UNA IGLESIA EDIFICADA
TIENE LA PRESENCIA DE DIOS
Veamos ahora cómo podemos saber que una iglesia ha sido edificada. En otras palabras, ¿cuáles son las características de una iglesia edificada? Quisiera resaltar varios asuntos hallados en los últimos dos capítulos de Apocalipsis.
En primer lugar, una iglesia edificada tiene la presencia de Dios. Apocalipsis 21:22 dice que no hay templo en la Nueva Jerusalén, pues Dios y el Cordero son su templo. Sabemos que en los tiempos del Antiguo Testamento, el templo era el centro de Jerusalén. Por tanto, el hecho de que Dios y el Cordero sean el templo significa que Dios y el Cordero llegan a ser el centro de la ciudad. En otras palabras, Dios está con la ciudad, y la ciudad tiene la presencia de Dios.
Esto nos muestra que donde está el edificio, allí también está la presencia de Dios. La presencia de Dios siempre acompaña Su edificio. ¿No nos muestra también nuestra experiencia que siempre que somos edificados con todos los santos tenemos la presencia de Dios, y que siempre que actuamos de forma individualista, de inmediato dejamos de sentir la presencia de Dios? En el capítulo anterior usé el ejemplo de tres personas que discutían sobre cuándo tener una reunión del evangelio. Una de ellas sugería tenerla en la noche, otra en la tarde y la tercera sugería tenerla en la mañana. Al final quedaron estancados sin poder tomar una decisión. Puesto que se dieron tres opiniones diferentes, creo que muchos de nosotros se preguntarían: ¿cuál de ellas debería ser aceptada?, ¿a cuál de las horas sugeridas debería ser predicado el evangelio? Mi respuesta sería que el evangelio debe ser predicado en el momento en que tenemos la presencia de Dios. Esto significa que cuando tres personas discuten sobre este asunto, la primera debe preguntarse: “Mientras insisto en que hagamos la reunión a las 7:30 p. m., ¿tengo la presencia de Dios?”. La segunda también debe preguntarse: “Mientras lucho por tener la reunión a las 4:00 p. m., ¿tengo la presencia de Dios?”. Asimismo, la tercera persona debe preguntarse: “Mientras sugiero que sea a las 6:30 a. m., ¿tengo la presencia de Dios?” Por consiguiente, la hora de la reunión debe decidirse absolutamente conforme a la presencia de Dios. Si tenemos la presencia de Dios, entonces cualquier hora es apropiada, bien sea en la mañana, en la tarde o en la noche. Pero si no tenemos la presencia de Dios, entonces ninguna hora es apropiada.
Si conocemos este principio y vivimos conforme a él, nunca contenderemos con los hermanos y hermanas mientras servimos a Dios en la iglesia, pues sabemos que cada vez que discutamos con ellos, perdemos la presencia de Dios. La presencia de Dios es como una paloma que se espanta fácilmente. En cuanto discutimos, ella se va. Recientemente cuando estuve en el extranjero, en muchos lugares, ya fuese un parque o en la calle, vi muchas palomas que revoloteaban. Estas palomas no le temían a la gente. Mientras estábamos sentados en el parque, un grupo de palomas se pusieron frente a nosotros. Si hablábamos en voz alta, todas ellas se alejaban volando; pero si simplemente nos sentábamos allí y conversábamos tranquilamente, una a una volvían a acercarse a nosotros. Hermanos y hermanas, lo mismo se aplica a la presencia de Dios cuando servimos juntos al Señor. Tal vez nuestros razonamientos sean correctos y nuestras sugerencias sean las mejores; pero debido a que discutimos, el Espíritu Santo como paloma se aleja volando.
Por lo tanto, debemos ceñirnos a este principio: la presencia de Dios es el criterio para todo asunto. Independientemente de lo que hagamos, debemos prestar atención a si tenemos o no la presencia de Dios. ¿Tenemos la presencia de Dios mientras expresamos nuestras opiniones? ¿Tenemos la presencia de Dios mientras decimos ciertas cosas o adoptamos cierta actitud? ¿Está la presencia de Dios en nuestra sugerencia o propuesta? Si procuramos percibir la presencia de Dios en todas las cosas, veremos que Dios estará allí como templo, y el edificio de Dios estará con nosotros. Cuando discutimos unos con otros, es posible que todos estemos a favor del Señor, y nuestra insistencia sea muy justificada. Sin embargo, debido a que hemos discutido unos con otros, Dios ya no está con nosotros como templo, es decir, no tenemos la presencia de Dios, sino que hemos derribado la ciudad.
Algo que me causa mucha aflicción es que en todos los lugares que he visitado es raro no escuchar a los hermanos y hermanas juzgándose y criticándose el uno al otro. En casi todos los lugares que visito, me encuentro con hermanos y hermanas que se expresan con palabras de crítica y de juicio. Si no están descontentos con los hermanos responsables, entonces culpan a los obreros o se muestran insatisfechos con la iglesia. Una cosa es segura: los hermanos y hermanas que critican son los primeros en perder la presencia de Dios, sin importar si tienen o no la razón en lo que critican o juzgan. Ellos no tienen la presencia de Dios, ni está Dios entre ellos como templo. Entre estos hermanos no hay ninguna edificación.
Debemos ver que en la iglesia los razonamientos no tienen ningún valor. Lo que importa es la presencia de Dios. La iglesia no es un tribunal donde resulta ventajoso presentar muy bien nuestros razonamientos. ¡No, no es así! En la iglesia cuanto más usted razona, más Dios se aleja de usted. Aun si su razonamiento es ciento por ciento correcto y todas las buenas razones están de su lado, cuanto más usted discuta, más se alejará de Dios.
Permítanme decirles un poco más acerca de las palomas. A las palomas no les importa si sus argumentos son convincentes. Lo único que a ellas les importa es si usted alza el tono de la voz o si tiene una mirada que intimida. Usted no puede engañarlas. Por lo tanto, no es de sorprender que las Escrituras digan que los ojos de palomas son los más hermosos. Después de observar cuidadosamente, he descubierto que los ojos de las palomas son la parte con el sentido más agudo. Los seres humanos no pueden engañarlas. Ese día mientras estaba en el parque, de diferentes maneras traté de atraer a una de las palomas para que se acercara a mí. Sin embargo, cuando movía la mano sólo un poco, la paloma se alejaba rápidamente, y cuando bajaba la mano, volvía a acercarse. Hermanos y hermanas, la presencia del Espíritu Santo en nosotros es también así. Al Espíritu no le interesa lo mucho que usted tenga la razón. Él únicamente presta atención a su actitud, su intención y su condición. En los tribunales cuanto más una persona alce la voz para discutir, más ventaja tiene. Pero en la iglesia, cuanto más una persona alce la voz para discutir, más pierde. Cuanto más razonemos, más perderemos la presencia de Dios. Recuerden que el templo en la Nueva Jerusalén es Dios mismo. Esto significa que la presencia de Dios es el centro de la ciudad. Por lo tanto, en la iglesia necesitamos tener la presencia de Dios, es decir, necesitamos que Dios esté con nosotros como templo. Entonces seremos edificados para tener la condición de la Nueva Jerusalén.
(
Obra de edificación que Dios realiza, capítulo 7, por Witness Lee)