Vida que vence, La, por Watchman Nee

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EL RESULTADO DE LA CONSAGRACION

¿Cuál es el resultado de la consagración? El primer resultado se describe en Romanos 6, y el segundo en Romanos 12. Muchos no conocen la diferencia que hay entre ambas. De hecho, la diferencia es enorme. La consagración que se menciona en Romanos 6, lo beneficia a uno pues consiste en llevar el fruto de la justicia. La consagración de Romanos 12 beneficia a Dios ya que cumple Su voluntad. El resultado de la consagración de Romanos 6 consiste en que nos libra del pecado para hacernos esclavos de Dios a fin de llevar fruto para santificación. Esto es lo que significa expresar día tras día la vida que vence. El resultado de la consagración de Romanos 12 no es simplemente el beneplácito de Dios, sino la comprobación de la voluntad buena agradable y perfecta de Dios.

Hermanos y hermanas, no es suficiente solamente soltar las cosas, creer y alabar. Hay un último punto: tenemos que ponernos en las manos del Señor antes de que El pueda expresar Su santidad por medio de nosotros. Antes, no teníamos las fuerzas para consagrarnos. Pero después de entrar en la experiencia de la victoria, podemos hacerlo. Recuerden que antes nos era imposible ponernos en las manos de Dios. No es cuestión de ser capaces o no, sino de estar dispuestos a ponernos en Sus manos. Antes, el problema era nuestra incapacidad; ahora el asunto es la falta de disposición.

Hubo un hermano en Australia que se había consagrado plenamente al Señor. Mientras viajaba en un tren, unos amigos decidieron jugar a las cartas. Como eran tres, les hacía falta una persona, así que lo invitaron a jugar. El les respondió: “Lo siento amigos. No traigo mis manos conmigo; éstas no son mías; le pertenecen a otra persona. Simplemente están pegadas a mi cuerpo, pero no me atrevo a usarlas”.

De ahora en adelante, nuestras manos, nuestros pies y nuestros labios pertenecen al Señor. No nos atrevemos a usarlos. Cada vez que las tentaciones vengan, tenemos que decir que no tenemos nuestras manos con nosotros. Esta es la consagración de Romanos 6. Cuando nos consagremos de esta manera, seremos santificados y llevaremos el fruto de la santificación. Por tanto, lo primero que debemos hacer después de experimentar la victoria es consagrarnos, lo cual también es las primicias de la experiencia de la victoria.

La consagración descrita en Romanos 12 está dirigida a Dios. Dice allí que debemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios y que esta consagración es santa y agradable a El. Por consiguiente, debemos recordar que la consagración mencionada en el capítulo doce tiene como meta servir a Dios.

El capítulo seis se relaciona con la santificación personal, mientras que el capítulo doce se refiere a la obra. El capítulo seis habla de la consagración, de la santificación y del fruto de ésta. El capítulo doce también habla de la santidad o de ser santo. ¿Qué es la santificación y qué es la santidad? Ser santificado o ser santo significa ser apartado para cierta persona, para ser usado por ella. Antes éramos afectados por muchos objetos, personas y asuntos. Anteriormente, vivíamos para nosotros mismos; ahora, vivimos sólo para Dios.

Una vez, regresaba a casa del parque Hsiao-feng. Estaba a punto de subirme al autobús, pero el conductor me impidió abordarlo. Cuando miré bien, me di cuenta que no era un autobús corriente, sino que era un vehículo expreso. Todo cristiano debe ser como “un tren expreso”. Desafortunadamente, muchos cristianos son de “servicio público”. Pero nosotros no somos de “servicio público”, sino “que somos un vehículo expreso”; hemos sido apartados y plenamente reservados para la voluntad de Dios. Romanos 12 nos muestra que nuestro trabajo, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestro dinero y todos nuestros bienes materiales son todos exclusivamente de Dios; están reservados para el uso exclusivo de El. Cuando somos sólo Suyos y cuando nos presentemos únicamente a Dios, debemos creer que Dios nos aceptó, porque esto es lo que Dios anhela. La meta de Dios no es que tengamos fervor por cierto tiempo. Si uno no se consagra al Señor, Dios no quedará satisfecho. Dios queda contento sólo cuando el hombre vierte el ungüento sobre el Señor; sólo queda satisfecho cuando depositamos toda nuestra vida en la caja de la ofrenda (Lc. 21:4). Debemos ofrecérselo todo a El.

Hermanos y hermanas, agradecemos a Dios porque fuimos levantados de entre los muertos, y recibimos misericordia de parte de Dios. Esta consagración es agradable a Dios y es razonable. Todo cristiano debe consagrarse; es un error pensar que sólo los cristianos especiales deben consagrarse. La sangre del Señor nos compró, y somos Suyos. Su amor nos ha constreñido, y vivimos para El.

Examinen la consagración que aquí se describe. Somos piedras vivas. Aunque nos consagramos, permanecemos vivos. Somos un sacrificio vivo. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran inmolados con cuchillo, pero nosotros somos sacrificios vivos.

El resultado de presentarnos se ve en Romanos 12:2. “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto”. Esta es nuestra meta final. Durante las conferencias de enero del año pasado, vimos que Dios tiene un propósito eterno, el cual lleva a cabo por medio de Su Hijo. Dios creó todas las cosas por medio de El para cumplir Su propósito. La redención, la derrota de Satanás y la salvación de los pecadores tienen como fin cumplir el propósito de Dios. Tenemos que saber cuál es el propósito eterno de Dios antes de hacer lo que Dios desea. Nuestra meta no se limita a salvar a los pecadores; nuestra meta es el cumplimiento del propósito eterno de Dios.

Si no nos consagramos, no nos percataremos de que esta voluntad es buena. En la actualidad muchos temen a la expresión “el propósito de Dios” y se sienten incómodos con respecto a estas palabras. Los cristianos temen oír acerca de la voluntad de Dios. Pero Pablo dijo que cuando uno presenta su cuerpo, comprueba lo que es bueno, agradable y perfecto de la voluntad de Dios. Podemos cantar acerca de lo buena que es la voluntad de Dios y decir: ¡Aleluya por la voluntad de Dios! La voluntad de Dios redunda en nuestro bien y en ella no hay malicia alguna. Nosotros tenemos una vista muy corta. La voluntad de Dios es buena. Una vez un hermano hizo una oración muy buena: “Cuando pedíamos pan, pensamos que nos darías una piedra, y cuando pedíamos pescado, pensamos que nos darías una serpiente. Cuando pedíamos huevos, creímos que nos darías escorpiones. Pero cuando te pedimos piedras ¡nos diste pan!”. Con frecuencia no entendemos el amor de Dios. Tampoco entendemos Su voluntad. No comprendemos que Sus intenciones para con nosotros son buenas y excelentes. Tal vez nos quejemos de las muchas cosas que vienen a nosotros, pero después de un par de años, tendremos que alabar al Señor por todas ellas. ¿Por qué no más bien le alabamos desde hoy?

La voluntad de Dios no sólo es buena, sino perfecta. Todo lo relacionado con la voluntad de Dios hacia aquellos que lo aman es bueno y provechoso. Si entendemos esto, no rechazaremos Su voluntad. Presentarle nuestros cuerpos es santo, y a El le agrada. Además, descubriremos que Su voluntad es agradable para nosotros y que es buena y perfecta.

Esta es la última reunión, y quisiera pedirles que hagan algo más. Díganle al Señor: “Dios, soy enteramente tuyo. Desde ahora, ya no viviré para mí mismo”.

Hermanos y hermanas, vimos todas las condiciones necesarias para vencer; éstas ya han sido descritas. Para obtener una vida vencedora tenemos que consagrarnos, lo cual es el último paso. También es lo primero que debemos hacer al experimentar la vida que vence. Cuando nos hayamos consagrado, debemos creer que Dios aceptó nuestra consagración. Una vez que nos hayamos consagrado, vendremos a ser personas consagradas. Puede ser que nos sintamos calientes, o tal vez nos sintamos fríos, pero mientras nos hayamos consagrado verdaderamente a Dios de todo corazón, todo estará bien. Digo esto para ayudarlos a no vivir según las indicaciones de sus sentimientos. En Chefoo un hermano se consagró al Señor, pero pensaba que algo andaba mal entre él y el Señor y concluyó que debía consagrarse otra vez. Le dije que cuando una joven se casa, si en alguna ocasión encuentra que hay desacuerdos entre ella y su esposo, ella no tiene que volver a casarse con él. Aun si existe algo entre el Señor y nosotros, sólo podemos consagrarnos una sola vez al Señor. A partir de ese momento, le pertenecemos al El y sólo podemos servir para Su uso.

(Vida que vence, La, capítulo 11, por Watchman Nee)