LA FE DE LOS ESCOGIDOS DE DIOS,
EL PLENO CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
Y LA ESPERANZA DE LA VIDA ETERNA
La epístola de Pablo a Tito trata acerca de cómo mantener el orden en las iglesias. Para ello son indispensables la fe de los escogidos de Dios, la verdad que es según la piedad y la vida eterna. Así que, desde la introducción misma de esta epístola se enuncian estas tres cosas. Según 1 Timoteo 3:15-16, la piedad es Dios manifestado en la carne, la vida divina expresada en la humanidad. Ésta es la verdad tocante a la piedad. La esperanza de la vida eterna, la cual es la vida divina, está enteramente relacionada con la expresión de esta vida; dicha esperanza no es solamente para la era venidera y la eternidad futura, sino también para esta era. Tenemos mucho de lo cual esperar en la vida eterna, la vida de Dios, porque ella es capaz de hacer muchas cosas que nosotros no podemos hacer en nosotros mismos. Sin la vida eterna, nosotros seríamos personas miserables que no tienen esperanza; pero debido a que poseemos la vida divina, estamos llenos de esperanza. Dios prometió la vida eterna antes de que el mundo empezara. Luego, cuando vino la era el Nuevo Testamento, esta promesa llegó a ser la palabra manifestada. Dios hizo manifiesta la palabra de Su promesa mediante la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su resurrección, Su ascensión y Su descenso como el Espíritu. Todos estos logros que obtuvo la palabra manifestada de Dios fueron revelados por medio de los apóstoles y profetas.
A lo largo de la historia, muchos cristianos han mostrado un gran aprecio por Génesis 3:15, que dice que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Este versículo es una profecía que revela que Cristo, por medio de la encarnación, vendría como la simiente de la mujer para destruir a Satanás en la cruz y rescatarnos de su usurpación. De manera que se trata de una maravillosa promesa de nuestra salvación objetiva. Sin embargo, la esperanza de la promesa de Dios no es solamente Cristo como la simiente de la mujer, sino también Cristo como la simiente de vida, la vida eterna, que es sembrada en los creyentes (Mr. 4:26-28). Por lo tanto, tenemos esperanza porque la simiente de la mujer destruyó a la serpiente en la cruz y, más aún, porque la simiente de vida ha entrado en nosotros para ser nuestra salvación diaria. Así que la situación en la cual vivimos es muy alentadora porque tenemos la esperanza de la vida eterna.
Confucio enseñó que el aprendizaje más elevado de la ética consistía en cultivar, o desarrollar, la “virtud resplandeciente” interior, la cual en realidad, es la conciencia. Humanamente, esto es muy bueno, pero como cristianos, nuestra esperanza no está puesta en la virtud resplandeciente, sino en la vida divina. No tenemos que desarrollar nuestra virtud resplandeciente, porque tenemos a Cristo como la simiente de la vida divina en nosotros. Esto es mucho mejor y más elevado. Nuestra esperanza es la simiente divina con la vida divina. No podemos cumplir los requisitos de los ancianos descritos en 1 Timoteo 3:1-7 y en Tito 1:6-9 simplemente cultivando nuestra conciencia. Únicamente podemos cumplirlos porque tenemos a Dios mismo dentro de nosotros como la vida eterna. Es debido a que la vida eterna está en nosotros que podemos cumplir los requisitos más elevados. Por ejemplo, en virtud de esta vida podemos ser pacientes y moderados. En nosotros mismos no tenemos esperanza alguna, pero en esta vida estamos llenos de esperanza. La verdad en cuanto a la piedad, la esperanza de la vida eterna y la manifestación de la palabra de Dios, todo ello, alude al hecho de que Dios ha llegado a ser nuestra vida. Puesto que Dios es ahora nuestra vida, no hay nada que no podamos hacer. Por lo tanto, no debemos desanimarnos por la norma elevada de los requisitos presentados en 1 Timoteo 3 y en Tito 1. Antes bien, debemos estar llenos de esperanza, sabiendo que estos requisitos demuestran lo capaz que es la vida divina en nosotros.
(
Principios básicos en cuanto al ancianato, capítulo 7, por Witness Lee)