Estudio-vida de Éxodo, por Witness Lee

II. LA MANO LE QUEDA LEPROSA

A. Al ponerla en su pecho

En el versículo 6, el Señor le pidió a Moisés que pusiera su mano en el pecho. Moisés pudo haber pensado que al colocar su mano en el pecho, él encontraría una perla, un diamante, o algún tesoro precioso. Por el contrario, la mano de Moisés quedó leprosa. El pecho representa lo que está dentro de nosotros, y la lepra representa el pecado (Ro. 7:17-18). Esto indica que además de conocer a Satanás, debemos también conocer la carne. La vara sobre la cual nos apoyamos es una serpiente, pero la carne es la corporificación de la lepra. Debemos saber que en nuestra carne, somos leprosos. En nuestra carne, no hay nada bueno, sino solamente lepra. Si tocamos la carne, quedaremos leprosos.

En los versículos 2 al 6, el Señor parecía decir: “Moisés, me pediste una prueba de que Yo te he enviado. La prueba es que Tú sabes cómo vencer a la serpiente. Otra prueba es que te des cuenta de que tu carne no es más que lepra. Moisés, coloca tu mano en tu pecho y verás lo que saldrá de ti”.

Existe un dicho que dice que una persona que se considera a sí misma como buena, debe colocar su mano en su corazón durante la noche y reconsiderar lo que realmente es. Si usted hace eso, descubrirá cuan malo es. Quizá cuando usted esté en compañía de otras personas, se puede jactar de su propia bondad. Pero cuando usted considera lo que está en su corazón durante la noche, verá que dentro de usted no hay más que lepra, nada más que pecado.

Alguien que se jacta de su bondad no es una persona llamada por Dios. Toda persona llamada se da cuenta de que dentro de ella hay lepra. Después de que a Moisés se le dio la señal de la mano que se vuelve leprosa, él sabía que su carne era la corporificación de la lepra. Moisés pudo haber dicho: “Antes de que el Señor me mostrara esta señal, pensaba que era bastante bueno. Pero cuando Dios me pidió que pusiera mi mano en mi pecho y que la sacara de nuevo, mi mano quedó leprosa. Esto me mostró que en mi carne no había más que lepra”.

Hoy en día todo aquel que es usado por el Señor en la iglesia debe tener esta conciencia acerca de su carne. Conocer la carne de esta manera subjetiva es una evidencia de que el Señor nos ha llamado y enviado. Como llamados y enviados, debemos llevar la señal que indica que nada bueno mora en nuestra carne. Todos estamos constituidos de lepra, somos la corporificación del pecado, de la putrefacción, de la corrupción, y de la inmundicia. Si no cree esto en cuanto a su carne, le sugiero que en el silencio de la noche, cuando todo esté tranquilo, toque su conciencia y escuche lo que le dice en cuanto a usted. Revelará que su carne no es más que lepra.

Los enviados de Dios deben conocer la carne hasta este punto. Cuando Isaías fue llamado por el Señor, él exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). Si nos encontramos con el Señor, esa reunión expondrá nuestra carne a nuestros propios ojos. Sabremos que dentro de nuestra carne sólo hay lepra.

En estos días hemos oído que todos los santos pueden ser los apóstoles y profetas de hoy. Pero si deseamos ser estos dones para el cuerpo, debemos saber que nuestra carne es la encarnación de la putrefacción, de la corrupción, de la inmundicia y del pecado. Es la corporificación misma del pecado. Ninguno de nuestros logros exteriores y ninguna de nuestras capacidades naturales pueden calificarnos como enviados. Para ser calificados debemos ver que en nuestra carne no hay nada bueno.

B. Somos limpiados al obedecer la palabra del Señor

En el versículo 7, el Señor dijo a Moisés: “Vuelve a meter tu mano en tu seno”. Entonces Moisés “volvió a meter la mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno he aquí que se había vuelto como la otra carne”. Esto indica que la mano leprosa de Moisés fue limpiada por su obediencia a la Palabra del Señor. Obedecer la palabra del Señor consiste en obedecerle a El. La desobediencia al Señor es el elemento básico del pecado. Cuando obedecemos al Señor y guardamos Su palabra, Su poder limpiador estará con nosotros y seremos lavados.

(Estudio-vida de Éxodo, capítulo 8, por Witness Lee)