LOS PROBLEMAS CON EL REINADO HUMANO
Es preciso que cambiemos nuestros conceptos con respecto al reinado humano. En 1 Samuel 8:4-9 dice:
Todos los ancianos de Israel se reunieron y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: “Tú has envejecido y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, danos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones”. Pero no agradó a Samuel que le dijeran: “Danos un rey que nos juzgue”, y oró a Jehová. Dijo Jehová a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que ellos digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a Mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; pero hazles una advertencia solemne y muéstrales cómo los tratará el rey que reinará sobre ellos”.
Los versículos 19 y 20 dicen: “Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No. Habrá un rey sobre nosotros, y seremos también como todas las naciones. Nuestro rey nos gobernará, saldrá delante de nosotros y hará nuestras guerras”. El pensamiento de tener un rey para que los gobernara y saliera delante de ellos y peleara sus batallas ha existido en el pueblo de Dios por muchos siglos.
Dios no desea tener un rey humano entre Su pueblo, porque una vez que surge el rey, la posición de Dios como Cabeza es usurpada. Dios desea tener únicamente los apóstoles, los profetas y los ancianos como Sus enviados, como Sus portavoces y como los líderes entre Su pueblo, puesto que ellos no usurpan Su posición como cabeza. Sin embargo, a causa de su condición caída, el pueblo de Dios deseó tener un rey igual que las naciones. Incluso hoy a nosotros nos gusta la idea de tener un rey porque nos resulta más cómodo. Si tenemos un rey, no necesitaremos hacer nada puesto que él lo hará todo por nosotros. En un sentido, a ninguno de nosotros nos gusta tener un rey porque no nos gusta ser gobernados; sin embargo, en otro sentido, a todos nos gusta tener un rey para que haga todo por nosotros. Un hermano de otro país, quien asume el liderazgo, me preguntó recientemente si debía quedarse en los Estados Unidos para asistir a un entrenamiento o regresar a su localidad para atender los asuntos de una conferencia que estaba por efectuarse allí. Al hacerme esa pregunta, me estaba convirtiendo en su rey. Él quería que yo tomara la decisión para así no molestarse en hacerlo él mismo y poder descansar. Yo rehúso ser esa clase de rey. Así que oré por aquel hermano y luego le dije: “Usted debe acudir al Señor y orar hasta que tenga claridad respecto a lo que debe hacer”.
Es debido a la pereza o indolencia que las personas están dispuestas a tener un rey. Los ancianos de los hijos de Israel no querían molestarse en asumir sus responsabilidades de juzgar y salir a la guerra. Ellos vieron cómo las naciones tenían reyes que lo hacían todo por el pueblo. En las tormentas que tuvimos en el pasado, muchos santos de las iglesias locales fueron engañados principalmente debido a que eran indolentes. Muchos no ejercitaron su espíritu, el cual es el don de Dios, sino que prefirieron descansar y depender de alguien más. Esta clase de indolencia le brinda a la persona ambiciosa la oportunidad de convertirse en un rey que promete hacerlo todo y tomar todas las decisiones. Es posible que aceptemos tener un rey porque preferimos descansar y relegar la responsabilidad a otro. En esto consiste el principio de tener un rey humano.
Cuando los ancianos me piden que venga a su localidad o envíe a alguien para que les ayude, a menudo me niego a concederles su petición. Tales ancianos son como madres que les piden a otras que vengan a su casa para ayudarles a cocinar. Cada madre tiene que cocinar para su propia familia. Si ella no prepara bien la comida, con todo, su familia se la comerá, y ella aprenderá de sus errores y su manera de cocinar mejorará. Debemos renunciar al concepto de que necesitamos que alguien venga a ayudarnos. Si los líderes de una iglesia local siempre piden ayuda a otros, dicha iglesia local no será fuerte. Las iglesias no necesitan de un rey; con los ancianos basta. Dios no tiene la menor intención de que haya un rey humano entre Su pueblo.
(Principios básicos en cuanto al ancianato, capítulo 1, por Witness Lee)