir, quizás haga el noventa por ciento de las cosas y deje el diez por ciento en las manos de otros. Pero después de un mes, estoy cuidando de sólo sesenta por ciento y el otro treinta por ciento ha pasado a las manos de otros que han venido a servir conmigo. Después de otro mes, quizás sólo cuide del treinta por ciento y un mes más tarde, sólo del cinco por ciento y un poco más tarde, del uno por ciento. El resto de la obra de servicio es realizada por todos los hermanos y hermanas que sirven. Una hermana se encarga del piano, un hermano se encarga de los himnos. Uno se encarga de esto, y el otro de aquello. Para servir al Señor de esta manera tengo que aprender muchas lecciones. Cada uno de nosotros naturalmente pensamos que somos el mejor y nunca permitiríamos que otros hagan lo mismo que nosotros. Pero si aprendemos la lección de coordinar con otros, tenemos que aprender a menospreciarnos a nosotros mismos y a ser restringidos por otros. De otra manera, no podríamos introducir a las personas cada vez más en la edificación.
Había una hermana en China que era muy capaz, educada y experimentada en muchas cosas y amaba mucho al Señor. Sin embargo, cuando entró en el servicio de la iglesia, cuanto más servía, más cosas quedaban en sus manos. Después de dos o tres meses, pareciera que todos los demás habían sido despedidos. Un día los ancianos le preguntaron por qué sólo había dos o tres sirviendo al Señor, cuando hacía unos meses había un buen número. Le preguntaron dónde estaban los demás. Su respuesta fue que ellos no sabían cómo hacer las cosas y que no las hacían bien. Cuanto más servía, más los otros fueron despedidos, despedidos debido a la destreza y capacidad de ella. Nadie podía trabajar tan rápido como ella. Parecía tener la razón en todo, pues era muy capaz. Pero en la realidad espiritual, ella dañó mucho a la iglesia. Ella actuaba independientemente. Más tarde se produjo un cáncer espiritual muy grande con esta hermana.
El cáncer es una parte del cuerpo que se desarrolla demasiado, un grupo de células que se descontrola, que va más allá de su función normal. Necesitamos ser limitados por otros para no ser un cáncer en el Cuerpo de Cristo. Necesitamos ser limitados por otros para ser un miembro que coordina con otros y no una célula fuera de control.
Ésta es la mejor manera de servir al Señor en la iglesia. La primera semana que servimos quizás nos encarguemos del setenta por ciento de las cosas, y los demás del treinta por ciento. La siguiente semana tomamos el sesenta y cinco por ciento, y los demás, treinta y cinco. La tercera semana, quizás tomemos el sesenta, y los demás, cuarenta. Con nosotros, el porcentaje siempre se va reduciendo, y con los demás siempre va aumentando.
Desde otro punto de vista, la primera semana que llegamos a servir, sólo cinco por ciento de los santos sirven con nosotros. Después de una semana, hay un ocho por ciento, luego doce, veinte, y finamente, quizás después de un año, el cien por ciento. El porcentaje del trabajo en nuestras manos siempre se va reduciendo, pero el número de personas sirviendo con usted siempre va aumentando. Después de un año o dos, el servicio estará totalmente fuera de sus manos y cien por ciento en las manos de todos los hermanos y hermanas. El número de los servidores aumentará de unos pocos a más de cien. Ésta es la manera correcta.
Si seguimos este camino, aprenderemos a ser limitados, a ser quebrantados y a someternos a los demás. Si no servimos al Señor con los demás, nunca nos conoceremos a nosotros mismos, pero al servir con otros, será expuesto qué tan “buenos” somos en realidad. En esta clase de servicio existen muchas lecciones que aprender.
(Servir en el espíritu humano, capítulo 8, por Witness Lee)