APLICAR LA LEY DEL AVIVAMIENTO
Si somos hábiles al aplicar la ley del avivamiento, no nos será difícil ser avivados. No habrá necesidad de permanecer en un estado de opresión por largo tiempo. Cuando nos sintamos oprimidos, veremos una debilidad en nosotros mismos, y esta debilidad nos llevará a ver un aspecto de Cristo. Entonces podremos ser avivados nuevamente. Esto corresponde con lo que dice Pablo en 2 Corintios 12: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí [...] porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (vs. 9-10). Podremos decir: “Cuando estoy abatido, entonces me elevo; cuando sufro, entonces me regocijo; y cuando me enojo, entonces soy agradable”. Si ser de mal genio es nuestra debilidad, esta debilidad se manifestará cuando estemos abatidos. Una vez que esta debilidad se manifiesta, podemos recibir a Cristo como nuestra paciencia. No debemos mirar continuamente nuestras debilidades, ya que éstas se hacen manifiestas para que a través de ellas veamos a Cristo.
El problema con muchos santos es que ven solamente sus debilidades y, como resultado, se desmoronan. Una vez le dije a un hermano que no les pidiese a los santos que cantaran el himno que dice: “Oh Señor, resplandece y resplandece sobre mí” (himno #326 del himnario en chino). Los santos no necesitan verse a sí mismos, ni necesitan más luz, porque ellos no son capaces de levantarse. Si los miembros de un grupo cristiano están confundidos, pelean y actúan según la carne, entonces ellos necesitan cantar: “Oh Señor, resplandece y resplandece sobre mí”. No obstante, hay algunos santos entre nosotros que saben que actúan según la carne, que están en el yo y que son fríos para con el Señor; por ende, no necesitan ver sus debilidades. Cuanto más se vean a sí mismos, más incompetentes se sentirán y más fríos se volverán. No podemos levantarnos, porque no aplicamos la ley del avivamiento.
Por lo tanto, nunca debemos mantenernos enfocados en nuestras debilidades. Las debilidades que descubrimos solamente deben causar que veamos un aspecto de Cristo que podemos experimentar. Cuando contemplemos a Cristo, a quien se nos revela nuevamente en una característica en particular, seremos interiormente vivificados y avivados. Después de experimentar a Cristo de esta manera, no nos interesaremos por nuestras debilidades. En lugar de ello, veremos directamente nuestra meta: el Cristo que es capaz de suministrarnos ricamente en todas las cosas y que resuelve todos nuestros problemas. Entonces seremos avivados y experimentaremos otro ciclo de avivamiento. Cuando veamos una debilidad, debemos inmediatamente ver a Cristo. Entonces experimentaremos otro avivamiento. En esto consiste la ley del avivamiento. Si vemos claramente esta ley, siempre que estemos abatidos y descubramos una debilidad, podemos recibir a Cristo conforme a nuestra debilidad y entrar en un nuevo avivamiento.
No necesitamos rogar a fin de ser avivados. Tan sólo debemos conocer la ley del avivamiento y aplicar esta ley. Cuando veamos una debilidad, simplemente debemos recibir a Cristo según la necesidad que nos fue revelada, y nuestro ser interior se alzará. Éste es un avivamiento. Los avivamientos no duran mucho tiempo; todos llegan a un final. Entonces de nuevo nos vemos a nosotros y también vemos a Cristo; por ende, experimentamos aún otro avivamiento.
Por consiguiente, sentirse abatido, deprimido u oprimido no es nada malo; es un proceso necesario. Sin embargo, no debemos permanecer mucho tiempo en ese estado. La debilidad que vemos en nosotros mismos debe causar que veamos algo de Cristo, lo cual será un nuevo elemento que nos abastecerá, y de nuevo tendremos otro avivamiento. Los que se ejerciten para ser avivados de esta manera crecerán continuamente en Cristo. Su estatura en Cristo aumentará, el elemento espiritual aumentará en ellos, y ellos se despojarán de su yo. Es al experimentar estos ciclos de la ley del avivamiento repetidas veces que podemos seguir creciendo y avanzando espiritualmente.
(
Ley del avivamiento, La, capítulo 3, por Witness Lee)