EN LA EDIFICACIÓN QUE DIOS REALIZA,
DIOS TAMBIÉN ES LA MORADA DEL HOMBRE
Sin embargo, no olviden que Dios no sólo quiere que seamos Su morada, sino que también lo tomemos a Él como nuestra morada. Si leen cuidadosamente acerca de las personas piadosas del Antiguo Testamento, encontrarán que lo que ellas más deseaban, lo que les proporcionaba más consuelo y reposo era morar en la casa de Dios. Cada uno de los santos piadosos de la antigüedad tenía su propia casa, pero ninguno de ellos consideraba su casa como un lugar de reposo; todos ellos deseaban morar en la casa de Dios. Fue por eso que dijeron: “Una cosa he pedido a Jehová; / ésta buscaré: / morar en la casa de Jehová / todos los días de mi vida” (Sal. 27:4). Ellos también dijeron: “Porque un día en Tus atrios es mejor que mil fuera de ellos; / prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios” (84:10). Estos versículos nos dicen que la casa de Dios es nuestra morada. Recuerden que esta casa es fruto de la mezcla de Dios con el hombre, y que ella es también la morada mutua de Dios y el hombre: Dios que mora en el hombre y el hombre que mora en Dios. Dios mora en esta morada, tomando al hombre como Su morada, y el hombre mora en ella, tomando a Dios como su morada.
Sin el hombre, Dios no tiene un hogar en el universo, y sin Dios, el hombre tampoco tiene un hogar. La Biblia nos muestra que el hombre es la casa de Dios y que Dios es la casa del hombre. Si en este universo Dios no logra obtener un grupo de personas, Él será un Dios sin hogar. Asimismo, si nosotros no obtenemos a Dios, seremos personas sin hogar. Permítanme preguntarles a todos ustedes: ¿dónde viven? Quizás alguien diga que vive en la calle Ren Ai, y tal vez otro diga que vive en la calle Shin Yi. Les pregunto: ¿realmente ustedes viven en esos lugares? Si únicamente tienen una casa que compraron o que alquilan, ¡entonces son personas sin hogar! Si sus circunstancias variaran un poco, o si algo les sucediera, no sabrían adónde ir. La morada eterna del hombre es Dios. Sin Dios, el hombre está sin un hogar en la tierra. Por ello, en el libro de Salmos un santo piadoso de la antigüedad dijo: “Oh Señor, Tú has sido nuestra morada / en todas las generaciones” (90:1). Lo que este salmista parecía decir era: “Todos nuestros padres a través de las generaciones moraron en Ti, y hoy también nosotros moramos en Ti”. Las moradas terrenales no son nuestros hogares; nuestra morada eterna es nuestro Dios. El Señor mismo es nuestro hogar, nuestro lugar de reposo. Cuando le tenemos a Él, experimentamos un verdadero reposo.
Hoy en día muchas personas tienen casas móviles. Damos gracias al Señor y lo alabamos porque cada uno de nosotros que tiene a Dios, tiene una “casa móvil” que nos sigue todo el tiempo. Cuando vamos en el tren, Él nos sigue; cuando viajamos en un avión, Él también nos sigue. Somos personas que tienen a Dios y, por tanto, ya no estamos sin hogar. Hoy no necesitamos poner nuestra cabeza sobre una piedra, sino que todo nuestro ser puede descansar en Dios. Nosotros somos Su morada, y Él es también nuestra habitación.
Jeremías 50:7b dice: “Ellos [los hijos de Israel] han pecado contra Jehová, / morada de justicia, / contra Jehová, esperanza de sus padres”. Este Dios era la morada de sus padres y también su morada. No piensen que los hijos de Israel moraban en la tierra de Israel. La tierra de Israel no era su verdadera morada; Dios era la morada de ellos. Mientras ellos moraban en Dios, externamente habitaban en la tierra de Israel. Por lo tanto, cuando Dios los abandonó debido a la condición anormal en que se hallaban, Él también los echó de la tierra de Israel. Por lo tanto, la tierra de Israel no era su verdadera morada; su verdadera morada únicamente era Dios mismo.
(Obra de edificación que Dios realiza, capítulo 1, por Witness Lee)