Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesia, por Witness Lee

EL CUADRO DEL TABERNACULO Y LAS OFRENDAS

Mientras seguimos con el tema de las reuniones, debemos examinar una vez más el cuadro del tabernáculo y de las ofrendas. Indudablemente el relato del tabernáculo y las ofrendas nos muestra claramente que la Biblia es la revelación de Dios. Si la Biblia no fuese inspirada por el Espíritu Santo, nadie habría podido diseñar este tabernáculo ni imaginárselo siquiera ni soñarlo. ¿Quién podría imaginar un tabernáculo con un atrio? En el atrio vemos un altar y un lavacro. Por medio de las ofrendas entramos en el tabernáculo. Después de entrar vemos la mesa de los panes de la proposición. Allí vemos el candelero que nos ilumina y nos conduce al arca. Desde el arca volvemos al centro donde se encuentra el altar del incienso. Si Dios no hubiera revelado todas estas cosas, ¿acaso habría tenido Moisés una mente tan excelente para diseñar tal obra? Ningún filósofo pronunció jamás nada parecido a lo que leemos en la Biblia acerca del tabernáculo y las ofrendas.

Ahí vemos un cuadro de un tabernáculo en el que podemos entrar, en el cual podemos viajar y en el que podemos morar. En el tabernáculo hay un deleite maravilloso: una mesa con panes, un candelero, un arca y un altar de incienso. Luego necesitamos algo que nos llene, nos capacite, y nos dé energía y fuerza para entrar. Por tanto, existe otra categoría de tipos, a saber, las ofrendas. De Dios hacia nosotros, están el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. De nosotros hacia Dios el orden es exactamente lo contrario. Para nosotros viene primero la ofrenda por las transgresiones, luego la ofrenda por el pecado, luego la ofrenda de paz, luego la ofrenda de harina y, finalmente, el holocausto. Por nuestra parte no hay nada más que transgresiones y pecado. Exteriormente cometemos transgresiones, e interiormente estamos llenos de pecado. Cuanto más intentemos lavarnos de nuestros delitos procurando mejorarnos, más empeoraremos.

Hace casi cincuenta años el hermano Watchman Nee usó un ejemplo muy sencillo en un mensaje. Antaño los chinos no tenían tantos juguetes atractivos como ahora. La mayoría de las niñas poseían una muñeca hecha de barro. Pintaban su rostro de blanco y ponían un poco de color rosado en las mejillas y líneas negras sobre los ojos. Era su muñeca. A todas les gustaba mucho, pero al jugar con ella, la ensuciaban. Una de las pequeñas, después de ensuciar su muñeca, decidió lavarle la cara. Cuanto más lavaba el rostro de la muñeca de barro, más suciedad salía. Cuando llorando la mostró a su madre, ésta le dijo que no la muñeca se podía lavar. Santos, tampoco nosotros podemos ser lavados. Ni siquiera lo intentemos. Estamos llenos de transgresiones. Debemos tomar a Cristo como ofrenda por las transgresiones. Cuando acudimos a Dios, siempre empezamos confesando nuestras culpas.

Mientras avanzamos, nos daremos cuenta de que no solamente cometemos delitos, exteriormente, sino que también interiormente tenemos pecado. Así que debemos ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado. Dios viene a nosotros desde el holocausto para eliminar nuestras transgresiones. Empezamos nuestro viaje hacia Dios partiendo de las transgresiones y el pecado. Si la Biblia no fuera inspirada por Dios, nadie podría imaginar estas cosas. Nadie podría diseñar la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda por el pecado, la ofrenda de harina, el holocausto ni la ofrenda de paz, y tampoco la ofrenda mecida y la ofrenda elevada.

(Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesia, capítulo 11, por Witness Lee)