LA COMUNIÓN CONSISTE EN PERMITIR
QUE LA VIDA DE DIOS FLUYA A TRAVÉS DE NOSOTROS Y SE MEZCLE CON NOSOTROS
El significado apropiado de ser usado por Dios es ser un canal para que la vida de Dios entre en nosotros por su fluir y luego alcance a otros a través de nosotros. Puesto que no somos tubos inertes, cuando la vida divina fluye por medio de nosotros, también se mezcla con nosotros. Tener comunión con Dios es permitir que Él no solamente fluya a través de nosotros, sino que también se mezcle con nosotros. Algunos creyentes enseñan que un cristiano debe procurar llegar a la etapa en la que ya no posea nada de su propia vida y naturaleza, sino que únicamente posea la vida y naturaleza de Dios. Esta enseñanza aparentemente es muy espiritual, pero no es acertada. La espiritualidad genuina no significa que nuestra vida humana deja de existir, sino que la vida de Dios se mezcla con nuestra vida humana. No significa que perdemos nuestra naturaleza humana, sino que la naturaleza de Dios se mezcla con nuestra humanidad redimida.
Cuando Pedro escribió sus Epístolas, él estaba lleno de la vida de Dios. Sin embargo, es obvio que Pedro no perdió su vida, ni su vida fue reemplazada por la vida divina; más bien, la vida divina se mezcló con su vida humana. Aunque Pedro expresaba la vida divina, esta expresión tenía el sabor de su humanidad. De manera semejante, Pablo también estaba lleno de la vida divina, pero la vida divina que se expresaba por medio de él también poseía su sabor humano. Los primeros creyentes estaban llenos de la vida divina, pero lo que ellos expresaron era distinto en cada caso, pues contenía el elemento de su vida y naturaleza. En esto consiste la espiritualidad genuina.
La verdadera espiritualidad no implica que la vida humana sea reemplazada por la vida divina. La espiritualidad genuina significa que Dios se mezcla con el hombre, de tal modo que ni la vida humana ni la vida divina existen por sí solas. Hablando con propiedad, nuestra comunión con Dios, en la cual Él entra en nosotros y a través de nosotros por medio de Su fluir, no es simplemente una cuestión de que Él fluya a través de nosotros, sino de que se mezcle con nosotros. En esta mezcla, Dios se forja en nuestra constitución; asimismo, en esta mezcla, el elemento humano no es anulado ni abolido. El elemento humano sigue existiendo, pero éste se halla mezclado con Dios. Como resultado de esta mezcla, el hombre llega a ser un ser híbrido que posee dos naturalezas y dos vidas. Por un lado, es Dios quien vive; pero, por otro, es el hombre quien vive. No debemos pensar que quienes tienen comunión con Dios y permiten que Él fluya por medio de ellos no tienen pensamientos, sentimientos, intenciones, preferencias ni inclinaciones. Ellos aún poseen las funciones de su mente, su parte emotiva y su voluntad, pero el elemento de Dios se ha mezclado con ellos. El elemento de Dios se mezcla con sus pensamientos, sentimientos y decisiones. Como resultado, Dios se manifiesta por medio de su mente, su parte emotiva y su voluntad.
Decir que una persona renuncia a su vida humana a cambio de la vida divina es un concepto erróneo. Por el contrario, todo el que tiene comunión con Dios llega a ser viviente y activo. Su voluntad es fortalecida, su parte emotiva se hace más ferviente, su mente llega a ser más lúcida y él mismo llega a ser viviente, vigoroso y sumamente activo. De este modo, él no simplemente le brinda a Dios la coordinación adecuada, saludable y viviente, sino que también mantiene una continua comunión con Dios. Sin embargo, sus pensamientos, voluntad, preferencias, opiniones e inclinaciones no son independientes. Sus pensamientos dependen de Dios y están mezclados con los pensamientos de Dios, y su parte emotiva también está mezclada con la parte emotiva de Dios. Todo lo que él se propone hacer y hace es el resultado de que Dios se mezcle con él. Por lo tanto, su modo de pensar es el mismo modo de pensar de Dios, y su hablar es el hablar de Dios.
Según esta perspectiva, todas las Epístolas son palabras de Dios. Independientemente de si fueron escritas por Pablo, Pedro o Juan, son las palabras de Dios. Es difícil para los incrédulos aceptar que las palabras escritas por Pablo sean las palabras de Dios. Pero si entendemos lo que significa tener comunión con Dios, sabremos por qué las palabras de los apóstoles son las palabras de Dios. Los apóstoles estaban tan profundamente mezclados con Dios que sus palabras eran el hablar de Dios en ellos, sus preferencias eran las preferencias de Dios y su mover era el mover de Dios en ellos. Esto concuerda con Filipenses 1:20-21, que dice: “Como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo [...] Porque para mí el vivir es Cristo”. Estos versículos nos dan a entender que no sólo es Cristo quien vive, sino que Cristo vive en mí. Esto también es lo que dice Gálatas 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne...”. La primera parte de este versículo dice: “Ya no vivo yo”, pero la parte que sigue dice: “Ahora vivo”. Éste es el verdadero vivir espiritual. No significa que perdemos nuestro elemento humano, sino que éste se mezcla con el elemento divino, y todo nuestro ser llega a ser lleno del elemento de Dios. Una persona así expresa el sabor de Dios. Cuando habla, los demás perciben que Dios está hablando; cuando da su opinión, los demás pueden percibir la mente de Dios. Incluso cuando se enoja, los demás perciben la autoridad de Dios.
No se trata de que seamos como un tubo de agua por el cual Dios, el agua viva, fluye, puesto que no se requiere ninguna relación entre el tubo y el agua que fluye por él. La verdadera espiritualidad significa que la naturaleza humana se mezcla con la naturaleza divina. Puesto que Dios se mezcló con Pablo vemos que, por un lado, las Epístolas de Pablo tienen el sabor de Pablo, pero, por otro, son las palabras de Dios. Esta situación difiere de la manera en que los profetas hablaban en el Antiguo Testamento. Los profetas antiguotestamentarios hablaron porque las palabras de Dios venían a ellos. Por consiguiente, el tono que ellos usaban era el tono de Dios, y no de ellos. Los profetas del Antiguo Testamento a menudo decían: “Dice Jehová” o “Así ha dicho Jehová”. Lo que vemos en las epístolas neotestamentarias es completamente diferente. Aparte de las siete epístolas de Apocalipsis, las Epístolas no usan el tono del hablar directo del Señor; al contrario, Pablo exhortó a los creyentes (1 Co. 7:10; 11:17), y Pedro les hizo un ruego (1 P. 2:11; 5:1). El libro de Romanos es la Palabra de Dios y es inspirado por el Espíritu Santo. Sin embargo, en este libro Pablo dice: “Os exhorto por las compasiones de Dios” (12:1), y “Os digo” (15:8). Juan en sus Epístolas dice: “Os lo anunciamos también a vosotros” y “Estas cosas os escribimos” (1 Jn. 1:3-4). Aunque éstas eran las palabras de Juan, dichas palabras quedaron escritas en el Nuevo Testamento. Si bien fueron palabras habladas por los apóstoles, eran las palabras de Dios porque Dios estaba mezclado con los apóstoles. Por esta razón, cuando los apóstoles hablaban, Dios hablaba por medio de ellos. Los apóstoles eran Dios-hombres. En esto consiste la espiritualidad.
(
Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombre, capítulo 3, por Witness Lee)