ABRAHAM, ISAAC Y JACOB CON JOSÉ
Ahora de Noé tenemos que avanzar a esta persona completa compuesta de Abraham, Isaac y Jacob junto con José. En esta persona completa podremos ver otros asuntos. Esta persona completa fue llamada por Dios, el Dios de la gloria (Gn. 12:1; Hch. 7:2-3; He. 11:8). Incluso antes de ser llamado, fue escogido por Dios (Ro. 9:11-13). Tal vez no tengamos un entendimiento tan claro de que fuimos escogidos por Dios; probablemente sólo hayamos visto que fuimos llamados por Dios. Sin embargo, antes de llamarnos, Dios nos escogió. Él nos consideró Su elección. Cuando ustedes van al supermercado, no compran todo lo que está allí, sino únicamente lo que escogen. Dios nos seleccionó; por lo tanto, todos nosotros somos Su elección. Él nos amó, y a Sus ojos somos lo mejor. ¡Aleluya! ¡Dios nos seleccionó! No nos escogimos a nosotros mismos. Tal vez nosotros nos rechacemos a nosotros mismos, pero Él nos seleccionó y nos consideró Su elección. Si Él no nos hubiera seleccionado, no estaríamos aquí en el recobro del Señor.
Hechos 7 nos dice que el propio Dios que llamó a Abraham se apareció a él como Dios de la gloria. La gloria es la máxima atracción. Considere cuál era la situación de Abraham. Él vivía en un país idólatra en el que había muchas atracciones, pero un día el propio Dios de la gloria vino y lo llamó. La atracción para salir de aquel país fue la propia gloria de Dios. Aquella gloria atrajo a Abraham.
De este modo, él fue llamado por el Dios de la gloria. Todos nosotros también hemos sido llamados por el Dios de la gloria. Cuando usted fue llamado, ¿no percibió que el Señor Jesús era muy precioso? Esto significa que Jesús es el Jesús de la gloria. Si Él no fuera el Jesús de la gloria, ¿cómo es que puede ser tan precioso? Después Él lo cautivó y lo atrajo a Sí mismo por Su gloria. En todas las reuniones de la iglesia el Señor nos cautiva de alguna manera para atraernos a Él. A lo largo de los siglos el Señor Jesús ha cautivado y llamado a muchísimas personas. Todos nosotros hemos sido llamados por el Dios de la gloria; hemos sido atraídos por la gloria divina.
Después de esto Abraham recibió la promesa del evangelio por parte de Dios, junto con el Espíritu como bendición (Gn. 12:2-3; Gá. 3:8, 14). Gálatas 3:8 nos dice que lo que Dios habló a Abraham en Génesis 12 era la predicación del evangelio. Ésta es la segunda vez que se predica el evangelio en las Escrituras. La primera vez ocurre en Génesis 3:15. La primera predicación del evangelio tenía que ver con la simiente de la mujer, y la segunda predicación tenía que ver con la simiente de Abraham. Esto se refiere a la misma simiente; la simiente de la mujer es la simiente de Abraham. La simiente es Jesucristo, una persona encantadora. Éste es el centro del evangelio. La bendición de este evangelio es el Espíritu. Este Jesús encantador es hoy en día el Espíritu vivificante. Es por eso que no sólo es encantador, sino también muy prevaleciente. Si la gente nos pregunta: “¿Dónde está su Jesús?”, podemos responderle: “¡Jesús está dentro de mí! Él es el Espíritu. Él es muy prevaleciente. Él es viviente y vive en mí. A veces no puedo contenerme, pues Su vivir en mí es muy maravilloso. ¡Es demasiado maravilloso! ¡Aleluya!”. Ésta es la bendición de Abraham. La bendición de Abraham es simplemente el Espíritu vivificante (Gá. 3:14). Cuando el Espíritu vivificante viene a nosotros, es el Dios Triuno quien viene. No es poca cosa que el Espíritu vivificante viva en nosotros; esto significa que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— están con nosotros. Nuestro Cristo vive, y Él vive dentro de nosotros. Éste es el evangelio que hemos recibido.
No sólo hemos recibido este evangelio, sino que también heredamos todas las riquezas de Dios. Las riquezas de Dios son tipificadas por el rico producto de la buena tierra que Isaac heredó (Gn. 25:5; 26:4; 28:13-14). Esto significa que nosotros los que hemos recibido este evangelio heredamos todas las riquezas de Dios. ¡Esto es demasiado rico!
Después de esto necesitamos recibir una visión. Según el relato de la Biblia después que Isaac heredó todas las riquezas, Jacob, su continuación, recibió una visión en un sueño. Él vio la visión de Bet-el, la casa de Dios (Gn. 28:12-13, 16-19). Dios le mostró claramente a Jacob que lo que estaba en Su corazón era una casa. El cielo no es la casa de Dios. La casa de Dios es Su pueblo redimido. Dios desea que Su pueblo redimido sea Su morada, Su casa. Según Isaías 66:1 y 2 el cielo es el trono de Dios y la tierra es el estrado de Sus pies. Pero, ¿dónde está Su casa? Isaías nos dice claramente que el hombre es la morada de Dios. La casa de Dios es el corazón de aquel que está contrito. Dios no desea morar en el cielo; Él desea morar en usted y en mí de manera corporativa.
Dios le mostró a Jacob el deseo de Su corazón, a saber: obtener Bet-el, la casa de Dios. Todos necesitamos tener este mismo sueño y recibir la misma visión. Dios desea una casa, y hoy en día la iglesia es la casa de Dios (1 Ti. 3:15).
Cuando Jacob tuvo el sueño, aún no había sido transformado. Aún era un suplantador, alguien que tomaba por el calcañar. Por un lado, él vio la visión de Bet-el; pero, por otro, estaba siendo transformado. Un día Dios vino a cambiar su nombre de suplantador a príncipe de Dios, es decir, a cambiar su nombre de Jacob a Israel (Gn. 32:28; 41:40-41). Él fue transformado en el príncipe de Dios para expresar a Dios y reinar por Él sobre la tierra.
Después de la transformación de Jacob, José llegó a ser un gran mayordomo que llevaría a cabo la dispensación de Dios al distribuir las riquezas de Dios para alimentar a todos los hombres hambrientos de la tierra. Todas estas ocho personas tan destacadas más José son en realidad el retrato de una persona completa.
Nuestra experiencia puede verse de una manera completa en estos nueve hombres destacados. Usted es Abraham, y también es Abel. Es Enós y también Enoc; y asimismo es Noé. También es Abraham, Isaac y Jacob con José. Finalmente usted será transformado. Hoy nosotros estamos en el proceso de ser transformados. En Adán caímos y fuimos redimidos. En Abel fuimos traídos de regreso a Dios y sufrimos persecución. En Enós invocamos el nombre del Señor y vivimos, no por nosotros mismos, sino por Él. En Enoc caminamos con Dios, y en Noé laboramos junto con Dios. En Abraham fuimos llamados por el Dios de la gloria, y en Isaac heredamos todas las riquezas de Dios. En Jacob el suplantador vimos la elección de Dios y el sueño de la casa de Dios. ¡Cuán maravilloso es que aun los suplantadores sean hechos aptos para recibir la visión de la casa de Dios! En Israel llegamos a ser el príncipe de Dios, y en José reinamos para distribuir las riquezas de Dios a los hambrientos. Ésta es la dispensación de Dios. Cuando llegamos a las experiencias de Israel y José, Dios se ha infundido casi totalmente en el hombre. Este hombre llegó a ser el príncipe de Dios; llegó a ser uno con Dios para expresarlo y reinar por Él.
Ésta es la impartición de Dios según Su dispensación. Dios se ha impartido a Sí mismo a fin de llevar a cabo Su dispensación. Mediante esta impartición, que es según Su dispensación, Dios pudo obtener un príncipe sobre la tierra que estaba saturado de Él. Él pudo forjarse en Su pueblo escogido para que lo expresara y reinara por Él. El final de Génesis nos muestra a un príncipe de Dios, que está lleno de Dios, saturado de Dios y es uno con Dios para expresarlo y reinar por Él. Así pues, vemos la meta de la dispensación de Dios: hacer que los escogidos de Dios sean uno con Él, tengan Su imagen, posean Su vida y tengan en su interior el fluir de vida que los transforma en Su gloriosa imagen para poder expresarlo y reinar por Él. ¡Aleluya por esta maravillosa impartición de Dios según Su dispensación y por la gloriosa meta de ésta!
(
Impartición divina de la Trinidad Divina, La, capítulo 2, por Witness Lee)