UN DIOS-HOMBRE, NO UN BUEN HOMBRE
Cuando yo era joven, hacía todo rápidamente. Hablaba con prontitud, y caminaba de prisa. Cuando uno es una persona rápida, es muy fácil enojarse. Cuando yo quería hacer algo con rapidez y otra persona se demoraba, yo me irritaba. Más tarde, cuando tenía diecinueve años de edad, fui salvo. Luego, mi hermana regresó del seminario donde estaba estudiando. Ella amaba al Señor y quería seguir adelante con el Señor. Me contó que en el seminario había visto muchos cristianos “espirituales”. Me dijo que estos cristianos hacían todo lentamente. Andaban sin prisa, abrían la Biblia despacio, y hablaban pausadamente. Después de oír ese testimonio, yo deseaba ser una persona lenta, y empecé a aborrecer mi rapidez. Luego empecé a imitar a las personas que eran muy lentas. Trataba de tomar mi Biblia lentamente, de andar despacio, y trataba de leer la Biblia lentamente. Pero finalmente mi rapidez surgió de nuevo. Me di cuenta de que yo no era una persona lenta. Que yo tratara de ser una persona lenta, era como si un mono tratara de imitar a un hombre. Tarde o temprano el mono volverá a ser mono.
Luego, muchos maestros cristianos me enseñaron que yo debía ser paciente, humilde y bondadoso. Se me enseñó que debía ser muy virtuoso. Más tarde, descubrí que yo no podía amar, que no podía ser humilde, y que tampoco podía ser paciente, bondadoso, santo ni justo. Quedé muy decepcionado y luché por un largo tiempo. Un día vi que el hombre nunca podría ser santo. Sólo Dios puede ser santo. No existe la posibilidad de que un pedazo de hierro negro sea oro. Me di cuenta de que lo que Dios quería era entrar en mí para ser mi contenido, para ser mi santidad, para ser mi “oro”. Cuando vi esto y lo comprendí, fue grande mi emoción. Les quería decir a todos que yo tenía a Dios en mí, que Dios era mi contenido. Dios es mi vida, mi santidad, mi amor, mi lentitud y mi todo. Soy un vaso, un recipiente, para contener a Dios y para ser lleno de Dios.
Yo acostumbraba decir a la gente que mi deseo era ser un buen hombre; pero no pude llegar a serlo. Sin embargo, hoy puedo testificar que no soy un hombre bueno. No sea usted un buen hombre, sino un Dios-hombre. Si quiere usted ser un buen hombre, le aseguro que será un mal hombre. No trate en usted mismo de amar a otros. Cuanto más trate de amar a otros, más terminará por odiarlos. Si trata de ser humilde, terminará por ser orgulloso. Incluso es posible que usted tenga una actitud interior como ésta: “¿Acaso no saben que yo soy muy humilde?” Eso es orgullo e indica que usted está orgulloso de su humildad. Usted tiene que olvidarse de ser un buen hombre.
En el huerto del Edén había dos árboles, el árbol de vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn. 2:9). El mal siempre acompaña al bien; el odio, al amor; y el orgullo, a la humildad. Esto no es lo que Dios quiere. Dios quiere vida. Dios no quiere que usted sea un buen hombre; Dios quiere que usted sea un Dios-hombre. Es posible que usted sea un “buen hombre”, pero usted nunca puede ser una expresión de Dios si usted es meramente un buen hombre. Dios hizo al hombre a Su propia imagen con el propósito de que expresara a Dios. Cuando llegamos a ser un Dios-hombre que está lleno de Dios, expresamos a Dios. Un Dios-hombre es una expresión de Dios.
Tal Dios-hombre, que expresa a Dios, es el representante de Dios. El representa a Dios y tiene la autoridad de Dios sobre todas las cosas. Dios creó al hombre a Su propia imagen para que lo expresara a El, y dio Su dominio al hombre para que el hombre reinara de parte de El (Gn. 1:26). Se requiere un Dios-hombre, no un buen hombre para expresar y representar a Dios. La imagen de Dios es para que lo expresemos, y el dominio de Dios es para que lo representemos. Tenemos a Dios mismo en nuestro espíritu, y podemos llenarnos con Dios y estar llenos de Dios para expresarlo y representarlo a El en nuestra calidad de Dios-hombres. Este es el dispensar de Dios mismo en nosotros conforme a la economía divina.
(
EconomÃa divina, La, capítulo 2, por Witness Lee)