EL SIGNIFICADO DE ESTA VIDA:
UNA VIDA INTERCAMBIADA, NO UNA VIDA MODIFICADA
Hermanos y hermanas, la victoria se relaciona con una vida intercambiada, no con una vida modificada. La victoria no significa que uno se corrige, sino que es cambiado por otro. Todos estamos familiarizados con Gálatas 2:20, que dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. ¿Qué significa este versículo? Significa que nuestra vida es intercambiada. Nuestra vida ya no está en la esfera del “yo”; éste ya no tiene nada que ver con nosotros. No se trata de un “yo” malo convertido en un “yo” bueno, ni de un “yo” sucio convertido en un “yo” limpio; lo que dice es “ya no vivo yo”. El error más grave que cometemos hoy es pensar que la victoria supone un progreso y que la derrota indica una ausencia de progreso. Es por esto que pensamos que todo irá bien si no perdemos la paciencia o siempre que tengamos una comunión íntima con el Señor. Creemos que si tenemos estas cosas, venceremos; pero debemos recordar que la victoria no tiene nada que ver con nosotros. Nosotros no tenemos ninguna participación en esta victoria.
Una vez un hermano me dijo con lágrimas en los ojos; “¡No puedo vencer!”. Le respondí: “Hermano, por supuesto que no puedes vencer”. El añadió: “No soy capaz de vencer y no puedo hacer nada al respecto”. Así que le dije: “Dios no tiene la intención de que tú venzas por tu propia cuenta. No es Su intención que tu mal genio sea cambiado por una personalidad calmada ni que tu obstinación se convierta en mansedumbre. Dios no tiene la intención de cambiar tu tristeza en gozo. Lo que El desea hacer es cambiar tu vida por otra. Esto no tiene nada que ver contigo”.
Una hermana decía: “A otros les resulta fácil vencer. Pero a mí me es muy difícil hacerlo. Mi genio es peor que el de cualquiera; mis pensamientos son más impuros que el de los demás y mi naturaleza es peor que la de otros. No puedo controlarme”. Yo le respondí: “Tienes razón. No sólo es difícil que venzas; es imposible que puedas hacerlo. ¿Acaso crees, que si uno es un poco más honesto, sencillo o con una personalidad calmada, le será más fácil vencer? ¡Jamás! Por un lado, si una persona cambia y se vuelve más amable, más santa y más perfecta, de todos modos tendrá que ser eliminada, y Cristo tiene que intervenir antes de que El pueda vencer. Si por el contrario es más vil, más perversa y más imperfecta que cualquiera, aun así, podrá vencer si quita de en medio su yo y deja que Cristo actúe. Un hombre iracundo y moralmente corrupto necesita creer en el Señor Jesús, y un hombre que tiene un buen temperamento y es muy recto también necesita creer en el Señor Jesús. De igual forma, no sólo los iracundos y los inmorales necesitan la victoria, sino también los que tienen buen genio y los rectos. Demos gracias al Señor y alabémosle porque la victoria es Cristo y no depende de nosotros.
Nunca he visto una persona a quien se le hiciera tan difícil vencer como a una hermana que conocí. Ella pasó dos horas contándome todos los fracasos que tuvo desde que era joven hasta que llegó a los cincuenta años. Ella no conseguía vencer su orgullo ni su mal genio. Sufrió derrota tras derrota. No había persona tan deseosa de vencer como ella; aun así, nadie hallaba tan imposible vencer como ella. Me dijo que si ella tenía que ser una de la persona más deseosas de vencer que existía y también una de las más incapaces de hacerlo. Se lamentaba de sus fracasos y hasta intentó en una ocasión suicidarse por causa de ellos. Ella había perdido toda esperanza. Mientras me contaba todo esto, le sonreí y le dije: “El Señor tiene hoy otro paciente ideal para El. Hay trabajo por hacer en Su clínica una vez más”. Ella estaba llena de sus propios pecados, su orgullo y su mal genio. Una persona que no conociera la manera de vencer, tal vez se habría contagiado por su bombardeo de palabras. Alguien que no supiera lo que significa vencer, habría concluido que ella no tenía remedio. Pero debemos dar gracias y alabar al Señor. Les tengo buenas nuevas: usted no puede cambiar; todo lo que usted necesita es un intercambio. Le agradecemos al Señor porque la vida vencedora no es una enmienda sino un intercambio. Si fuese responsabilidad de uno, no podría lograrse. Pero puesto que es responsabilidad de Cristo, El sí puede lograrlo. La pregunta radica en si el que vence es usted o es Cristo. Si Cristo vence, no importa si usted es diez veces peor de lo que es ahora.
Hermanos y hermanas, ¿qué es la victoria? La victoria no consiste en que usted venza, sino en que Cristo venza en su lugar. La clase de victoria que vemos en la Biblia se halla en Gálatas 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cuando la gente de Fukien discute, con frecuencia usa una frase popular: si-su-bien, que quiere decir que no puede haber ningún cambio hasta que uno muera [N. de T. algo así como “genio y figura hasta la sepultura”]. Cuando estuve en Pekín, les dije a los hermanos que todos tenemos que decirnos a nosotros mismos si-su-bien. Alabamos al Señor porque no somos enmendados sino intercambiados.
Una hermana me preguntó en cierta ocasión cuál era la diferencia entre una enmienda y un intercambio. Yo usé el ejemplo de una Biblia vieja. Si queremos arreglar la Biblia, tenemos que cambiarle la cubierta y echarle pegamento al lomo. Quizás le pongamos en la portada nuevas letras doradas. Si hay letras que faltan en algunas páginas, tenemos que escribirlas. Si existen partes borrosas, tenemos que retocar las palabras originales. Después de muchos días y mucho trabajo, aún no estaremos seguros de que la hayamos arreglado como se debe. Pero si la cambiamos por una nueva, lo podemos hacer en un segundo. Todo lo que tiene que hacer es darme la que está dañada, y yo le daré una buena. Entonces, ya todo estará hecho. Dios nos dio a Su Hijo. No necesitamos esforzarnos. Una vez que hacemos el intercambio, todo queda hecho.
Permítanme darles otro ejemplo. Hace unos años, compré un reloj. La compañía que me vendió el reloj le daba dos años de garantía. Pero eran más los días que pasaba en la tienda que los que pasaba conmigo. Después de unos cuantos días, el reloj se descomponía y tenía que devolverlo al taller para que lo repararan. Esto sucedió repetidas veces. Tuve que ir al taller de reparación una, dos veces, aún diez o más veces. Finalmente quedé exhausto. El reloj había sido reparado incontables veces pero nunca había quedado bien arreglado. Yo le pregunté a la compañía si podía cambiarlo por otro. Ellos respondieron que no podían hacer esto; solamente ofrecían repararlo, pero nunca quedaba bien. Llegué a sentirme tan agotado que finalmente les dije: “Pueden quedarse con el reloj. No lo quiero”. La manera humana de obrar es una constante reparación. Durante los dos años que tuve el reloj, estuvo en constante reparación. Siguiendo el método humano, no hay posibilidad de intercambio; sólo existe la alternativa de reparar.
Aun en el Antiguo Testamento podemos ver que Dios no repara ni remienda, sino que reemplaza. Isaías 61:3 dice: “A ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”. El método de Dios consiste en reemplazar. Dios no repara las cenizas, sino que las reemplaza por gloria. El no cambia el luto, sino que lo reemplaza por gozo. Dios nunca enmienda cosas, sino que las reemplaza.
Agradecemos al Señor y le alabamos. Nosotros no hemos podido cambiarnos en todos estos años. Ahora Dios está haciendo un intercambio. Esto es lo que significa la santidad. Este es el significado de la perfección. Este es el significado de la victoria. Esta es la vida del Hijo de Dios. ¡Aleluya! Desde ahora en adelante, la mansedumbre de Cristo viene a ser mi mansedumbre. Su santidad llega a ser mi santidad y Su comunión con Dios la mía. Desde ahora, no existe pecado tan grande que no pueda vencer, ni tentación tan grande que no pueda soportar. ¡La victoria es Cristo, no yo! ¿Habrá un pecado tan grande que Cristo no pueda vencer? ¿Existe alguna tentación tan grande que Cristo no pueda superar? ¡Gloria al Señor! Ya no tengo temor. De ahora en adelante: no ya yo, mas Cristo.
(
Vida que vence, La, capítulo 3, por Watchman Nee)