Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, por Witness Lee

Más extractos de este título...

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE DIOS EL PADRE

El capítulo 1 de Efesios empieza mostrándonos la impartición de Dios el Padre (Ef. 1:4-5). La impartición del Padre se ve en el hecho de que nos escogiera en Cristo antes de la fundación del mundo. El propósito de que Él nos escogiera es que fuésemos santos. Inmediatamente después de escogernos, Él nos predestinó; y Su propósito al predestinarnos era que recibiéramos la filiación por medio de Su Hijo. Tanto la elección como la predestinación nos hablan de Su impartición. Él nos escogió para que fuésemos santos; esto implica que Él nos ha dado Su naturaleza divina. Al poseer Su naturaleza divina, podemos llegar a ser santos. Algunos dicen que puesto que la elección del Padre fue antes de la fundación del mundo, aún no se había efectuado la impartición; sin embargo, para Dios no existe el elemento del tiempo. Por lo tanto, a los ojos de Dios, en el mismo momento en que Él nos escogió, aunque todavía no habíamos sido creados, y aunque los cielos y la tierra no habían sido hechos, en Su presciencia Él nos vio, nos escogió y nos dio Su naturaleza a fin de que pudiéramos ser santos. En esto consiste la impartición.

Después que Dios el Padre nos escogió, Él nos designó y predestinó para filiación. Por consiguiente, a fin de hacernos santos, Dios nos dio Su naturaleza santa, y a fin de que llegáramos a ser Sus hijos y obtuviéramos la filiación, nos dio Su vida. No somos hijos adoptados por Dios; antes bien, somos hijos engendrados por la vida de Dios. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron [...] les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios”. Éstos no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. El que Dios nos predestinara para filiación significa que Él nos engendra e imparte Su vida en nosotros. Por lo tanto, Dios no sólo depositó Su naturaleza en nosotros para hacernos santos, sino que además nos impartió Su vida para hacernos hijos Suyos. Estas dos cosas implican la impartición divina.

Ya que Dios nos escogió para que seamos santos, no tenemos necesidad de luchar por ser salvos por nosotros mismos. Lo que tenemos que hacer es comprender que Dios nos escogió y que en el momento de escogernos depositó en nosotros Su naturaleza. Por lo tanto, no tenemos que esforzarnos ni luchar. En vez de ello, sólo basta con que tengamos comunión con nuestro Padre. Cada mañana al despertarnos, debemos decirle al Padre: “Abba, Padre, Tú eres mi Padre. Tú me has dado Tu vida y Tu nombre. Te alabo porque soy Tu hijo y puedo llegar a ser santo”. Si hacemos esto, puedo garantizarles que seremos santos el resto de la mañana. Antes de la hora del almuerzo debemos decirle nuevamente a nuestro Padre algunas palabras por el estilo. Asimismo, al tomar cada una de nuestras comidas debemos decirle algo a nuestro Padre. Esto será un escudo que nos protegerá de las distracciones y ataques del maligno, y nos hará santos. Dios no tiene ninguna intención de que seamos santos por nosotros mismos. Incluso antes que Dios creara los cielos y la tierra, puso Su vida y naturaleza dentro de nosotros. Mientras llevemos una vida de disfrutar a nuestro Padre cada día, ciertamente seremos santos. En esto consiste la impartición de Dios el Padre.

(Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 11, por Witness Lee)