Estudio-vida de Colosenses, por Witness Lee

II. TRASLADADOS AL REINO DEL HIJO DE SU AMOR

A. El reino del Hijo es la autoridad de Cristo

No sólo fuimos librados de la potestad de las tinieblas, sino también trasladados al reino del Hijo del amor de Dios. El reino del Hijo es la autoridad de Cristo (Ap. 11:15; 12:10).

B. El Hijo del Padre es la expresión del Padre, quien es la fuente de la vida

El Hijo del Padre es la expresión del Padre, quien es la fuente de la vida (Jn. 1:18, 4; 1 Jn. 1:2). El Padre, como fuente de la vida, es expresado en el Hijo.

El Hijo del amor del Padre, como objeto del amor del Padre, llega a ser la corporificación de la vida para nosotros, en el amor divino y con la autoridad que se halla en resurrección. El Hijo, como corporificación de la vida divina, es el objeto del amor del Padre; la vida divina, la cual se encuentra corporificada en el Hijo, nos es dada en el amor divino. De esta manera, el objeto del amor divino llega a ser para nosotros la corporificación de la vida en el amor divino, con la autoridad que está en resurrección. Éste es el reino del Hijo de Su amor.

Es más fácil dar un ejemplo del reino del Hijo de Su amor, que tratar de dar una definición adecuada. Examinemos nuestra experiencia. Cuando nos dimos cuenta de que el Señor Jesús era tan amoroso y adorable, nos sentimos motivados a amarle. Así, cada vez que le expresamos nuestro amor, estamos conscientes de una dulce sensación de amor. No solamente esta sensación de amor incluye al Señor Jesús, sino que también nos incluye a nosotros. De esta manera, nos damos cuenta de que también nosotros somos objetos del amor divino, y como tales, espontáneamente empezamos a ser regidos por cierta autoridad o gobierno. Antes de amar al Señor Jesús, éramos libres para hacer lo que quisiéramos. Ahora, cuanto más decimos: “Señor Jesús, te amo”, menos libres nos sentimos. Anteriormente, no sentíamos sobre nosotros ningún control ni restricción. Podíamos maltratar a otros o participar en entretenimientos mundanos sin sentir ninguna restricción interior. Pero ahora, por amar al Señor Jesús, somos gobernados por Él. Él no nos gobierna de una manera severa, sino de una forma dulce y agradable. ¡Oh, somos restringidos y gobernados de una manera tan dulce! Debido a ello, no nos atrevemos a decir ninguna palabra vana ni a tener ningún pensamiento que desagrade al Señor; antes bien, somos totalmente gobernados y restringidos al máximo en una dulce sensación de amor. Éste es el reino del Hijo de Su amor.

Cuanto más nos dispongamos a ser restringidos y gobernados por el Señor Jesús, siendo motivados por nuestro amor por Él, más creceremos en vida, incluso en abundancia de vida. Esto indica que el reino del Hijo de Su amor tiene como fin que nos deleitemos en el Cristo que es vida para nosotros. Es aquí donde somos librados de todo lo que no es Cristo, lo cual incluye no solamente cosas malignas, sino también asuntos tales como la filosofía, las ordenanzas, las observancias y el ascetismo. Cuando nos aferrábamos a la filosofía, a la ética, al ascetismo y a las ordenanzas, estábamos bajo la potestad de las tinieblas. No obstante, Dios nos libró de esta potestad y nos trasladó a un reino de amor, en el que abunda la vida y la luz. Estando aquí no tenemos observancias, rituales, ordenanzas, prácticas, filosofías, ni el misticismo, el gnosticismo ni el ascetismo, sino únicamente a Cristo, el Hijo de Su amor. Aquí encontramos amor, luz y vida. Esto es lo que significa vivir por Cristo.

Vivir por Cristo significa no vivir por nada que no sea Cristo mismo. Si vemos lo que quiere decir vivir por Cristo, nos daremos cuenta de que muchos de nosotros todavía estamos bajo cierta especie de control establecido por el yo. Este control es la potestad de las tinieblas, y si estamos bajo dicha potestad, no recibiremos ninguna luz al leer la Biblia, ni tendremos las palabras adecuadas para orar. Aunque el Padre nos ha librado de la potestad de las tinieblas, de nuestros pensamientos, emociones, preferencias y comportamiento naturales, es posible que todavía permanezcamos en algún aspecto de nuestro ser natural y que, por ende, sigamos bajo la potestad de las tinieblas. Debido a que en realidad nos hallamos bajo la potestad y el control de las tinieblas y no nos encontramos en el reino del Hijo de Su amor de una manera práctica, disfrutamos muy poco del Cristo que es la porción de los santos.

Puedo testificar que por la misericordia del Señor no soy más controlado por las tinieblas. Tal vez algunos se pregunten por qué parezco ser una persona inconstante en algunos aspectos. La razón es que no soy controlado por ningún aspecto de las tinieblas. En cuanto a asuntos que no son pecaminosos, soy flexible y en ocasiones puedo dar una respuesta en un momento dado y una respuesta distinta en otra ocasión. Recordemos que el libro de Colosenses no confronta el pecado, sino las ordenanzas, las prácticas y las filosofías. Por ejemplo, si un hermano me preguntara algo acerca de la comida, tal vez le diría que tiene la libertad de comer lo que desee; en cambio, si otro hermano me hiciera la misma pregunta, tal vez le contestaría de una manera diferente, según su situación particular. Tal vez yo parezca ser inconstante, pero en realidad no se trata de ser variable o no, sino de rehusar a estar bajo el control que ejerce sobre nosotros la potestad de las tinieblas por medio de las ordenanzas y las observancias.

Insistir en alguna ordenanza o práctica en particular es estar bajo la potestad de las tinieblas. Nuestro Padre nos libró de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de Su amor. Aquí somos restringidos por el amor divino en la vida divina. En lugar de tener ordenanzas, observancias, religión o algún tipo de “ismo”, tenemos únicamente a Cristo. Si vemos esto, nunca habrá disputas ni divisiones en la vida de iglesia.

Si existe algún elemento divisivo entre nosotros, esto muestra que todavía persiste en nosotros algún elemento de la potestad de las tinieblas. La división y confusión que existe entre los cristianos actualmente se debe a la influencia de la potestad de las tinieblas. Si hemos visto lo que significa vivir por Cristo, no tendremos observancias ni ordenanzas. Esto no quiere decir que no honremos la Palabra santa; al contrario, creemos y respetamos la Biblia, pero no la tomamos como un libro de observancias y ordenanzas. En lugar de ello, la tomamos como la revelación del Cristo viviente.

Ser trasladados al reino del Hijo del amor del Padre significa ser trasladados al Hijo, quien es vida para nosotros (1 Jn. 5:12). El Hijo en resurrección (1 P. 1:3; Ro. 6:4-5) es ahora el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Él nos gobierna con Su amor y en Su vida de resurrección. Éste es el reino del Hijo del amor del Padre. Vivimos en Su reino y disfrutamos del amor del Padre cuando vivimos por el Hijo como nuestra vida en resurrección.

Hemos sido trasladados a una esfera donde somos gobernados en amor y con la vida. Aquí, estamos bajo el gobierno y la restricción celestiales, y disfrutamos la verdadera libertad, la libertad apropiada en amor, con la vida y bajo la luz. Esto es lo que significa ser librados de la potestad de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo de Su amor. En este reino disfrutamos a Cristo y llevamos la vida de iglesia. Aquí no hay opiniones ni divisiones, sino solamente la vida de iglesia con Cristo como nuestro todo. Ésta es la revelación que presenta el libro de Colosenses.

En Colosenses, la potestad de las tinieblas se refiere a los buenos aspectos de la cultura, de nuestro carácter y de nuestro ser natural. Por tanto, la potestad de las tinieblas incluye nuestras virtudes, la religión, la filosofía, las observancias, las ordenanzas, y los principios y las normas éticas. Dios nos ha librado de todo esto y nos ha trasladado al reino del Hijo de Su amor, donde vivimos bajo un gobierno y una restricción celestiales. En dicho reino no estamos bajo un gobierno severo, sino bajo el gobierno amoroso del Hijo. Aquí no tenemos la sensación de estar bajo la justicia, el poder ni la autoridad, sino bajo nuestro querido Señor Jesús, quien nos ama tanto. Cuanto más le decimos al Señor Jesús que lo amamos, más libres somos, por un lado, y más restringidos y gobernados estamos, por otro lado. Ya que lo amamos, deseamos tomarle como nuestra persona y como nuestra vida. Ésta es la vida cristiana apropiada que se requiere para llevar la vida de iglesia.

(Estudio-vida de Colosenses, capítulo 4, por Witness Lee)