IMITADORES DE DIOS
Efesios 5 empieza con estas palabras: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor...” (vs. 1-2). Luego en los siguientes versículos Pablo prosigue diciendo que debemos andar como hijos de luz (vs. 2-14) que entienden cuál es la voluntad del Señor (vs. 15-17). En el capítulo 4 vimos dos asuntos muy sobresalientes: la gracia y la realidad. En el capítulo 5 también encontramos dos asuntos sobresalientes: el amor y la luz. El versículo 2 dice que debemos andar en amor, y el versículo 8 dice que debemos andar como hijos de luz. En la realidad divina, la gracia y la realidad forman un par, y el amor y la luz forman otro par.
El apóstol Juan en su Evangelio recalca la gracia y la realidad. Él dice que el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad (Jn. 1:14). Pero en su primera Epístola, en vez de recalcar la gracia y la realidad, Juan recalca el amor y la luz. En 4:8 él dice que Dios es amor y en 1:5 dice que Dios es luz. No dice que Dios tiene amor o luz, sino que Dios mismo es amor y luz. El amor y la luz son en realidad Dios mismo; son el ser de Dios, Su esencia.
Aunque la Biblia nos dice que Dios es amor y luz, no hay ningún versículo que diga que Dios es gracia. En vez de ello, se nos dice que la gracia y la realidad vinieron (Jn. 1:17). La palabra “vinieron” es muy significativa, pues indica que la gracia tiene una fuente, es decir, que la gracia vino de determinado lugar. Cuando Cristo se encarnó, vino con gracia y realidad. Nosotros, por supuesto, sabemos que la fuente del Señor Jesús era Dios, puesto que vino de Dios el Padre. No hay duda alguna de que la gracia y la realidad también vinieron de Dios el Padre. Por lo tanto, Dios es la fuente de la gracia y la realidad. Dios el Padre es amor y luz. El amor es la fuente de la gracia, y la luz es la fuente de la realidad.
Este entendimiento lo confirma 2 Corintios 13:14, que dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. En este versículo el amor de Dios es la fuente, la gracia de Cristo es lo que procede de esta fuente, y la comunión del Espíritu Santo es la transmisión de esta gracia a nosotros. De manera semejante, el amor es una fuente, y la gracia es el resultado; la luz es una fuente, y la realidad es el resultado. La gracia y la verdad vinieron de Dios el Padre, pero el amor y la luz son Dios el Padre. Una vez que recibimos la gracia y la realidad, podemos volver a Dios para contactarlo y tener comunión con Él. Cuando regresamos a Dios de esta manera, llegamos al amor y la luz. Esto significa que contactamos la fuente de la gracia y la realidad. En primer lugar, nosotros creímos en el Señor Jesús y recibimos la gracia y la realidad. Luego, mediante el disfrute de la gracia y la realidad somos traídos de regreso a la fuente de la gracia y la realidad, que es Dios el Padre como amor y luz. Al mantenernos en esta comunión, llegamos a ser un amado hijo de Dios que anda en amor.
Lo que se revela en el capítulo 5 en cuanto al amor y la luz es más profundo que lo que se revela en el capítulo 4 acerca de la gracia y la realidad. En el capítulo 4 nosotros andamos en gracia, pero en el capítulo 5 andamos en amor. Al andar en amor llegamos a ser hijos de luz, no simplemente personas de la verdad. Es de este modo que podemos ser imitadores de Dios, Aquel que es amor y luz. Esto nos muestra un gran avance y progreso, un avance de la gracia al amor y de la verdad a la luz. Los que buscamos a Cristo y amamos a Dios debemos ser hijos de luz que andan en amor. Puesto que la luz y el amor son Dios mismo, esto significa que somos hijos de Dios que andan en Dios. Ser hijos de luz que andan en amor en realidad equivale a ser hijos de Dios que andan en Dios.
(Impartición divina de la Trinidad Divina, La, capítulo 19, por Witness Lee)