LA IMPARTICIÓN DIVINA DEL ESPÍRITU
COMO ESENCIA DEL CUERPO DE CRISTO
En Mateo 28:19 el Señor Jesús comisionó a los discípulos para que fueran e hicieran discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En este versículo el Padre se menciona primero, luego el Hijo y finalmente el Espíritu. Pero en Efesios 4:4-6 el orden es revertido: el Espíritu se menciona primero, luego el Hijo y por último el Padre. Al comienzo, cuando bautizamos a las personas en el Dios Triuno, el Padre es primero, porque el Padre es la fuente. Por medio del bautismo, las personas entran en el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo no comienza con el Padre, sino con el Espíritu. Cuando somos bautizados, entramos en el Padre, el Hijo y el Espíritu. Ahora en el Cuerpo de Cristo, estamos experimentando al Espíritu, al Hijo y al Padre. En el primer caso, el orden va de arriba abajo hasta el resultado obtenido; en el segundo caso, el orden va de abajo hacia arriba, hasta llegar a la fuente. Hoy en día, la iglesia como Cuerpo de Cristo está en el Espíritu Santo. Si no estamos en el Espíritu Santo, la iglesia no existe. La iglesia está en el Espíritu Santo. Es solamente cuando estamos en el Espíritu Santo que podemos ser liberados de la carne, y es sólo entonces que podemos tener la iglesia.
Efesios 4:4 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu”. Este Espíritu es la esencia del Cuerpo de Cristo. La esencia denota algo más intrínseco que el elemento. El Espíritu no es el elemento del Cuerpo, sino la esencia del mismo. Si no tenemos al Espíritu en nuestro interior, entonces no somos la iglesia. Somos la iglesia porque tenemos al Espíritu en nuestro interior. La suma total del Espíritu que está en usted, en mí y en todos los creyentes es la iglesia.
La impartición divina del Espíritu, quien es la esencia del Cuerpo de Cristo, produce una esperanza gloriosa en todos los miembros del Cuerpo de Cristo, y esta esperanza es que nuestros cuerpos serán redimidos, es decir, glorificados (Ro. 8:23-25). Todo nuestro ser entrará en la gloria divina. Hasta el día de hoy nuestros cuerpos aún no han entrado en la gloria. Pero tenemos la esperanza de que un día, cuando el Señor venga, nuestro cuerpo, que pertenece a la vieja creación, sea introducido en la gloria de la nueva creación. En otras palabras, el Espíritu en nosotros está constantemente sellándonos, nutriéndonos y saturándonos. Cuando nos haya saturado por completo, seremos glorificados. En aquel tiempo nuestra esperanza vendrá a ser realidad. Nuestro cuerpo ya no será un cuerpo de carne, sino que será un cuerpo espiritual que está empapado del Espíritu.
(Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 15, por Witness Lee)