Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, por Witness Lee

Más extractos de este título...

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE DIOS EL ESPÍRITU EN CALIDAD DE SELLO Y ARRAS EN LOS CREYENTES

Efesios 1, después de hablar acerca de la elección y la predestinación realizadas por el Padre, y de la redención efectuada por el Hijo mediante la cual Él ha llegado a ser nuestra esfera y nuestro elemento para que seamos hechos la preciosa herencia de Dios, nos habla de la impartición de Dios el Espíritu en calidad de sello y arras en los creyentes.

A fin de que sean sellados para obtener la imagen de Dios, como una marca de que son la herencia de Dios

Dios el Espíritu se depositó en nosotros como nuestro sello. Este sello nos sella para que obtengamos la imagen de Dios, como una marca de la herencia de Dios. La “tinta” usada en este sello nunca se secará, sino que permanecerá fresca para siempre. Esta tinta saturará y empapará todo nuestro ser. Al comienzo de nuestra vida cristiana, la imagen que deja impresa el sello no es muy clara. Pero cuanto más somos sellados, más clara y definida se hace la imagen. Más aún, el sello se expande hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— es saturado con él. En nosotros mismos jamás podríamos realizar ese sellado, pero Dios nos ha impartido Su Espíritu como un sello a fin de sellarnos. Una vez que este sello está en nosotros, jamás podemos quitárnoslo.

Para que obtengan un anticipo de Dios como bendición de su herencia

El Espíritu en nosotros no sólo es un sello que nos empapa y satura, sino también un anticipo en nosotros para nuestro disfrute.

Cuando era joven, me enseñaron que cuando una persona es llena del Espíritu Santo, de su interior fluirá el agua viva. Debido a esto, procuré tener esta experiencia orando y confesando mis pecados. Un día me llevaron a una reunión pentecostal, y allí vi a unas personas que saltaban, a otras que rodaban por el suelo y a otras que se estaban riendo. Me dijeron que esas personas estaban llenas del Espíritu Santo. Sin embargo, no pude aceptar esa manera de estar “lleno del Espíritu Santo”. Más tarde, el Señor levantó una iglesia en mi casa. No nos reímos, ni saltamos ni gritamos, sino que simplemente oramos, nos reunimos, buscamos al Señor y predicamos el evangelio de una manera callada. No muy lejos de nosotros había un grupo pentecostal. Un día el hermano que tomaba la delantera allí trató de convencerme que aceptara las prácticas pentecostales. Le dije que cuando la iglesia empezó a reunirse en mi casa, había sólo diez santos que asistían a las reuniones, mientras que el número de asistentes en su reunión era tal vez mayor. Le hice notar que después de cierto tiempo, el número de asistentes a nuestras reuniones había aumentado a más de ochocientos, mientras que el número de asistentes a sus reuniones, después de tanto saltar, gritar y ser “llenos del Espíritu Santo”, seguía siendo de sólo cuarenta o cincuenta.

Digo estas cosas para mostrarles a ustedes que en todos mis años de experiencia he visto que Dios no tiene la intención de que saltemos o gritemos; de hecho, todas las cosas de la vida que Dios nos ha dado operan de manera callada y calmada. Nosotros nos acostamos a tiempo, dormimos calmadamente, nos levantamos calmadamente, nos bañamos, oramos-leemos, desayunamos, hacemos nuestro trabajo y estudiamos calmadamente. Aparte del ejercicio físico, hacemos todo lo demás de manera calmada. Vivir de esta manera es lo más saludable. Sucede lo mismo con la vida vegetal. Cuando cultivamos flores, es malo echar demasiado fertilizante o demasiada agua. No debemos perturbar tanto las plantas. En vez de ello, debemos permitir que vivan calmadamente. Incluso si no regamos las plantas, a veces los cielos les darán el agua y las ayudarán a crecer. A veces somos “fríos” con el Señor, e incluso es posible que dejemos de venir a las reuniones. Otras veces podemos amar al Señor tanto que nos volvemos muy fervientes. En el pasado, se nos hacía difícil leer medio capítulo de la Biblia; pero ahora nos es fácil leer cinco capítulos al día. Pero debido a que nuestra “frialdad” o nuestro “fervor” provienen de nosotros mismos, no es algo duradero. Sólo aquellos que son pausados y constantes permanecerán y perseverarán.

Puesto que tenemos al Espíritu en nosotros como un sello, unas arras y un anticipo, cada mañana al despertarnos, debemos dedicar de diez a quince minutos para abrirnos a la Palabra del Señor y leer dos o tres versículos uno tras otro. No es necesario que gritemos o alcemos la voz. Por supuesto, debemos invocar al Señor. Esto es como nuestra respiración. Pero no tenemos que procurar obtener ningún sentimiento; simplemente debemos orar y orar-leer varios versículos de manera calmada y ordinaria. Debemos hacer esto cada día, teniendo comunión con el Señor continuamente. Debemos evitar cualquier cosa que nos robe la calma y hacer las cosas que nos hagan sentir tranquilos y que alegren al Señor. Cuando haya una reunión, debemos siempre asistir. En las reuniones no tenemos que estar muy emocionados; no es necesario que nos pongamos de pie y gritemos. Si tenemos algo que decir, simplemente digámoslo calmadamente. Si tenemos un testimonio que dar, compartámoslo conservando la calma. Si continuamos llevando una vida así de estable, ciertamente seremos un cristiano saludable. Disfrutaremos continuamente la transfusión e impartición del Padre en la que nos infunde la vida de Su Hijo y Su naturaleza divina en nuestro ser.

Tenemos que comprender que son muy pocas las cosas espirituales que se logran una vez para siempre. Al igual que nuestra vida física, la mayoría de las cosas espirituales deben repetirse una y otra vez. Por ejemplo, en nuestra vida física necesitamos comer, beber e inhalar cada día; no podemos “graduarnos” de estas cosas. Sin embargo, no necesitamos hacer estas cosas de forma excesiva; simplemente tenemos que hacerlas en pequeñas porciones por largo tiempo. Asimismo, cuanto más calmada sea nuestra vida cristiana, mejor. Diariamente debemos permitir que el Padre nos imparta Su vida y Su naturaleza. Podemos comparar esto a la electricidad, que fluye continuamente poco a poco en la casa. Si la electricidad viniera toda de una sola vez, sería muy peligroso. Debemos ver primero que todo lo que nuestro Dios quiere que hagamos, no quiere que lo hagamos por nuestro propio esfuerzo, sino por medio de Él. En segundo lugar, todo lo que Dios nos da, no nos lo da todo de una sola vez de modo que no podríamos soportarlo. En vez de ello, nos lo da poco a poco. Por esta razón, tenemos que llevar una vida cristiana estable y normal. Cuanto menos especiales y más normales seamos, mejor.

(Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 11, por Witness Lee)