LA IMPARTICIÓN DIVINA “DEIFICA” A LOS CREYENTES
Hace más de veinte años, cuando por primera vez vine a los Estados Unidos, les dije a los hermanos que aun si Adán, nuestro antepasado, no hubiera caído ni nosotros hubiésemos pecado, de todos modos necesitaríamos ser regenerados. La razón de ello es que Dios deseaba tener muchos hijos que poseyeran Su vida y fueran Su expresión. Aunque Dios creó al hombre perfecto y sin tacha, Él mismo no había entrado en el hombre ni se había unido a él. Si el hombre fuese meramente perfecto mas no tuviera la vida de Dios dentro de sí, esto no satisfaría el anhelo de Dios. Cuando Dios creó al hombre, lo creó como un vaso. Pero el hombre era un vaso vacío. El propósito de Dios es llenar este vaso consigo mismo. Sin embargo, antes que Dios llenara al hombre, el hombre se contaminó y se corrompió. Por tanto, Dios intervino para redimir al hombre y limpiarlo. Pero esto es sólo el medio, y no la meta de Dios. El anhelo máximo de Dios es entrar en el hombre creado para ser su vida a fin de que el hombre gane a Dios, se una a Él y se mezcle con Él, de modo que lleve una vida que es el vivir de Dios. Con este propósito, Él primeramente se hizo hombre, es decir, Dios se “hombre-izó”; luego, Él nos hace aptos para participar de Su vida, y así hace que seamos “Dios-izados”. De esta manera, Él y nosotros llegamos a ser uno y compartimos un solo vivir.
Este concepto no se encuentra en el cristianismo. Aunque la Biblia en efecto contiene esta verdad, los que están en el cristianismo no han podido verla. Podemos comparar esto a cuando leemos un libro. Si hay palabras que no entendemos, no importa cuántas veces lo leamos, no podremos entender el verdadero significado del libro, y no nos preocupará conocer lo que ello implica. El propósito máximo de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros para ser nuestra vida y nuestro todo, a fin de que un día lleguemos a ser Él mismo. Sin embargo, esto no significa que podamos llegar a ser parte de la Deidad ni que lleguemos a ser iguales a Él en Su condición de único Dios. Debemos saber que pese a que hemos nacido de Dios y poseemos la vida de Dios, lo cual nos hace Sus hijos, Su casa y Su familia, no tenemos parte en Su soberanía ni en Su Persona, ni podemos ser adorados como Dios.
En la historia de la iglesia, a partir del siglo segundo, algunos de los padres de la iglesia que exponían la Biblia usaban el término deificación, que significa “hacer al hombre Dios”. Más tarde ellos experimentaron oposición y fueron considerados herejes. Pero Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nosotros los creyentes hemos sido engendrados de Dios. Lo que es nacido del hombre es hombre, y lo que es nacido de Dios debe de ser Dios. Nosotros hemos nacido de Dios; por lo tanto, en este sentido, somos Dios. No obstante, debemos entender que no tenemos parte en la persona de Dios ni podemos ser adorados. Sólo Dios mismo posee la persona de Dios y puede ser adorado por el hombre.
(Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 3, por Witness Lee)