Impartición divina de la Trinidad Divina, La, por Witness Lee

PARA PERMANECER CON EL HIJO Y EL PADRE EN LOS CREYENTES

El Espíritu permanece con el Hijo y con el Padre en los creyentes (Jn. 14:17, 23; Ro. 8:9-11). En Romanos 8:9-11 se usan tres títulos divinos de modo intercambiable: el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y Cristo. Esto significa que Cristo es el Espíritu de Cristo y que el Espíritu de Cristo es el Espíritu de Dios. Estos tres títulos divinos se usan de modo intercambiable para describir la impartición de la Trinidad realizada en las tres partes de nuestro ser para mezclarse completamente con nuestro ser. La Trinidad está mezclada con las tres partes de nuestro ser. ¡Esto es verdaderamente maravilloso! Así el Dios Triuno permanece en nosotros en Su máxima consumación, que es el Espíritu vivificante.

¿Por qué debemos dedicar tanto tiempo a este asunto? Porque la verdad leudada todavía permanece en nuestro concepto. Este elemento de levadura es universalmente común entre los cristianos. Los cristianos tienen un entendimiento subconsciente de que los Tres de la Trinidad están divididos y separados. Ellos creen que hoy únicamente tienen al Espíritu Santo en su interior, mas no al Padre ni al Hijo. Es por ello que en nuestro estudio de la Palabra santa en cuanto a la Trinidad hemos tomado un punto tras otro para ver claramente que, en primer lugar, el Hijo viene en nombre del Padre, y el Espíritu es enviado en nombre del Hijo, y en segundo lugar, que el Hijo viene con el Padre, y el Espíritu viene con el Padre y el Hijo. Estos dos puntos demuestran que el Dios Triuno es uno solo. Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos, son uno, inseparables, indivisibles e indivisos. Cuando usted tiene a uno, tiene a los Tres.

Sin embargo, el Padre nunca viene primero a nosotros. El que viene primero a nosotros es siempre el Espíritu. Cuando usted tiene al Espíritu, el Hijo está con usted; y cuando tiene al Hijo, tiene también al Padre. En 1 Juan 2:23 leemos: “El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. Por lo tanto, cuando usted tiene al Hijo, tiene tanto al Hijo como al Padre. Además, debido a que el Hijo viene en calidad de Espíritu (2 Co. 3:17), Él es el Cristo pneumático.

Esto es lo que el Nuevo Testamento llama la vida eterna (1 Jn. 5:20). La vida eterna es el Padre, el Hijo y el Espíritu, quienes vienen a nosotros en la consumación máxima del Dios Triuno, que es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Este Dios Triuno es la realidad de la vida eterna. Por lo tanto, cuando los cristianos decimos que debemos crecer en vida, queremos decir que debemos crecer con el elemento y esencia del Dios Triuno. Cuando hablamos de la vida, nos estamos refiriendo al Dios Triuno; no nos estamos refiriendo a algo aparte del Dios Triuno. La vida en nuestra experiencia cristiana es simplemente el Padre, el Hijo y el Espíritu. La vida es el Dios Triuno mismo, y esta vida está en nosotros. ¡Cuán maravilloso! ¡Qué bendición más grande! El Dios Triuno está en nosotros como nuestra vida.

Antes de la muerte y la resurrección de Cristo, aún no había el Espíritu (Jn. 7:39), porque Cristo aún no había terminado el proceso por el cual tenía que pasar. Él se había encarnado, pero todavía no había pasado por la muerte ni entrado en la resurrección. Pero un día entró en la muerte, pasó por ella y entró en la resurrección, y entonces se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Juan 7:39 dice que aún no había el Espíritu. Esto significa que el proceso por el cual el Espíritu de Dios llegaría a ser el Espíritu vivificante aún no había concluido, porque Jesús no había sido aún glorificado, es decir, todavía no había pasado por la muerte para entrar en la resurrección. Sin embargo, después que pasó por la muerte y entró en la resurrección, Él fue glorificado, y el proceso requerido para producir al Espíritu vivificante fue consumado.

Fue después de Su resurrección que Él les dio a conocer a los discípulos el título de la Trinidad. En Mateo 28:19, después de Su resurrección y en Su resurrección, Él regresó a Sus discípulos y les mandó que hicieran discípulos a todas las naciones y bautizaran a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. No fue sino hasta después que hubo pasado por todos los procesos necesarios, que la Trinidad Divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— fue claramente revelada en las Escrituras. Después de la resurrección de Cristo y en ella, el hombre ahora puede ser bautizado en la Trinidad plenamente procesada, a fin de experimentar una unión orgánica con el Dios Triuno que se imparte a nuestro ser. Ahora nosotros, los que creemos y somos bautizados, somos uno con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y podemos participar del Dios Triuno y disfrutar la impartición de Él mismo a nuestro ser.

(Impartición divina de la Trinidad Divina, La, capítulo 13, por Witness Lee)