EL DON SOBRESALIENTE QUE SE PRODUCE
A MEDIDA QUE CRECEMOS EN VIDA
COMO RESULTADO DE DISFRUTAR A CRISTO
Profetizar para que la iglesia
como el Cuerpo de Cristo sea edificada
El don sobresaliente que se produce a medida que crecemos en vida como resultado de disfrutar a Cristo, es el don del profetizar (14:12). En 1 Corintios 14 se hace hincapié en que el profetizar es el don más excelente, el don que supera a todos los demás, el cual se desarrolla a medida que nosotros disfrutamos a Cristo. En el capítulo 14 profetizar no significa predecir. El versículo 3 confirma esto, el cual conforme al idioma griego dice: “El que profetiza habla a los hombres para edificación, aliento y consolación”. Si un hermano habla para edificación, aliento y consolación, esto comprueba que su profetizar no es una predicción. Profetizar, según 1 Corintios 14, es hablar por el Señor, proclamarlo e infundirlo en los demás al hablar, o sea, ministrarlo (impartirlo) en otros (14:3-5). Nosotros, como creyentes apropiados que están creciendo y cuyos dones espirituales se están desarrollando, debemos impartir al Señor en otros todos los días al hablar. Si todos los días ponemos esto en práctica, todos tendremos algo que decir cuando nos reunamos para tener comunión. Esto será el cumplimiento de 1 Corintios 14:26, que dice que cuando nos reunimos, cada uno tiene.
El primer elemento que debe estar presente en las reuniones de la iglesia, según 1 Corintios 14:26, es un salmo. El Nuevo Testamento nos muestra que la función principal de los salmos e himnos es que hablemos sobre ellos, no que los cantemos. Efesios 5:18-19 dice que somos llenos en el espíritu al hablarnos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales. Es mucho más preciso, conciso y poderoso hablar los escritos poéticos que han sido redactados cuidadosamente, que hablar palabras ordinarias. Es por ello que debemos aprender a hablar los himnos en nuestras reuniones. En 1 Corintios 14:26 también se nos habla de tener enseñanza, revelación, lengua e interpretación. Todos estos asuntos están relacionados con nuestro hablar. Los dos últimos, lengua e interpretación, son milagrosos; no son formas de hablar que se adquieren por el aprendizaje, sino mediante el poder milagroso del Espíritu Santo. Por su parte, el salmo, la enseñanza y la revelación requieren de nuestro aprendizaje.
El propósito de hablar por el Señor, de proclamarlo y de impartirlo en otros mediante nuestro hablar, es la edificación de la iglesia como el Cuerpo de Cristo. Tal vez una congregación pueda ser edificada mediante la práctica en la cual una sola persona habla y las demás escuchan, pero el Cuerpo de Cristo como un organismo jamás podrá ser edificado de esta manera. A fin de que el Cuerpo orgánico de Cristo sea edificado, todos nosotros debemos hablar. Si nos reunimos cada semana para escuchar a un pastor que nos da un buen sermón, esto tal vez nos edifique como congregación, como una gran fachada que sólo tiene una buena apariencia. Este tipo de práctica impera en el cristianismo. Sin embargo, si nos reunimos con el propósito de edificar el Cuerpo de Cristo orgánicamente, la práctica en la que una persona habla y las demás escuchan no resultará eficaz. A fin de que el Cuerpo de Cristo sea edificado, es necesario que todos los miembros hablen. Un santo puede hablar por dos minutos, otro por cinco minutos y otro por tres minutos.
Supongamos que doscientas personas siempre se reúnen para escuchar a un solo orador. Por muy bueno, maravilloso y excelente que sea dicho orador, muchos se cansarían de sus mensajes al cabo de dos años. Incluso es posible que el propio orador se sienta igual. Sin embargo, supongamos que doscientas personas se reúnen por noventa minutos y todos cumplen la responsabilidad de expresar algo por el Señor. Si cada uno habla por tres minutos, treinta santos podrán hablar. Ésta será una reunión muy refrescante. Siempre que un nuevo creyente habla, su compartir es particularmente fresco y refrescante. Todos dirán “Amén” a sus palabras. Si deseamos que cada parte del Cuerpo de Cristo sea edificada, todos debemos levantarnos para hablar por el Señor.
Las reuniones de la iglesia deben ser un banquete lleno de las riquezas de Cristo. Cuando nos invitan a un banquete, por lo general no comemos de un solo platillo. En un banquete hay muchas clases de comidas. Algunos banquetes chinos constan de veinticuatro platillos principales. Si tuviésemos muchas clases de platillos en una reunión, ¡cuán maravilloso sería esto! Ninguno de nosotros se aburriría de una reunión así. Nuestras reuniones necesitan ser banquetes llenos de disfrute.
En una reunión en la cual todos los santos hablan por el Señor, hay abundancia de alimento, y todos se sienten consolados, calibrados y corregidos. Es posible que un hermano que está en una reunión tenga un hábito que no sea provechoso para la vida de iglesia. Si una sola persona habla y las demás escuchan, es posible que ningún mensaje llegue a afectar el hábito de ese hermano. Pero si veinte o treinta santos hablan en la reunión, tarde o temprano alguien dirá algo que afectará el hábito de ese hermano. Debido a que en una reunión se presentan tantas porciones, se pueden tocar muchos asuntos. En una reunión así, cada santo es corregido sin que los demás se den cuenta de ello. Además, los santos son edificados, equipados, y reciben el suministro y la provisión que necesitan. Es por ello que el apóstol Pablo tenía la carga de recalcar el profetizar.
(
Don sobresliente para edificar la iglesia, El, capítulo 1, por Witness Lee)