Cómo disfrutar a Dios y cómo practicar el disfrute de Dios, por Witness Lee

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DIOS ES ALGUIEN A QUIEN PODEMOS DISFRUTAR

A algunos les puede parecer un poco extraño el pensamiento de disfrutar a Dios, pero la Biblia claramente afirma que podemos gustar a Dios. Salmos 34:8 dice que debemos gustar y ver que Jehová es bueno. El Señor Jesús también dijo que Él es nuestra comida; Él es el pan de vida. Debido a que el alimento es un disfrute para nosotros, el hecho de que Él sea alimento y pan debe significar que nosotros podemos disfrutarle.

Un pensamiento muy precioso que se encuentra en la Palabra de Dios es que Dios no solamente está cerca de nosotros, sino que además se ha dado a nosotros como nuestro disfrute. Esto nos muestra la relación íntima que Dios tiene con nosotros. Cuando nosotros disfrutamos las comidas, el alimento que ingerimos entra en nosotros y se hace parte de nosotros. Antes de comer, el alimento no es parte de nosotros, pero después que lo ingerimos, llega a ser nuestro suministro nutritivo y nuestra fuerza. Además, después de pasar por el proceso metabólico, llega a ser nuestro elemento intrínseco. El alimento que comemos llega a ser parte de nosotros, y nosotros vivimos por causa de él. La relación entre el alimento y nuestro cuerpo físico es semejante a la relación entre Dios y todo nuestro ser.

El salmo 23 es un salmo favorito de los hijos de Dios; por ello, es difícil encontrar a un cristiano que no haya oído las palabras el Señor es mi Pastor. Sin embargo, Dios no es simplemente un Pastor que nos guía, protege y cuida; Dios es más íntimo que un pastor. Si Él simplemente fuese un pastor, podría cuidarnos y pastorearnos sólo de manera externa; es decir, no podría entrar en nosotros para ser parte de nosotros; no podría llegar a ser nosotros. Sin embargo, la Biblia nos muestra que Dios se da a Sí mismo a nosotros para que le disfrutemos, y de ese modo Él se forja en nuestro ser. Él puede entrar en nosotros para ser nuestra vida, nuestra fuerza, nuestro alimento y nuestra agua viva, y así satisfacer las necesidades de cada parte de nuestro ser. Aquellos que han experimentado a Dios saben que Él es verdaderamente nuestro disfrute. Nosotros podemos disfrutar a Dios en lo que Él soberanamente dispone y provee para nosotros, y podemos disfrutarle como un variado suministro para nuestro ser interior.

El hombre se compone de un espíritu interiormente, de un cuerpo exteriormente y de un alma que está en medio del espíritu y el cuerpo. Cuando Dios está dentro de nosotros, Él puede suplir las necesidades de nuestro espíritu, alma y cuerpo. Dios puede satisfacer las necesidades de nuestro espíritu al impartirnos Su suministro desde el interior de nuestro espíritu; Él puede satisfacer las necesidades de nuestra alma, de nuestra psique, desde el interior de nuestra alma; y también puede satisfacer las necesidades de nuestro cuerpo al impartirnos Su suministro en nuestro cuerpo. Aunque nuestro Dios es invisible, intocable e intangible, quienes han experimentado a Dios pueden testificar que le disfrutan en su espíritu, en su alma y aun en su cuerpo. ¡Qué bendición más gloriosa es ésta!

Debido a que Dios tiene una relación tan estrecha con nosotros, la Biblia describe y ejemplifica de muchas maneras nuestro disfrute de Dios. Consideremos brevemente algunas de estas descripciones y ejemplos.

Dios es nuestra vida

Dios es nuestra vida. Inmediatamente después de crear al hombre en Génesis, Dios puso al hombre frente al árbol de la vida (2:8-9). Al final de Apocalipsis vemos todavía el árbol de la vida (22:2). El árbol de la vida representa a Dios mismo. Dios es la fuente de vida. Cuando Dios dice que quiere que el hombre acuda al árbol de la vida, está diciendo que quiere que el hombre tenga contacto con Él. Dios desea entrar en el hombre y ser su vida.

La vida es algo muy cercano al hombre y muy crucial para él. Incluso podríamos decir que la vida es el hombre mismo. Sin vida, es imposible que el hombre sea lo que es. La Biblia revela que Dios desea ser la vida del hombre. Por lo tanto, podemos afirmar confiadamente que si una persona no tiene en su interior a Dios como vida, está por debajo de lo que se espera de un ser humano. La vida que posee una persona determina la clase de persona que ella es. Los que poseen una vida inferior tienen una condición más baja, y los que poseen una vida superior tienen una condición más elevada. La vida que poseemos en nuestra constitución natural, nuestra vida natural, es una vida más baja; si sólo poseemos esta vida es imposible que seamos personas de una condición superior. A fin de tener una condición superior, debemos poseer una vida más elevada. La vida de Dios es la vida más elevada. Por lo tanto, es imposible que la condición de alguien sea elevada si no ha recibido a Dios, quien es la vida más elevada que existe.

Un hombre de una condición superior es noble, santo, amoroso, paciente, sin ninguna mezquindad o estrechez en su corazón. Aunque la vida natural del hombre posee cierta medida de magnanimidad y tolerancia, estas virtudes son limitadas. A fin de poseer una condición ilimitadamente elevada, una persona necesita recibir al Dios ilimitado, quien es la vida más elevada que existe. Cuando el Dios infinito entra en nosotros y llega a ser la vida más elevada en nosotros, llegamos a ser personas de un nivel infinitamente elevado. Podemos amar lo que otros no pueden amar, podemos soportar lo que otros no pueden soportar y podemos perdonar lo que otros no pueden perdonar. Poseemos una nobleza y una santidad que ningún ser humano común y corriente posee.

Todos los que poseen la vida de Dios tienen una condición ilimitadamente elevada. Una persona que tiene a Dios como su vida debe ser de un nivel infinitamente elevado. Mientras otros dicen que se sienten abrumados por cierto asunto, los que tienen a Dios como su vida pueden soportarlo con gozo. Cuando otros encuentran cierto asunto intolerable, los que tienen a Dios pueden tolerarlo con gusto y de buen grado. Una persona que tiene a Dios posee una condición elevada e ilimitada. Es imposible lograr este vivir tan elevado valiéndonos únicamente de la vida natural que el hombre posee. Este vivir únicamente se puede lograr cuando una persona toma la vida más elevada, la vida de Dios, como su vida. Esta vida más elevada es Dios mismo, quien es inconmensurablemente elevado. Él es vida, y Él también es la fuente de vida. Él no sólo nos imparte Su vida, sino que además Él mismo entra en nosotros para ser nuestra propia vida. Él no entra en nosotros en pequeños incrementos para ser nuestra vida; todo lo contrario, Él ha entrado en nosotros plenamente. Cada día y a cada momento, Él está en nosotros como nuestra vida. Por lo tanto, podemos disfrutarlo a Él todos los días; podemos gustar de Él a cada momento.

Sabemos lo importante que es el aire para la vida humana. Un hombre puede sobrevivir sin alimento por unos siete u ocho días, y puede sobrevivir sin agua por uno o dos días; pero si se queda sin aire por cinco minutos, dejará de vivir. El aire es vital para la vida humana, y éste es el elemento que se encuentra más disponible al hombre para su disfrute. Podemos respirar mientras estamos en la calle y en nuestra casa; podemos respirar mientras vamos en un automóvil o en un avión. Respiramos cuando estamos conscientes de ello y también cuando no lo estamos. Respiramos mientras escuchamos un mensaje y también mientras dormimos. Si tenemos cierta medida de experiencia espiritual, descubriremos que Dios es simplemente como el aire para nosotros. Dios es Espíritu, y el Espíritu es como el aire. En el idioma original de la Biblia, tanto en el hebreo en el Antiguo Testamento como en el griego en el Nuevo Testamento, las palabras viento, aliento y espíritu corresponden a la misma palabra. El Espíritu es aliento, y el aliento es viento. Dios es Espíritu, y Dios es también aliento. La Biblia describe el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés como un viento recio, el cual era Dios mismo (Hch. 2:2-4). El Señor Jesús también vino a los discípulos en la noche del día de Su resurrección y sopló en ellos, diciendo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu es comparado al aliento. Este Espíritu también es el propio Dios. Cuando Dios entra en nosotros para ser nuestro disfrute, Él entra en calidad de Espíritu, y este Espíritu es semejante al viento y el aliento. Cada vez que nos abrimos a Él o nos alejamos de Él, Él sigue siendo nuestro disfrute. No importa dónde nos encontremos ni tampoco qué hora sea, Dios como Espíritu está disponible a nosotros para que lo disfrutemos. Podemos contactar y gustar a este Espíritu. Cuando el Espíritu entra en nosotros, Él llega a ser el Espíritu de vida. Este Espíritu de vida, este aliento de vida, fortalece nuestro espíritu y se extiende de nuestro espíritu a nuestro corazón, que incluye nuestra alma, y de nuestra alma a nuestro cuerpo. De esta manera, todo nuestro ser es saturado del Espíritu como aliento; es decir, somos llenos de la presencia del Espíritu. Ésta es la manera en que disfrutamos a Dios de un modo práctico.

(Cómo disfrutar a Dios y cómo practicar el disfrute de Dios, capítulo 1, por Witness Lee)