JESÚS, AL VENIR COMO EL TESTIMONIO DE DIOS,
TESTIFICA CONTRA LA GENERACIÓN MALIGNA
DEL JUDAÍSMO
Finalmente, el Señor Jesús vino como el testimonio de Dios para testificar no sólo en contra del Imperio romano, sino también en contra de la actual generación de los judíos, el judaísmo y el templo. El templo fue edificado para ser el testimonio de Dios en contra de las naciones gentiles, pero Satanás corrompió la esencia de aquel templo al convertirlo en un sistema corrupto que llegó a ser una generación maligna y pecaminosa. El Señor Jesús vino para ser el testimonio vivo de Dios y testificó principalmente contra aquel sistema. Cuando vino el Señor Jesús, vino el Dios que profesaba adorar la religión judía. Sin embargo, el judaísmo, el cual profesaba adorar a Dios, se opuso a Él y lo persiguió. Un día, este Dios, que era Jesús mismo, entró en una casa pequeña en Betania para hablar con María y Lázaro, y Marta le sirvió (Jn. 12:1-3). Jesús, Dios mismo, se encontraba feliz allí. Mientras Él hablaba y tenía comunión con estos queridos santos y bebía, comía y se regocijaba con ellos, los sacerdotes junto con todos los judíos estaban adorando a Dios en una manera muy ordenada y aparentemente bíblica. Sin embargo, en ese momento Dios no estaba en el templo; Él estaba en una casa pequeña en Betania. A primera vista esto no concuerda con las Escrituras. El Antiguo Testimonio al parecer no dijo a la gente que Dios estaría en una pequeña “choza”. No obstante, esto fue lo que hizo Jesús.
Hoy resulta fácil conocer la historia de los Evangelios; pero en aquel entonces, si fuéramos aquellos que buscaban a Dios, habríamos ido al templo a buscarlo y no a esa casa pequeña. Sin embargo, si hubiéramos ido al templo, habríamos errado el blanco. Dios no estaba allí. Habríamos tenido que ir a aquella casa pequeña en Betania para adorar a Dios con simplicidad, no por medio del altar, de ritos ni de un sacerdote en vestiduras sacerdotales. Finalmente, fueron los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas quienes condenaron a muerte a Jesús, quien era Dios. Ellos incitaron a la multitud a gritar: “¡Crucifícale!” (Mr. 15:11-13), y de esta manera mataron al Salvador mismo, quien era el Dios de ellos.
(Testimonio de Jesús, El, capítulo 7, por Witness Lee)