LOS CREYENTES SON PRODUCIDOS
Como resultado de toda la impartición de vida mediante lo que Cristo es, los creyentes son producidos. En primer lugar, ellos son escogidos por Dios (1 P. 2:9a). En segundo lugar, son redimidos con la preciosa sangre de Cristo (1:18-19). Ellos son escogidos y redimidos para recibir la vida. Luego son santificados, o apartados, para recibir la vida (1:2). Por último, son regenerados de la simiente incorruptible de Dios para recibir la vida (1:3, 23). Desde la perspectiva de Dios, la regeneración consiste en impartir vida, y desde nuestra perspectiva consiste en recibir la vida. Todos fuimos regenerados de la simiente incorruptible de Dios. Ésta es la Palabra de vida, que en realidad es la vida misma. La vida divina es la simiente incorruptible de la cual todos hemos nacido.
Como personas que han nacido de la simiente incorruptible, somos niños recién nacidos que desean la leche de la palabra dada sin engaño (2:2, 3). Los niños recién nacidos sólo saben hacer una cosa: tomar leche; no saben cómo mejorar su comportamiento, ni cómo mejorar su carácter. Lo único que les interesa es la leche. Ni siquiera saben la palabra leche, pero algo en su naturaleza la anhela. Inmediatamente después de la regeneración llegamos a ser niños recién nacidos. Tenemos que desear la leche de la Palabra dada sin engaño. Todos los días y todo el tiempo debemos sumergirnos en la Palabra. En la Palabra encontramos la leche. Cuando un bebé está descontento, esto significa que le hace falta la leche. Cuando usted no está contento, esto significa que no ha tomado la leche de la Palabra. Cuando yo me sumerjo en la Palabra, recibo la leche, y entonces mi rostro brilla y resplandece. Si usted tan sólo pasa unos minutos en la Palabra durante su vigilia matutina, saldrá de su cuarto con un rostro resplandeciente. Como niños recién nacidos, ustedes necesitan la leche para poder crecer.
Al crecer llegamos a ser piedras vivas que son edificadas como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo y real (1 P. 2:5, 9; 4:17). Éste es el resultado de la impartición de vida. Nos hace piedras vivas útiles para la edificación de la casa espiritual de Dios. Esta casa espiritual es un cuerpo de sacerdotes, un sacerdocio santo y real, cuya función es ofrecer sacrificios espirituales a Dios y anunciar las virtudes de Dios.
Mediante la regeneración efectuada con la vida de Dios, también llegamos a ser el rebaño de Dios, que continuamente recibe el nutrimento de vida de parte del Pastor (1 P. 5:2), y herederos de la gracia de la vida, que heredan todas las riquezas de la vida (1 P. 3:7). Luego llegamos a ser mayordomos de la multiforme gracia de Dios (1 P. 4:10). No sólo llegamos a ser herederos de la gracia que reciben gracia, sino también mayordomos de la gracia que ministran gracia a otros. Debido a que estamos tan llenos de la gracia, llegamos a ser mayordomos de la gracia que sirven a otros la gracia. ¡Esto es maravilloso! Incluso al servir a otros la gracia se efectúa cierta impartición de vida. En nuestra vida cristiana, todos somos mayordomos. Usted es un mayordomo para mí, y yo soy un mayordomo para usted. Usted me ministra vida a mí, y yo le ministro vida a usted. Hay una mutua impartición entre nosotros. De hecho, la comunión que tenemos unos con otros es una mutua impartición de vida. Mediante esta clase de impartición de vida participamos de Dios y disfrutamos de lo que Él es. Esto es lo que significa participar de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4). Es para esto que Dios nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3), y también es para esto que nos ha dado preciosas y grandísimas promesas (2 P. 1:4). Participar de la naturaleza divina de Dios equivale a disfrutar de la impartición de la vida de Dios.
Con el tiempo, mediante la impartición de la vida de Dios, seremos perfeccionados, confirmados, fortalecidos y cimentados, a fin de ser introducidos en la gloria eterna de Dios (1 P. 5:10). Si Dios no se impartiera en nosotros como vida, jamás podríamos ser perfeccionados, fortalecidos, confirmados, cimentados e introducidos en la gloria eterna de Dios. Éste será el resultado final de la impartición de vida efectuada por Dios.
(Impartición divina de la Trinidad Divina, La, capítulo 9, por Witness Lee)