LA CONCEPCION DEL PRECURSOR
Concebido por un padre humano
en una madre humana
Lucas 1:5 y 6 dicen: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, pues andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor”. Zacarías y Elisabet eran personas escogidas por Dios, preservadas bajo la custodia de la ley en el Antiguo Testamento. Ellos como producto de la ley fueron útiles a Dios para la iniciación del evangelio en el Nuevo Testamento.
En 1:6 se nos dice que Zacarías y Elisabet eran justos delante de Dios. Esto no contradice Romanos 3:20. Aquí justos significa ser rectos, es decir, irreprensibles delante de Dios conforme a los mandamientos y las ordenanzas del Antiguo Testamento (Lc. 2:25; Fil. 3:6). No quiere decir que estos justos no eran pecaminosos, o sea, que no tenían pecado ni pecados. Ellos eran irreprensibles, pero no intachables. Todavía necesitaban las ofrendas inmaculadas que presentaron por el pecado y por las transgresiones en tipología (Lv. 4:28; 5:15), para recibir la propiciación a fin de tener contacto con Dios.
No por la fuerza natural
El precursor del Salvador-Hombre, Juan el Bautista, no fue concebido por las fuerzas naturales de sus padres, ya que eran de edad avanzada. En cuanto a esto, 1:7 dice: “Y no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran de edad avanzada”. Esto muestra la soberanía del Señor. De este modo, ellos proporcionaron a Dios una oportunidad para iniciar Su evangelio, no por la fuerza natural del hombre, sino por Su acto divino.
De manera milagrosa
por el poder divino
Zacarías era un sacerdote del turno de Abías. Este era el octavo de los veinticuatro turnos sacerdotales ordenados por David (1 Cr. 24:10). “Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su turno, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte entrar en el templo del Señor a quemar incienso” (vs. 8-9). Zacarías quemó el incienso sobre el altar del mismo dentro del Lugar Santo (1:11; Ex. 30:6-8; 1 S. 2:28; 1 Cr. 23:13; 2 Cr. 29:11).
Lucas 1:10 dice: “Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora de quemar el incienso”. La oración del pueblo de Dios le facilita la realización de Su plan.
Conforme a 1:11 y 12, un ángel del Señor se le apareció a Zacarías. El ángel le dijo: “Zacarías, no temas, porque tu petición ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan” (v. 13). Esto indica que Zacarías había orado para que su esposa le diera a luz un hijo. Esto también indica que nuestra oración lleva a cabo la operación de Dios. Además, implica que nuestra fuerza natural debe ser llevada a su fin para que la operación de Dios empiece por Su acto divino. Esto fue revelado en el caso de Abraham y Sara (Gn. 17:15-19) y en el de Ana (1 S. 1:5-20).
Dios intervino al hacer que Zacarías y Elisabet produjeran un hijo de manera milagrosa. Por lo tanto, la concepción de Juan el Bautista ocurrió de manera milagrosa por el poder divino (vs. 19-20). En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios hizo lo mismo con Isaac y Samuel. Ahora en el caso de Juan el Bautista, quien nació de padres que no podían tener hijos de manera natural, Dios intervino, al hacer posible que tuviesen un hijo por Su poder.
En 1:13 vemos que el hijo nacido de Zacarías y de Elisabet sería llamado Juan. La palabra griega traducida Juan es Ioánnes, lo cual significa Jehová muestra favor, Jehová muestra gracia, o Jehová da con gracia. Este nombre es de origen hebreo, Jehoanán, cuya contracción es Johanán (2 R. 25:23; 1 Cr. 3:24; 2 Cr. 28:12).
(
Estudio-vida de Lucas, capítulo 3, por Witness Lee)