Economía divina, La, por Witness Lee

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EL CRECIMIENTO EN VIDA Y LA TRANSFORMACION EN VIDA PARA LA EDIFICACION DE LA IGLESIA

Hemos sido regenerados esencialmente, y también hemos sido bautizados económicamente. Ahora estamos en la iglesia disfrutando al Espíritu, bebiendo del Espíritu, tocando al Espíritu todo-inclusivo y siendo transformados. Si los niños no crecieran, jamás podrían ser transformados metabólicamente. Mes tras mes y año tras año, los niños están creciendo para ser transformados. Espiritualmente hablando, es lo mismo con nosotros.

En 1 Corintios 12 y 14 tratan de la manifestación del Espíritu, pero 1 Corintios no fue escrito con ese propósito. En 1 Corintios fue escrito para dar a los corintios la manera de crecer. En 1 Corintios 3 Pablo dijo que él plantó y que Apolos regó, pero que Dios dio el crecimiento (v. 6). Esto significa que la intención de Pablo al escribir 1 Corintios no era desarrollar el tema de la manifestación del Espíritu. Pablo quería especialmente restringir la excesiva práctica que ellos tenían, de hablar en lenguas. Los ejemplos que dio el apóstol en 14:7-11 indican que los creyentes corintios abusaron del hablar en lenguas, haciéndolo de una manera disparatada, expresando un “sonido incierto” (v. 8) que no da “distinción” (v. 7), que “carece de significado” (v. 10). Además, lo usaron excesivamente practicándolo en cualquier lugar, de cualquier manera y en cualquier situación. Por eso, Pablo los corrigió y los limitó con respecto al abuso y uso excesivo de ese pequeño don de poco provecho, a fin de que anhelaran los dones mayores y abundaran en la edificación de la iglesia (v. 12).

La meta de 1 Corintios fue motivar a los creyentes corintios, quienes andaban en el alma, y eran carnales y sensuales, a que aspiraran a tener el crecimiento en vida a fin de que llegaran a ser espirituales (2:15; 3:1; 14:37) para la edificación de la iglesia. La carga que Pablo tenía era que ellos crecieran. El les dijo que eran labranza de Dios, edificio de Dios (3:9), y que como labranza de Dios ellos necesitaban crecer. Pablo plantó, Apolos vino y regó, y Dios estaba dando el crecimiento. Los corintios tenían la necesidad de crecer en el Espíritu de vida. Por medio de tal crecimiento, ellos podían ser transformados en oro, plata y piedras preciosas (v. 12).

Pablo les dijo que, como perito arquitecto, él había puesto el fundamento, pero que todos los creyentes tenían que edificar sobre este fundamento, mirando cómo sobreedificaran, ya con madera, heno y hojarasca, ya con oro, plata y piedras preciosas. La madera, el heno y la hojarasca son cosas naturales, sin embargo, el oro, la plata y las piedras preciosas son material transformado. Nosotros los creyentes somos personas naturales, sin embargo, somos personas regeneradas con la vida divina. Ahora necesitamos crecer en esta vida para que seamos transformados en oro, plata y piedras preciosas. En ese tiempo, seremos el templo de Dios (vs. 16-17). En este templo mora el Espíritu, no como el Espíritu de poder sino como el Espíritu de vida. Tenemos que ser transformados y edificados para llegar a ser el templo de Dios y, como tal, tener la realidad del Espíritu de vida que mora en nosotros. El templo de Dios, el cual es la iglesia, es una casa hecha de materiales que han sido edificados y están bien coordinados (Ef. 2:21-22).

En nuestro hombre natural somos tan individualistas que no podemos ser uno el uno con el otro. Ni siquiera los esposos y las esposas pueden ser uno. Solamente podemos ser uno por medio del crecimiento en vida y mediante la transformación en vida. Mediante el crecimiento y mediante la transformación somos edificados juntamente. En cuanto a la relación que un esposo tiene con su esposa, él necesita más crecimiento y más transformación. Cuanto más crece, más transformado será en el Espíritu de vida, es decir, más será uno con su esposa. Cuanto más crece la esposa, más transformada será y más edificada será con su esposo. Debido a que somos muy naturales, tenemos nuestros propios deseos, nuestras propias intenciones, nuestros propios gustos y disgustos, y nuestros propios caminos. Por consiguiente, es bastante difícil que el esposo y la esposa sean uno. Quizás el esposo sea una persona a quien le gusta hacer las cosas de manera rápida y que la esposa sea lenta. ¿Cómo puede una persona “rápida” ser uno con alguien que es “lento”? Tal vez por la noche el esposo quiera cerrar la ventana, y la esposa quiera abrirla. ¿Qué han de hacer? ¿Se deben pelear? Los dos necesitan invocar el nombre del Señor. Cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu se mueve en nosotros haciendo que crezcamos en vida. Por medio del crecimiento en vida somos transformados y llegamos a ser uno, los unos con los otros.

Entre los cristianos de hoy hay mucho pleito y mucha división. En un matrimonio siempre hay pleitos. Después de que se casan no pasa mucho tiempo sin que el esposo y la esposa se peleen. Si nosotros los cristianos no nos reunimos, no habrá pleitos. Pero una vez que nos reunimos, terminamos peleando. Quizás en los primeros tres días de estar juntos, estaremos llenos de alabanzas al Señor. Pero es posible que al tercer día empiecen a surgir desacuerdos. La única manera por medio de la cual podemos evitar esta situación es crecer en vida, es decir, ser transformados. No preste mucha atención a la manifestación milagrosa del Espíritu, más bien, preste toda su atención al crecimiento en vida para la transformación en vida.

Necesitamos pasar de 1 Corintios 12 y 14 hasta llegar a 2 Corintios. En 2 Corintios 3:3 Pablo indica que los creyentes son carta de Cristo, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”. Esto es el inscribir interior efectuado en nuestro ser por el Espíritu de vida, no por el Espíritu de poder. Este inscribir interior no es para la manifestación milagrosa del Espíritu, sino para el crecimiento en vida, para la transformación en vida, y para la edificación de la iglesia. El Nuevo Testamento no da énfasis al poder del Espíritu; más bien, da énfasis a la vida del Espíritu. El Nuevo Testamento no da énfasis a la manifestación milagrosa del Espíritu; más bien, recalca el inscribir del Espíritu, la constitución del Espíritu. El Espíritu de vida que está en nosotros esencialmente, está inscribiéndose a Sí mismo en nosotros, constituyéndonos con todas las riquezas de Cristo, con el fin de hacer de nosotros una copia, una reproducción, de Cristo. Esto es la transformación para la edificación de la iglesia.

En el recobro del Señor no damos énfasis a la manifestación milagrosa del Espíritu, sino a la vida del Espíritu, al crecimiento en vida, y a la transformación en vida. Necesitamos crecer y ser transformados día tras día. Para obtener el crecimiento en vida y la transformación en vida, debemos tocar al Señor. Es necesario que abramos todo nuestro ser a El por medio de invocar Su nombre de manera genuina (2 Ti. 2:22), de modo que toquemos al Espíritu en nuestro espíritu. Si practicamos esto cada día y durante todo el día, el Espíritu de vida, quien es el Espíritu todo-inclusivo, se moverá en nosotros y trabajará en nosotros, tocándonos e iluminándonos. El nos expondrá a lo sumo en nuestros fracasos, delitos, errores, intenciones naturales, y deseos egoístas y codiciosos. Todo lo que esté en nosotros que no sea de la vida divina lo expondrá el Espíritu de vida.

Bajo el resplandor de la luz divina, la cual es la luz de vida (Jn. 8:12), confesaremos espontáneamente. Puede ser que oremos: “Señor, perdóname. Todavía soy tan egoísta, tan natural. Todavía vivo en la vieja creación y en la carne. Señor, me arrepiento por no haberte vivido. De vez en cuando te vivo, pero no todo el tiempo. La mayor parte del tiempo sigo viviendo conforme a mí mismo. Aunque no cometo pecados grandes ni hago cosas malas, de todos modos no te vivo. Sigo siendo yo el que vive, no Cristo. Me doy cuenta de que he sido crucificado con Cristo, y que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Sin embargo, esto es demasiado doctrinal en mi experiencia. En mi vida diaria, no es Cristo sino todavía yo”. Necesitamos hacer tales confesiones día tras día.

Es posible que todos los santos lo alaben y digan que usted es un buen hermano. No obstante, usted se da cuenta, a la luz de la vida del Señor, que usted no es tan maravilloso. Usted todavía está lleno del yo, viviendo en la vida natural y actuando de manera natural, siempre por sí mismo. Usted no confía en el Señor. Cada día usted necesita confesar su fracaso de no vivir a Cristo, de no andar según el espíritu (Ro. 8:4). Confesar así es una práctica muy buena. Día tras día usted aprenderá a practicar el andar según el espíritu, a practicar el ser un espíritu con el Señor. El que se une al Señor, un espíritu es con El (1 Co. 6:17). Necesitamos confesar al Señor que en nuestra práctica no somos un espíritu con El. Necesitamos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros y que nos conceda la gracia para que todo el día, desde la mañana hasta la tarde, pongamos en práctica el ser un espíritu con el Señor. Mientras ponemos en práctica el ser un espíritu con el Señor, crecemos y somos transformados para la edificación del Cuerpo de Cristo. Si viviéramos esta vida poniendo en práctica el ser un espíritu con el Señor, y tuviéramos un andar conforme al espíritu, jamás tendríamos una opinión divisiva. Jamás pelearíamos con ningún hermano, sino que seríamos uno con la iglesia. Adondequiera que fuéramos y en cualquier lugar que nos encontráramos, seriamos uno con las iglesias, lo cual significaría que hemos sido edificados.

Si todos los creyentes hoy en este globo terrestre crecieran, fueran transformados y fueran edificados de esta manera, qué fuerte sería el testimonio de Jesús en toda la tierra. Si viviéramos en esta unidad maravillosa, esto convencería a todo el mundo. Esta es la razón por la cual el Señor oró: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). La situación que vemos entre los cristianos hoy, sin embargo, es una situación de interminables divisiones. Hacemos el esfuerzo de predicar el evangelio a la gente del mundo, pero es posible que no tengamos mucho impacto. Es posible que nuestra predicación no tenga poder debido a que hemos perdido el testimonio. Hemos perdido la unidad. En lugar de que exista la expresión del único Cuerpo de Cristo, hay división tras división. Es por eso que el poder se ha perdido y el impacto ha desaparecido. En Su recobro, al Señor no le preocupan las muchas obras relacionadas con la manifestación milagrosa del Espíritu. El Señor desea una sola cosa, que todos crezcamos en vida y seamos transformados en vida para la edificación del Cuerpo de Cristo. No debemos tomar ningún otro camino salvo el de vivir a Cristo, el de andar conforme al espíritu, el de tener la práctica de ser un espíritu con el Señor. Entonces creceremos a diario, seremos transformados diariamente, y seremos edificados en un solo Cuerpo. Seremos uno adondequiera que vayamos.

Disfrutamos la unidad divina por medio del dispensar de Dios y para el dispensar de Dios. Cuando vivimos en semejante unidad, Dios tiene la oportunidad de dispensarse más y más en nosotros y en otras personas. Una vez que vivimos a Cristo y practicamos ser un espíritu con el Señor, le proporcionamos al Señor la mejor oportunidad de dispensarse a Sí mismo en todas las personas que están a nuestro alrededor, y nosotros también recibimos más dispensar de la vida divina en nosotros. De esta manera la iglesia crecerá y el recobro del Señor aumentará. Entonces el Señor obtendrá la victoria y será glorificado.

(Economía divina, La, capítulo 13, por Witness Lee)