EL PRIMER PASO HACIA LA VICTORIA
ES LA COMPRENSION DE QUE NO SOMOS CAPACES
Es posible que el joven gobernante pudiera cumplir cinco o cincuenta o inclusive quinientas condiciones, pero Dios le puso algo delante de él para mostrarle que no era capaz. Amigos, el primer paso hacia la victoria es comprender que no somos capaces. Una vez que comprendamos que somos impotentes, hemos dado el primer paso. Todos los aquí presentes tienen algo que no pueden vencer. Es extraño que siempre fracasemos en esto. Para algunos es su mal genio, sus pensamientos impuros, su locuacidad, su incapacidad para levantarse temprano, sus exigencias dogmáticas, su envidia o su orgullo. No entendemos por qué, pero siempre hay algo que uno no puede vencer. Todos los que deseen vencer, tienen que descubrir delante de Dios aquello que les falta. A cada uno le falta “una cosa” en particular. Por lo menos carece de “una cosa”. A veces hay más. Cuando estemos delante de Dios, El nos demostrará que no somos capaces.
Una hermana tenía un gran deseo de vencer. Ella trató muchas cosas delante de Dios. Todos los días escribía cartas a otros disculpándose por sus malos hechos y cada día ella subía a una montaña a orar. Cada vez que ella bajaba de la montaña, yo le preguntaba si había vencido su obstáculo. Ella me decía que había cavado otra tumba en la montaña y que había enterrado allí una cosa más. Cuando le preguntaba al día siguiente, ella me decía que había encontrado más pecados y que los había enterrado y había tratado de vencer. Durante más de veinte días ella luchó con sus pecados. Al final le pregunté: “¿Ya casi acabas?”. a lo cual respondió: “Después de tantas luchas, creo que ya casi he vencido”. Luego le dije en privado a una hermana colaboradora: “Solamente espera y ya verás”. Un día fui a la casa de aquella hermana y la vi muy triste. No le pregunté cuál era la razón. Siempre es bueno estar triste y no siempre es sabio impedir que una persona se entristezca. Así que no le dije nada. Esto continuó por seis días. Ella parecía estar triste todos los días.
Después de seis días un hermano nos invitó a todos a una cena. La hermana también estaba invitada. Ella asistió, pero no comió casi nada. Estaba sentada frente a mí y sonreía, pero en realidad se sentía muy triste en su corazón. Había más de veinte hermanos y solamente tres hermanas ese día. Yo había escrito una nueva canción y después de la comida le pedí que la tocara en el piano. Después de tocar dos estrofas, comenzaron a rodar lágrimas por sus mejillas. Yo la dejé llorar y no le dije nada. Después de un rato le pregunté: “¿Qué sucede?”. Ella dijo: “¡No tiene caso! No puedo vencer algo, no importa cuánto lo intente”. Ella era una hermana tímida pero lloró allí delante de veinte o más hermanos. Ella no podía contenerse y continuó llorando. Le pregunté qué era lo que no podía vencer. Ella dijo que había estado luchando con un asunto por una semana, pero que no había podido vencerlo. Dijo: “Hermano Nee, durante las últimas semanas he estado luchando con mis pecados cada día. He puesto fin a todos mis pecados”. Yo podía testificar que ella verdaderamente había estado luchando con sus pecados. Ella continuó: “Pero a pesar de todo lo que hice la semana pasada, no he podido vencer este pecado”. Pensé que debía tratarse de un pecado muy grande. Yo le pregunté qué no había podido vencer. Ella respondió: “Se trata de un asunto muy pequeño. Pero no puedo quitármelo. He tenido este hábito desde mi juventud. Me gusta comer entre comidas. Después del desayuno me gusta comer un poquito aquí y allá. Antes de la hora del almuerzo me da un deseo terrible de comer alguna merienda. Después del almuerzo quiero comer algo, y antes de ir a acostarme en la noche busco más meriendas. Durante los últimos días me he dado cuenta de que tengo que ponerle fin a este asunto. No debo estar comiendo constantemente. Así que comencé a tratar de resolver esto; sin embargo, lo intenté por seis días y fracasé. Soy peor que mis tres hijos. Tan pronto veo algún bocadillo, me lo llevo a la boca. No puedo contenerme”. Ella lloraba mientras hablaba. Pero cuando yo escuché esto me puse muy contento. Me reí. Estaba muy contento. Mientras ella lloraba, algunos hermanos se retiraron y algunas hermanas trataron de evitar la escena. Ella lloraba amargamente, pero yo me reía de buena gana, mientras ella lloraba, yo estaba riéndome. Ella me preguntó por qué estaba tan contento. Yo le dije: “Estoy contento, y mi corazón salta de alegría. Hermana, ¿está segura de que no es capaz? ¿Se ha dado cuenta de su impotencia en sólo veinte días o más? Le doy gracias a Dios porque usted finalmente ha descubierto que no puede hacer nada. Permítame decirle: cuando usted es impotente, El llega a ser capaz. He aquí el principio de la victoria”. Una hora más tarde ella rompió la barrera y entró plenamente en la experiencia de la victoria.
La manera de vencer es ver que siempre falta una cosa. Usted puede pensar que tiene razón en esto o aquello. Es posible que usted piense que puede hacer algo, pero Dios tiene que demostrarle que no puede hacer nada. Hermanos y hermanas, todos los que deseen vencer, deben descubrir primero aquello que no pueden hacer. Uno sólo puede descubrir su incapacidad por medio de este asunto particular. ¿Tiene usted algún pecado particular? ¿Hay en su vida un pecado que no puede vencer? Aquellos que son demasiado amplios nunca pueden cruzar la puerta de la victoria. Usted debe conocer las áreas específicas en las que es débil. Esto le demostrará que usted necesita vencer algo. Para algunos es el orgullo. Para otros es la envidia. Para otros puede ser su sensibilidad, pues el cambio más leve los afecta. Para algunos, son sus pensamientos impuros. Para otros, es su exagerada locuacidad. Para otros es su meticulosidad excesiva. A algunos les gusta hablar de otros y esparcir rumores. Otros no pueden controlar sus apetitos físicos. Siempre hay algo que uno no puede vencer. Después de oír esto, espero que usted se detenga y escriba en su Biblia las siguientes palabras: “Aún te falta una cosa”. Usted tiene que descubrir cuál es.
Al joven de Lucas 18 le faltaba vender todo lo que tenía. Temo que algunos entre nosotros también son incapaces de soltar su dinero. Para algunas personas tal vez el problema no sea el dinero, pero todavía les hace falta una cosa. Si su problema no es apego al dinero, ¿cuál es? Escriba el pecado que le es imposible vencer. Si usted sabe donde está su debilidad, podrá ser específico delante de Dios en cuanto a vencer tal pecado. Cada persona tiene que percatarse dónde está su problema específico. Toda persona tiene su debilidad específica y debe pedirle a Dios que lo ilumine y le muestre su debilidad. Cada persona tiene, por lo menos, una cosa que no puede vencer. Para algunas personas puede ser más de una cosa. Usted tiene que descubrir aquello que no puede vencer. Una vez que usted vea que no puede, podrá ver que Dios sí puede. Si usted no ve su propia debilidad, usted no verá el poder de Cristo.
Hermanos y hermanas, ¿por qué Dios dejó una o dos cosas no resueltas en nuestra vida? Para mostrarnos que no somos capaces de hacer nada por nosotros mismos. Este es un principio general de las Escrituras, y es un principio muy importante. Al declarar que el Señor Jesús fue crucificado por nosotros, es muy fácil olvidar que al mismo tiempo opera este principio. Dios sabe que usted es incapaz y que yo soy incapaz. El sabe que nada bueno procede de la carne. El lo sabe desde hace mucho tiempo, pero parece que nosotros no lo sabemos. Nosotros no comprendemos que nada bueno puede provenir de la carne. Como resultado, seguimos esperando y procurando hacer lo posible por agradar a Dios.
Dios sabe que nuestra carne es inútil. Pero nosotros lo ignoramos. Es por eso que El nos dio la ley. El propósito de la ley es demostrarle al hombre que es pecaminoso e impotente. La ley no fue dada para que la guardáramos; Dios sabe que no podemos guardar la ley. La ley fue dada para que la quebrantásemos. No fue dada para que el hombre la guardara, sino para que la quebrantara. Dios sabe que vamos a quebrantar la ley, pero nosotros no lo sabemos. Por tanto, nos dio la ley y permitió que la quebrantásemos. Es así como llegamos a saber lo que Dios ya sabe, y es así como llegamos a estar conscientes de nuestra impotencia. Como cristianos declaramos que estamos por encima de la ley. Pensamos que los diez mandamientos son la ley, pero olvidamos que todos los mandamientos del Nuevo Testamento también son la ley. Por medio de estos mandamientos Dios nos demuestra que no podemos cumplirlos. Dios tiene que llevarnos al punto en que confesemos que no podemos lograrlo. Sólo entonces podremos reconocer la sabiduría que Dios ejerció al crucificarnos, y sólo entonces comprenderemos que somos inútiles y que la única manera de solucionar nuestro problema es la muerte. De no ser así, creeríamos que es un error que Dios nos crucifique porque todavía pensamos que podemos hacer algo.
Es por esto que Romanos 7 es tan valioso. La persona descrita en Romanos 7 estaba en una constante lucha. ¿Por qué luchaba? Porque todavía estaba llena de esperanza en sí misma, aunque Dios ya había perdido esperanza en ella. Este hombre trataba de agradar a Dios y de guardar la ley. Pero el resultado fue un fracaso total. Al final tuvo que reconocer cuán sabio fue Dios al crucificarlo. Era correcto que Dios lo crucificara. Dios dijo que tal hombre debía morir y el hombre reconoció que debía morir.
Muchos cristianos no vencen porque no han fracasado lo suficiente. Todavía no han cometido suficientes pecados; por eso no han vencido. Si cometieran más pecados, les sería más fácil vencer. Si vieran la corrupción de la carne, les sería más fácil vencer. La persona de Romanos 7 estaba tan desesperada que finalmente clamó y dijo: “¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. Se dio cuenta de que él no lo lograría, así que preguntó si alguien lo podría librar del cuerpo de muerte. Al descubrir que era un asunto de “alguien”, ya iba en camino de la victoria. Una vez que vio que había “alguien”, ese alguien podía acudir a rescatarlo inmediatamente. Por tanto, hermanos y hermanas, lo primero que tenemos que ver es que según el punto de vista de Dios somos absolutamente inútiles delante de El. Dios ve que somos absolutamente inútiles. De la misma forma, debemos vernos a nosotros mismos como absolutamente inútiles. Si no hemos llegado a ver nuestra absoluta incapacidad, nunca aceptaremos la evaluación que hace la cruz y nunca podremos llegar a decir que estamos crucificados juntamente con Cristo ni que ya no soy yo quien vive. Si todavía tenemos esperanza en nosotros, quiere decir que creemos que aún somos útiles y no diremos: “Ya no vivo yo”.
(
Vida que vence, La, capítulo 4, por Watchman Nee)