EL RESULTADO DE LA IMPARTICIÓN
DE LA TRINIDAD DIVINA EN LOS CREYENTES
En estas últimas reuniones creo que logramos ver un misterio glorioso, que consiste en que el Dios Triuno está forjándose en nuestro ser para ser nuestra vida. Esta vida es sencillamente Dios mismo que llega a ser una ley en nosotros con su poder espontáneo. Muchas veces no conocemos esta ley ni tenemos alguna sensación de ella. No obstante, está operando en nuestro interior. Aunque tenemos muchas debilidades, erramos y fracasamos, hemos sido protegidos y sustentados hasta el día de hoy porque que en nuestro interior tenemos esta ley que nos protege y sustenta, la cual nos ha guardado hasta hoy.
En el aspecto negativo
Cuando leemos el libro de Romanos, enseguida nos damos cuenta que el relato va de la circunferencia hacia el centro. Este centro es el Espíritu de vida. Este Espíritu tiene una ley que opera diariamente en nuestro espíritu. Su principal función es librarnos de muchas maneras. Después que el hombre cayó, todo su ser se halló en una condición caída. Era como un prisionero atado y esclavizado a la carne. Entonces Cristo vino. Él es la corporificación del Dios Triuno. Él llegó a ser el Espíritu de vida y entró en nosotros para ser una ley, la cual nos regula a diario en nuestro interior. Esta ley nos libra en Cristo Jesús de todas las cosas negativas y nos salva de la ley satánica del pecado y de la muerte presente en nuestra naturaleza caída, y del cuerpo de esta muerte.
Cuando Dios creó al hombre, lo creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Por ello, el cuerpo que Él creó originalmente era un vaso puro. Sin embargo, el hombre cayó e introdujo en sí mismo la fuente de muerte, Satanás. Cuando Satanás entró en el hombre, llegó a ser la ley del pecado y de la muerte en la carne del hombre. Esta ley del pecado y de la muerte no sólo hace que nuestra carne tenga el poder espontáneo de pecar, de modo que perdamos nuestra libertad y seamos atados al pecado, sino que también trae la muerte, la cual nos hace incapaces de hacer lo bueno e insensibles cuando hacemos lo malo. Como resultado, todo lo que nuestra carne hace viene a ser muerte y produce muerte. Es por eso que nuestro cuerpo viene a ser el cuerpo de esta muerte. Pero cuando somos salvos, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos libra de la ley del pecado y de la muerte, y también del cuerpo de esta muerte.
Además, después que el hombre cayó, Satanás se inyectó en el cuerpo humano. Como resultado, el cuerpo humano se corrompió y degeneró convirtiéndose en la carne, trayendo consigo la muerte y el envejecimiento, y muriendo con ella. Por consiguiente, en lo que se refiere a nuestro cuerpo caído, cada día no vivimos sino que morimos. Cuando una persona es joven, le gusta que le celebren su cumpleaños. Pero después que envejece y llega a los setenta u ochenta, probablemente no quiera que le celebren más su cumpleaños. Esto es como depositar cien dólares en el banco. Si cada año gasto un dólar, esto significa que cada año tengo un dólar menos. Con respecto a nuestro cuerpo hay muerte; ésta es su suerte y su destino.
Además de los problemas que hemos mencionado, tenemos otro problema, el cual es que somos comunes. Mientras vivimos en la tierra, con frecuencia nos contaminamos con la suciedad de este mundo, y subconscientemente nos volvemos comunes. Pablo nos rogó en Romanos 12:2 que no nos amoldemos “a este siglo”. “Este siglo” se refiere a la parte actual y práctica del mundo. Es la parte con la cual tenemos contacto y en la cual vivimos. Cada siglo tiene su propia forma, característica, moda, estilo y corriente. Es como un molde que moldea a las personas según su forma. Por esta razón, lo que vestimos y las cosas que tenemos deben ser lo más sencillo posible. Mientras nuestras necesidades sean satisfechas, con ello basta. Sin embargo, es sólo cuando la ley del Espíritu de vida nos regula que podemos amar al Señor y ser sencillos. Por lo tanto, debemos tener comunión con el Señor y vivir en la ley del Espíritu de vida a fin de que nuestro vivir sea sencillo y esté libre de los enredos del mundo.
Romanos 12 también nos muestra que una persona que vive en la iglesia y en el Cuerpo de Cristo debe tener una elevada norma de vida. Debe solamente amar y no odiar; y debe solamente bendecir y no maldecir. La única manera de llevar esta clase de vida es obedecer a la ley del Espíritu de vida, permitiendo que esta ley nos regule y elimine de nuestro ser todos los elementos negativos y la vil manera de vivir a fin de que podamos llevar una vida que tenga una norma sobresaliente de moralidad.
Por último, Romanos 16:17 nos exhorta a que nos fijemos “en los que causan divisiones y tropiezos [...], y que [nos apartemos] de ellos”. Los dos mil años del cristianismo son una historia de divisiones. A nuestra naturaleza caída le gusta ser diferente de los demás y luchar por ser el primero. No le gusta someterse a otros. Todas estas cosas son factores de división. Solamente al estar en el espíritu y al obedecer la ley del Espíritu de vida podemos recibir a otros desde lo más recóndito de nuestro corazón, y sólo entonces podemos guardar la unidad del Cuerpo de Cristo. Sólo entonces podemos considerar iguales a todas las iglesias y ver a todos los santos igualmente preciosos, sin hacer comparaciones, sin celos y sin rivalidades. Es por ello que necesitamos ser salvos diariamente para vivir en la ley del Espíritu de vida a fin de disfrutar la impartición divina de la Trinidad Divina, de modo que todo nuestro ser sea liberado y salvo, en el aspecto negativo, de la ley del pecado y de la muerte, del cuerpo de esta muerte, de la condición mortal del cuerpo, de ser común, de una vil manera de vivir y de la división. De esta manera, seremos salvos en la vida de Cristo y reinaremos en Su vida, y seremos librados de toda persona, acontecimiento o cosa que sea contrario a la justicia, santidad y gloria de Dios; asimismo, subyugaremos a Satanás, el enemigo de Dios, y traeremos el reino de Dios.
En el aspecto positivo:
nos santifica, transforma, conforma y redime
La impartición que la Trinidad Divina como ley del Espíritu de vida realiza en nosotros los creyentes no sólo da por resultado que seamos librados de las cosas negativas y las subyuguemos, sino que además de esto, nos imparte un suministro positivo en nuestro espíritu, alma y cuerpo. En primer lugar, nos santifica. Esta santificación no es sólo una santificación en cuanto a posición, sino que también es una transformación de nuestro modo de ser. Ocurre a medida que la Trinidad Divina como Espíritu de vida satura todo nuestro ser con la naturaleza santa, y de ese modo transforma nuestro elemento natural en un elemento espiritual, a fin de que cada parte de nuestro ser puede ser santificada y apartada para Dios (6:19, 22). En segundo lugar, nuestras mentes son renovadas (12:2b). La renovación de la mente es la base de la transformación del alma. Es el resultado de haber puesto de manera continua nuestra mente en el espíritu. Mientras la ley del Espíritu de vida se imparte en nuestro interior, se añade a nosotros una nueva esencia, lo cual produce un cambio metabólico que nos hace personas aptas para practicar la vida de iglesia. En tercer lugar, cada parte de nuestra alma es transformada. Puesto que nuestra mente es la parte principal de nuestra alma, cuando nuestra mente es renovada, la voluntad y la parte emotiva —que son las otras partes que junto con la mente componen nuestra alma— son también renovadas de forma espontánea. Así pues, cada parte de nuestra alma es transformada (v. 2b).
En cuarto lugar, esta ley del Espíritu de vida llega a ser un molde en nosotros que nos hace conformes a la imagen del Hijo primogénito de Dios (8:29a). Cada vida posee su propia estructura y forma. El Dios Triuno, como ley del Espíritu de vida, también posee una imagen, que es la imagen del Hijo primogénito de Dios. Si andamos conforme a la ley del Espíritu de vida, Él continuamente operará en nosotros hasta que seamos santificados, renovados, transformados y conformados a la imagen de Cristo. Cristo es el Hijo primogénito de Dios, y al final nosotros llegaremos a ser Sus muchos hijos, que son exactamente iguales al Hijo primogénito, Cristo (8:29b).
(
Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 6, por Witness Lee)