APRENDER A QUITAR LAS MANOS
Necesitamos seguir adelante y ver un asunto adicional, otro principio del servicio neotestamentario. Después que producimos a Cristo y ha crecido entre nosotros, necesitamos aprender a quitar las manos. Es maravilloso producir a Cristo, pero cuando Jesús cumplió doce años de edad, surgió un problema. Anteriormente, estaba completamente en las manos de María y José. Sin embargo, cuando Jesús cumplió doce años, algo ocurrió. Repentinamente, Él hizo algo sin el permiso de ellos y sin que lo supieran. Un día cuando salían de Jerusalén, no lo podían encontrar. Después de tres días de una búsqueda infructuosa, regresaron a Jerusalén y, cuando entraron en el templo, encontraron a Jesús sentado allí. Parecía que no era su hijo, y que ellos no eran Sus padres. Parecía que Él era otra persona. María dijo: “Tu padre y yo te hemos buscado con angustia”. Jesús respondió: “¿No sabíais que en los asuntos de Mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:48-49). Con esto Jesús estaba diciendo que Su Padre era Dios, y no José.
¿Qué significa esto? Ocurrió algo similar cuando el Señor Jesús comenzó Su ministerio en Caná al convertir el agua en vino. En esta primera señal se encuentra el principio de negar las relaciones en la carne. El vino se acabó en una boda, y María le habló a Jesús indicándole que debía hacer algo. El Señor Jesús respondió de una manera particular para mostrarle que la posición de ella había cambiado y que Él ya no la consideraba como Su madre, que Él ya no estaba bajo su influencia: “¿Qué tengo que ver con esto que te afecta a ti, mujer?” (Jn. 2:4). Esto fue al comienzo de Su ministerio. Luego, al final, cuando Él estaba en la cruz, le dijo a Su madre que no lo considerara como su hijo (19:26-27). Ya no iba a ser considerado como hijo de ella.
¿Qué significa todo esto? Necesitamos producir a Cristo y criarlo. No solamente debemos concebir a Cristo, dar a luz a Cristo y proteger a Cristo, sino que también necesitamos criar a Cristo. Sin embargo, una vez que hemos criado a Cristo, necesitamos aprender a quitar las manos. Éste es un punto principal en el servicio neotestamentario. María pagó el precio más alto para producir a Cristo. José también pagó un precio para coordinarse con ella en este asunto. Finalmente, lo que produjeron era un verdadero tesoro para ellos. Jesús llegó a ser tan precioso porque se había pagado un precio muy alto para poder producirlo. No obstante, cuando Jesús cumplió doce años de edad, ellos tenían que quitar las manos.
¿Cómo podemos aplicar este principio a nuestro servicio neotestamentario? Supongamos que el apóstol Pablo llegara a Los Ángeles y estableciera la iglesia. En un sentido la iglesia se produciría mediante su ministerio. Si esto se hiciera de la manera en que hoy lo hacen algunas personas, con el tiempo la iglesia en Los Ángeles llegaría a ser una iglesia paulina. Pablo diría que ésa era su iglesia, y se le haría difícil quitar sus manos de la iglesia y no meterse allí. Quizás hagamos una buena labor para el Señor, pero finalmente tenemos que quitar las manos de esa buena obra. A lo largo de mi vida cristiana, he visto a muy pocas personas que están dispuestas a quitar las manos de la obra que habían erigido para el Señor. Ésta es una lección difícil de aprender en el servicio neotestamentario.
Por ejemplo, tenemos un hermano aquí que ha derramado su corazón y todo su ser en los últimos años para la obra con los niños. Realmente creo que algo ha sido producido y establecido. Sin embargo, una vez que se haya edificado esta labor con los niños, este hermano debe quitar las manos; ése es el momento de irse. Cuando algo maravilloso ha sido levantado y edificado a través de usted, el Señor dirá que ése es el momento para que usted quite las manos de ello.
Hay unos hermanos aquí que tienen la carga de emigrar a Chicago para la vida de iglesia. Sin duda, van a producir algo de Cristo en Chicago y, después de algunos años, algo de Cristo será levantado. Ése será el momento de quitar las manos. Ése será el momento para que se vayan, y no para que se queden. Se puede aplicar el mismo principio a los hermanos que emigran a Seattle. Tengo plena certeza de que estos hermanos desempeñarán una labor maravillosa en Seattle a fin de producir a Cristo y edificar la iglesia. No obstante, tengo que recalcar que una vez que algo se haya edificado, el Señor dirá que es el momento en que se vayan. Ya no se necesitaba a María ni a José.
Cuando Jesús salió a ministrar, María y José no estaban con Él; pero a veces algunos de los miembros de su familia le seguían. Realmente creo que hasta cierto punto habían aprendido la lección. Ellos seguían a Jesús, pero no se atrevían a decirle que estaban allí. En una ocasión, sin embargo, algunos fueron al Señor y le dijeron que Su madre y Sus hermanos estaban presentes. Entonces Jesús preguntó: “¿Quién es Mi madre, y quiénes son Mis hermanos?” (Mt. 12:48). Si yo fuera María, realmente estaría ofendida al pensar que había pagado un precio tan alto para producirlo, y ahora Él estaba preguntando en público y en mi presencia quién era Su madre. María tenía que aprender a quitar las manos.
En mi tierra natal dediqué mucho tiempo y esfuerzo laborando para el Señor, y algo sólido fue establecido y edificado. Fue maravilloso. Sin embargo, el Señor hizo que quitara las manos. Él hizo muchas cosas para obligarme a dejar ese lugar, y me fui a Shanghái. Alabado sea el Señor, porque se logró algo otra vez, incluso más maravilloso. Entonces, repentinamente, el Señor me dijo que me fuera otra vez, y dejé la China continental. Tuve que dejar todo lo que fue producido y levantado. De la China continental fui a Taiwán, y la obra comenzó allí. Alabado sea el Señor, otra vez algo maravilloso se produjo. Entonces el Señor me trajo a los Estados Unidos. No importa lo que se hubiera levantado a través de mí, tuve que aprender a quitar las manos.
Todos tenemos que quitar las manos de lo que hemos producido y edificado para el Señor. Sin embargo, no es tan fácil. Es necesario aprender a servir al Señor para producir a Cristo de una manera sólida, pero ni una sola parte de nuestra obra debe estar en nuestras manos. No es fácil laborar sin mantener la obra en nuestras propias manos, e incluso es más difícil laborar y dejar la obra en las manos de otros. Debemos servir al Señor y debemos cooperar con el Señor sin importar el precio. Sin embargo, una vez que se realice la labor, debemos quitar las manos de ella. Todas las madres saben que después que se tiene a un hijo y se le cría, lo más difícil para la madre es quitar las manos de él. No obstante, existe esta necesidad fundamental en el servicio neotestamentario.
(
Servicio neotestamentario, El, capítulo 4, por Witness Lee)