Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombre, por Witness Lee

EL ALMA ES TRANSFORMADA MEDIANTE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

La obra del Señor en nosotros se lleva a cabo en el principio de la muerte y la resurrección. Antes de nuestra salvación, nuestro espíritu estaba muerto, pero por medio de Su muerte y resurrección, el Señor nos regeneró y vivificó nuestro espíritu. Ahora nuestro espíritu no sólo ha sido vivificado, sino que vive a causa del Espíritu y la vida divina, según ellos y por ellos. En el momento de nuestra regeneración, nuestro espíritu, que estaba muerto, fue vivificado. Sin embargo, nuestra alma y nuestro cuerpo aún permanecieron en su condición caída. Por lo tanto, la obra de la salvación de Dios debe alcanzar nuestra alma y nuestro cuerpo. Es por ello que nuestra alma y nuestro cuerpo necesitan experimentar la muerte del Señor a fin de ser salvos. Muchos pasajes de la Biblia nos hablan de que el alma es llevada a la muerte, como por ejemplo: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre [el alma] fue crucificado juntamente con Él” (Ro. 6:6); “Con Cristo estoy [yo, el alma] juntamente crucificado” (Gá. 2:20), “El que la pierda [la vida de su alma], la conservará” (Lc. 17:33); “El que la pierda [la vida de su alma] por causa de Mí, éste la salvará” (9:24); y “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo [pierda la vida de su alma]” (Mt. 16:24; Mr. 8:34). Estos versículos hablan de la experiencia de la muerte del Señor en nuestra alma.

Además, Juan 12:24 dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. La palabra muere en este versículo equivale a la palabra pierde en los versículos que mencionamos anteriormente. La muerte del grano de trigo es con respecto a la cáscara; y perder el alma se refiere a la muerte del alma. Cuando nuestra alma muere, el Espíritu entonces tiene la oportunidad de operar en nosotros para vivificar nuestra alma transformándola (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). La transformación en Romanos 12 y 2 Corintios 3 no es con respecto a nuestro espíritu, pues nuestro espíritu recibió la vida de Dios en el momento de nuestra salvación. La obra de transformación después de nuestra salvación tiene que ver con la mente, la parte emotiva y la voluntad, es decir, con las tres partes del alma. La transformación de nuestra alma puede efectuarse únicamente mediante la muerte y la resurrección.

A partir de nuestra regeneración hasta cuando seamos arrebatados, debemos pasar por tres etapas. En el momento de nuestra salvación nuestro espíritu fue vivificado; ahora que somos salvos, nuestra alma necesita ser transformada; finalmente, nuestro cuerpo será transfigurado cuando seamos arrebatados. Cada etapa de este proceso de transformación se lleva a cabo conforme al principio de la muerte y la resurrección. Romanos 8:11 dice: “Aquel que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Esto significa que Dios vivificará nuestro cuerpo mortal por el Espíritu de vida que mora en nuestro espíritu. Esto se cumple en nosotros cuando el Espíritu suministra a nuestro cuerpo débil la vida a fin de que seamos fortalecidos para servir a Dios. El cumplimiento final de este versículo tendrá lugar cuando nuestro cuerpo sea transfigurado en el futuro. Aunque nuestro cuerpo un día morirá, será resucitado por la vida divina. La muerte y la resurrección son el principio por el cual Dios opera para salvar nuestra alma. Nuestra alma puede ser librada únicamente por medio de la muerte y la resurrección. Esto también se aplica a nuestro cuerpo.

El principio de la muerte y la resurrección implica la transformación. Después de la muerte y la resurrección nuestra alma no es anulada; más bien, transformada. La transformación significa que el elemento de Dios es añadido a nuestro ser. Anteriormente, nuestra alma no tenía el elemento de Dios, pero después de experimentar la muerte y la resurrección, el elemento divino es añadido a nuestra alma. En otras palabras, la transformación mediante la muerte y la resurrección introduce nuestra alma —que anteriormente era ajena a Dios— en Dios mismo. Como resultado, nuestra alma llega a poseer el elemento de Dios. Por consiguiente, el principio de la muerte y la resurrección consiste en introducir completamente en Dios a aquellos que están fuera de Dios al forjar el elemento divino en su constitución. Nuestro cuerpo aún está fuera de Dios, pero será transfigurado e introducido en Dios cuando seamos arrebatados en el futuro. En aquel tiempo, nuestro cuerpo no sólo estará estrechamente relacionado con Dios, sino que también contendrá Su elemento.

(Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombre, capítulo 6, por Witness Lee)