PARA INTRODUCIR A DIOS
EN EL HOMBRE MEDIANTE
LA ENCARNACIÓN
Ahora queremos llegar al Nuevo Testamento y ver la visión central con respecto a la impartición de Dios a nuestro ser. En el Nuevo Testamento el primer paso de la impartición de Dios en nosotros es que Él se encarnó (Jn. 1:14a). La encarnación significa que Dios nació en el hombre. Antes de la encarnación, Dios estaba fuera del hombre e incluso muy lejos del hombre. Pero en la encarnación, Dios vino a impartirse en la humanidad. Cuando Jesús nació en Belén, Dios se impartió en la humanidad. Jesús era un verdadero hombre de sangre y carne y piel y huesos. Cuando cumplió treinta años de edad, salió a ministrar por tres años y medio. Si bien Él era un verdadero hombre, en Su interior estaba Dios. Dios se impartió en aquel Hombre. Éste es Jesús nuestro Salvador.
La encarnación introduce a Dios en la humanidad con el fin de hacer que ésta sea santa e incluso divina. Sin duda alguna el Señor Jesús es divino y santo. Conforme al mismo principio, incluso nosotros mismos que somos Sus creyentes también somos santos y divinos. Nosotros somos divinos, pero no somos Dios. Esto es como los hijos de un rey. Ellos son de la realeza, pero no son el rey. Ellos son de la realeza porque tienen la vida del rey. Nosotros somos divinos porque tenemos un Padre divino. Nacimos de Dios (Jn. 1:12-13) y, como tales, poseemos Su vida (Jn. 3:15) y participamos de Su naturaleza (2 P. 1:4). Aunque no somos Dios, somos divinos, porque la vida y la naturaleza divinas de Dios han sido impartidas a nuestro ser. Cuando un niño es concebido y nace, esto significa que el padre ha impartido su vida y naturaleza en ese niño. Nacer de Dios significa que Dios imparte en nuestro ser Su vida y Su naturaleza. ¡Debido a que nacimos de Dios nosotros no sólo somos santos sino también divinos! La palabra santo quizás se refiera solamente a la apariencia externa, pero la palabra divino denota la naturaleza interna. Cuando usted vaya de compras a la tienda, no se olvide de que es un hijo de Dios. Usted tiene un estatus real; es divino porque Dios se ha impartido en su ser. Hoy en día, todos tenemos a Cristo, y Cristo ha forjado a Dios en nuestro ser.
(Impartición divina de la Trinidad Divina, La, capítulo 5, por Witness Lee)