Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, por Witness Lee

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LAS CUATRO LEYES

Podemos afirmar que la cuestión principal que abarcan las epístolas de Pablo es el misterio de la impartición divina de la Trinidad Divina. Al comienzo de Romanos, Pablo habla de manera sencilla de la creación de los cielos y de la tierra. Después que Dios creó al hombre, éste cayó delante de Dios y ha tenido una historia de pecado. Dios entonces le dio la ley para mostrarle al hombre su condición pecaminosa delante de Él. Bajo la condenación de Dios, el hombre es corrupto y está en una condición lamentable. Sin embargo, damos gracias a Dios porque Cristo vino y efectuó la redención por nosotros. Él fue resucitado en la gloria del Padre, y nos libró del pecado y de la muerte a fin de que podamos vivir en la novedad de la vida de Dios. Eso es lo que se abarca en Romanos del capítulo 1 al 6. A partir del capítulo 7, Pablo empieza a hablar de una manera profunda acerca del misterio.

La ley del bien en la mente

Él nos dijo que con respecto al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, el Padre está en el Hijo, el Hijo ha llegado a ser el Espíritu, quien es el Espíritu de vida, y que este Espíritu de vida tiene una ley. Nosotros sabemos que si lanzamos objetos hacia arriba, éstos descienden por sí solos. Esto se debe a la fuerza de gravedad, la cual es una ley. Pablo descubrió, con base en su experiencia espiritual, que hay una ley en el universo, la cual es la ley del Espíritu de vida. Romanos 7 y 8 nos presentan una explicación clara de esta ley. En estos dos capítulos se mencionan cuatro leyes. La primera es la ley del bien en la mente del hombre. Cuando Dios creó al hombre, lo creó a Su imagen, es decir, conforme a lo que Él mismo es: amor, luz, santidad y justicia. Por consiguiente, el hombre que Dios creó era igual a Él, pues interiormente posee amor, luz, santidad y justicia. La única diferencia es que el amor de Dios, Su luz, Su santidad y Su justicia son divinos, mientras que nuestro amor, luz, santidad y justicia son humanos. El hombre fue creado por Dios de esta manera, con una vida humana y con una ley que corresponde a dicha vida.

Toda criatura viviente posee una ley de vida. Por ejemplo, cuando el melocotonero da fruto, ciertamente produce melocotones, pues ésa es la ley del melocotonero. El melocotonero produce melocotones, y el peral produce peras. El gato engendra gatitos, y el perro engendra perritos. Cada vida posee su propia ley. La vida humana fue creada por Dios; ésta es la vida más elevada entre todas las criaturas. Por supuesto, esta vida también posee su ley. Aunque nuestro antepasado pecó e hizo que el hombre cayera en pecado, en lo profundo de nuestro ser aún poseemos amor, luz, santidad y justicia. No nos gusta equivocarnos, ni queremos estar en tinieblas. Queremos hacer el bien, y deseamos actuar en la luz. Esto nos muestra, sin lugar a dudas, que el hombre desea hacer el bien. Por un lado, somos corruptos; por otro, todavía queremos hacer el bien. En lo profundo de cada uno de nosotros, tenemos un corazón que desea hacer el bien. A esto se refiere Pablo cuando habla de la ley del bien en nuestra mente.

La ley del pecado en la carne del hombre

En segundo lugar, tenemos la ley del pecado en la carne del hombre. Después que el hombre cayó al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, llegó a tener otra ley en su carne. Esta ley es también una vida, pero no es la vida de Dios ni la vida humana. Al contrario, es la vida maligna de Satanás. Cuando esta vida entra en el hombre, él llega a poseer la naturaleza de Satanás y hereda otra ley, que es la ley del mal y del pecado. Pablo dijo en Romanos 7:19-21: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico. Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo”. Más aún, esta ley estaba constantemente en guerra contra la ley del bien en la mente de Pablo, para hacerlo un cautivo y llevarlo a hacer el mal (v. 23).

(Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Un, capítulo 3, por Witness Lee)