Línea central de la revelación divina, La, por Witness Lee

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LA MANERA DE RECIBIR LA IMPARTICIÓN DIVINA

Al crear al hombre, Dios usó el barro para formar el cuerpo del hombre como órgano externo y físico que tendría conciencia de las cosas físicas para que el hombre tuviera contacto con el mundo físico. Luego, Dios sopló en ese cuerpo Su aliento de vida; este aliento llegó a ser el órgano interno del hombre, su espíritu. La combinación del cuerpo y el espíritu produjo la persona psicológica del hombre, es decir, el alma. El espíritu como órgano interno y espiritual es más elevado que el cuerpo como órgano físico del hombre, puesto que el espíritu está compuesto del aliento de Dios. El aliento de Dios no es Dios mismo, pero es algo muy parecido a Él. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, / que escudriña lo más profundo del ser”. El aliento que salió de la boca de Dios llegó a ser el espíritu del hombre, el cual es la lámpara de Dios que brilla en nosotros para Dios. Como hombres, tenemos dos órganos, el físico y el espiritual, y nosotros mismos somos almas vivientes, o sea, personas vivientes.

El deseo de Dios no era simplemente tener un hombre como alma viviente que tiene un cuerpo de barro y un espíritu humano formado del aliento de Dios. Esto no puede satisfacer a Dios, porque el pensamiento central de Dios es que Él sería uno con el hombre (Himnos, #451). En el huerto del Edén, Dios todavía no era uno con Adán. Dios era Dios, y Adán era Adán. A fin de llevar a cabo Su deseo, Dios puso al hombre frente a dos árboles, uno de los cuales era el árbol de la vida que simbolizaba a Dios mismo, y el otro, el árbol del conocimiento del bien y del mal, que era la corporificación de Satanás. Luego, Dios advirtió al hombre, diciéndole que tuviera cuidado con lo que comiera. Le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día en que comas de él, ciertamente morirás” (Gn. 2:16b-17). Que Dios pusiera al hombre frente a los dos árboles fue una clara indicación de que Dios quería que el hombre lo tomara a Él al comerlo. Si el hombre recibía a Dios, Dios le sería vida en su espíritu. Esto se cumplió en el Nuevo Testamento. Según el Nuevo Testamento, Dios vino como pan de vida (Jn. 6:35), bueno para comer. Si lo comemos, tenemos la vida eterna, la vida divina, en nuestro espíritu. Cuando recibimos la vida eterna en nuestro espíritu, nuestro espíritu fue regenerado, y nacimos de nuevo. Primero, nacimos de la carne por medio de nuestros padres, pero ahora hemos nacido del Espíritu en nuestro espíritu (3:6). Ahora no sólo tenemos en nosotros la vida de Dios, sino que también somos uno con Dios. Dios puede regocijarse porque ha entrado en el hombre y ha llegado a ser uno con el hombre.

Es maravilloso nacer de Dios, porque este nacimiento indica que Dios y nosotros ahora somos uno. Podemos regocijarnos y exclamar: “¡Aleluya! Soy uno con Dios y Dios es uno conmigo”. Dios también puede regocijarse porque ha obtenido el deseo de Su corazón, sólo que todavía no lo tiene en plenitud. Después de ser regenerados, nosotros, los hombres creados por Dios, necesitamos ser transformados, renovados y conformados a la imagen de la corporificación de Dios. Todo lo que Dios es está totalmente corporificado en el Hijo (Col. 2:9). Además, el Hijo se hizo hombre, y este hombre pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Hoy en día nuestro Salvador, el Hijo de Dios, Jesucristo, es el Espíritu vivificante, y ahora está en nuestro espíritu humano (2 Ti. 4:22). Además, “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (1 Co. 6:17). Esto es la consumación de que Dios es uno con nosotros. Dios está en nosotros para ser nuestra vida, y nosotros somos regenerados y estamos siendo transformados y conformados a Su imagen. Fuimos creados a la imagen de Dios, pero esa imagen simplemente era una fotografía de Dios. Sin embargo, ahora Dios se ha forjado en nuestro ser para transformarlo a la imagen de Su propio ser.

(Línea central de la revelación divina, La, capítulo 7, por Witness Lee)