QUE HACER DIARIAMENTE DESPUES DE VENCER
La victoria sobre los pecados que nos asedian
Muchos cristianos han vencido en realidad, y Cristo es verdaderamente su victoria. Pero desconocen cómo mantener esta vida y pronto vuelven a caer. Lo más inmediato que el cristiano debe esperar y anhelar después de haber obtenido la victoria, es que Dios lo libre de pecados específicos, los pecados que lo han perturbado y asediado continuamente. Ningún cristiano que haya entrado en la experiencia de la victoria debe seguir cargando con ningún pecado en particular. El Señor ya nos salvó y ya es nuestra vida vencedora. Podemos decir: “Señor, te alabo porque la victoria de Cristo ha venido a ser mi victoria. Te doy gracias porque la santidad de Cristo ha llegado a ser mi santidad”. Esta es Cristo, quien vive en nuestro lugar. Si un hermano estaba atado por su impaciencia, ésta debe desaparecer. Un hermano pudo haber estado lleno de dudas, y éstas pudieron haberle causado muchas molestias. Pudo haber sido una persona muy locuaz, y puede haberse sentido desesperado por esto. Una persona puede haber estado atada a cualquiera de las ocho clases de pecados que mencionamos al principio, y haber sido muy mortificada por ello. Ahora, ella puede esperar que Dios erradique todos estos pecados. Una vez que una persona ha vencido, debe decirle a Dios: “Señor, vengo a Ti para que pongas todos estos pecados bajo mis pies”.
Es necesario eliminar muchos otros problemas relacionados con el pecado. Por ejemplo, usted puede haber ofendido a otras personas. Ahora usted debe pedirles perdón. Antes, no contaba con la fuerza para pedirles perdón, pero ahora la tiene. Antes, pudo haber estado atado a algo, pero ahora Cristo vive en usted, y usted es libre. En consecuencia, inmediatamente después de que un hermano o hermana empieza a experimentar la victoria, él o ella debe pedirle al Señor que lo libre de su pecado específico, es decir, aquel pecado que lo ha estado asediando y enredando constantemente. Si uno permite que este pecado permanezca, no sólo otros dirán que no ha vencido, sino que uno mismo comenzará a dudar de que su experiencia de victoria sea genuina. Antes de recibir la vida vencedora, nadie tiene fuerzas para pelear la batalla, pero una vez que recibe la vida vencedora, tiene fuerzas para luchar. Ahora tiene la fe y el poder, y puede pelear la batalla.
En Chefoo en cierta ocasión unas hermanas occidentales vinieron a preguntarme si era necesario seguir peleando la batalla después de haber vencido. Les respondí: “El asunto depende de si uno pelea para vencer o vence para pelear. Uno nunca puede pelear para vencer, pero es correcto vencer para pelear. Por lo tanto, el asunto depende de si vamos de la batalla hacia la victoria, o de la victoria hacia la batalla”. Muchas personas luchan y se esfuerzan por vencer, y el resultado es un fracaso constante. Jamás alcanzaremos la victoria por nuestro propio esfuerzo. La victoria viene de Cristo y es Dios quien nos la da. Creímos que el Señor es nuestra santidad, nuestra perfección y nuestra victoria. Así que, todo lo demás debe ser desechado. Todo lo que el Padre no ha plantado será arrancado.
Una vez usé un ejemplo mientras hablaba con un hermano. Le dije: “Suponga que usted compra un lote y firma un contrato con el vendedor. En el contrato queda estipulado el largo y ancho del lote. Al reclamar su parcela, suponga que se encuentra a unos vagos tratando de construir una casa en su terreno. ¿Qué haría usted en ese caso? Debe echar a los intrusos basándose en la autoridad de su contrato”. Lo mismo debe suceder con nosotros en nuestra batalla contra el pecado. No necesitamos luchar con nuestras propias fuerzas, sino con la autoridad que Dios nos dio. Es cierto que la Biblia nos manda que luchemos, pero también dice que debemos luchar con fe. La Biblia también dice que debemos obtener victoria contra el enemigo, pero dice que debemos hacerlo por medio de la fe. La Biblia dice que debemos resistir al diablo, pero dice que debemos resistirlo con el escudo de la fe.
Hermanos y hermanas, ¿proviene nuestro carácter particular de la vida de Cristo? ¿Provienen de la vida de Cristo nuestra perspicacia, nuestra locuacidad y nuestra manera persistente de pecar? Por supuesto que no, bien lo sabemos. Estas cosas no provienen de Cristo. Dado que no provienen de El, podemos ordenarles que se vayan. Si tratamos primero de resistirlas, para luego vencerlas, sin duda seremos derrotados. Si primero tratamos de luchar con nuestras propias fuerzas para vencer, con seguridad fracasaremos. Pero si primero vencemos y luego luchamos, y si luchamos sobre la base de la victoria, iremos de victoria en victoria. Por lo tanto, la cuestión importante es si uno lucha para obtener victoria o si lucha sobre la base de la victoria. Luchar sobre la base de la victoria es decir: “Señor, te doy gracias y te alabo porque Tú has vencido. Ya que Tú venciste, puedo echar todos estos pecados de mí”. Después que el cristiano ha experimentado la vida vencedora, debe decir: “Te doy gracias, Dios. Puesto que Cristo es mi vida, estos pecados no deben permanecer en mí. Deben irse”. Todo pecado que nos asedie incesantemente puede ser eliminado de inmediato. Este es el verdadero significado de la batalla espiritual. El pecado que nos ha asediado de continuo por mucho tiempo, puede ser desarraigado de nosotros con sólo un soplo. Esto es lo que significa la victoria.
(
Vida que vence, La, capítulo 9, por Watchman Nee)