DOS VIDAS LLEGAN A SER UNA SOLA VIDA
En los tres mensajes anteriores, vimos que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— pasó por toda clase de procesos y se forjó en nosotros los seres tripartitos que tenemos un espíritu, un alma y un cuerpo. A fin de que Él se forje en nosotros, lo principal es que Él sea nuestra vida. Por lo general, nuestro concepto es que necesitamos la obra redentora del Señor y Su liberación. Pero no tenemos tanto el concepto de que necesitamos la vida de Dios, es decir, que necesitamos poseer la vida de Dios además de nuestra propia vida humana. Esto no quiere decir que lleguemos a ser Dios y dejemos de ser humanos; más bien, quiere decir que Dios mismo será añadido a nuestro ser.
Incluso si nuestra vida humana no se hubiera corrompido, Dios no la querría. Lo que Dios anhela no es simplemente Su propia vida, sino que Su vida sea añadida a nuestra vida humana. En otras palabras, lo que Dios anhela es que dos vidas se unan hasta ser una sola. Los injertos que se realizan en la esfera física son un ejemplo sencillo que simboliza a la perfección esta unión de dos vidas. Por ejemplo, supongamos que tenemos un duraznero que produce un fruto pequeño y amargo, y que otro árbol produce duraznos dulces y grandes. Si injertamos las ramas del buen árbol en el árbol deficiente, la unión de los dos producirá fruto grande y dulce. Éste es el significado del injerto. No se trata de que nos quedemos con el árbol que produce fruto grande y dulce, y que cortemos el árbol que produce fruto pequeño y amargo; más bien, se trata de injertar el buen árbol que produce fruto grande y dulce en el árbol deficiente que produce fruto pequeño y amargo. Esto no es un intercambio ni un remplazo, sino una unión. El buen árbol es injertado en el árbol deficiente, y el árbol deficiente se mezcla con el buen árbol. Ésta es la vida que es producto de un injerto.
Dios no se ha propuesto que nosotros dejemos de ser seres humanos. No es Su intención hacer de nosotros meros espíritus. Dios quiere que seamos Dios-hombres, aquellos en los cuales Dios ha sido “injertado”. Esto escapa a nuestra mentalidad. Según nuestra mentalidad, únicamente nos tenemos a nosotros mismos, y pensamos que no somos tan malos. Sin embargo, no somos lo suficientemente buenos, pues aún tenemos unos cuantos defectos. Como resultado, necesitamos mejorar y procurar cambiar en el futuro. La idea de cambiar y de ser mejores personas es un concepto netamente humano. Las escuelas educan a las personas con la esperanza de que ellas progresen y sean mejores que antes. Aunque esta clase de esfuerzo por mejorar parece dar algunos resultados, al final, tal persona empeorará y perderá toda esperanza por mejorar. Dios no quiere esto; Él no desea que nosotros desarrollemos la virtud resplandeciente, como decía Confucio, hasta que alcancemos la bondad suprema. Él desea que seamos llenos de Dios hasta que el agua viva, el agua de vida, fluya de nuestro interior como ríos. Esto equivale a que la vida divina sea añadida a la vida humana, que la vida de Dios sea injertada en la vida humana y que dos vidas lleguen a ser una sola, de modo que llevemos la vida mezclada propia de un Dios-hombre.
La norma más elevada del vivir de un cristiano consiste en llevar la vida mezclada propia de un Dios-hombre. El propósito de Dios consiste en forjarse en nosotros al grado en que Él mismo llegue a ser nosotros y nosotros Él, de modo que nosotros y Él lleguemos a ser completamente idénticos en vida, en naturaleza y en imagen. Éste es el punto culminante. Esto es mucho más elevado que ser buenos. Desafortunadamente, aunque muchos de nosotros somos salvos, no tenemos muy claro este asunto ni sabemos en qué consiste la verdadera vida cristiana. Pensamos que la vida cristiana simplemente consiste en tener un buen comportamiento y en glorificar a Dios. Pero el verdadero significado de glorificar a Dios no es hacer estas cosas, sino expresar a Dios. A menudo pensamos que ser humildes, pacientes y hacer buenas obras es glorificar a Dios. Pero en realidad nuestra supuesta humildad, paciencia y ternura no expresan a Dios. En vez de ello, nos expresan a nosotros mismos.
Aunque estoy plenamente convencido de que la condición de todos, incluyendo la mía, no es muy apropiada, un día, gracias a Dios, todos nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús. Cuando invocamos Su nombre, el aliento santo entró en nosotros. A partir de ese momento, Dios ha sido injertado en nuestra vida. Este Jesucristo que está en nosotros es la corporificación del Dios Triuno. Además, este Dios Triuno corporificado llegó a ser un Espíritu, que es el Espíritu compuesto de vida. Él tiene diversos aspectos y es todo-inclusivo. Este Espíritu es Jesucristo y también es el Dios Triuno. Él es nuestro Redentor y también nuestro Salvador. Cuando Él entró en nosotros, recibimos otra vida, la vida de Dios, además de nuestra vida humana. Esto es lo que llamamos la vida injertada. La vida de Dios ha sido injertada en la vida humana, y estas dos vidas se han unido para llegar a ser una sola vida. Esto es semejante a la manera en que las ramas injertadas están unidas al árbol. Por consiguiente, no se trata de cultivarnos ni de mejorar, lo cual sólo produce resultados temporales. Tenemos a Dios injertado en nosotros. Él y nosotros hemos llegado a ser uno; Él es nuestra vida, y nosotros somos Su vivir. Él es nuestro contenido, y nosotros hemos llegado a ser Su expresión. El Dios Triuno pasó por un proceso y entró en nosotros para ser vida en nuestro ser tripartito, es decir, en nuestro espíritu, alma y cuerpo. Esta vida es semejante a una ley, que opera en nosotros diariamente de una manera natural, espontánea y poderosa. Es como un ventilador que, aunque gira lentamente, opera de manera continua y poderosa. Ello se debe a la energía que viene desde la central eléctrica. El Dios Triuno puede ser comparado a la electricidad. Él fue procesado y pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la muerte y la resurrección. En la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante y entró en nosotros. Este Espíritu de vida ha llegado a ser una ley y, como tal, nos regula día a día.
(
Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 5, por Witness Lee)