Autoridad y la sumisión, La, por Watchman Nee

LA SUMISION DEL CUERPO A LA CABEZA ES ESPONTANEA Y ARMONIOSA

Dios dispuso todas las cosas. El Cuerpo y la Cabeza tienen la misma vida y la misma naturaleza, por lo cual, la sumisión es espontánea y no ser sumiso es un concepto extraño. Por ejemplo, si la mano se levanta según el deseo de la cabeza, eso no tiene nada de raro; pero si la mano no se mueve, será muy extraño; posiblemente la mano esté enferma. El Espíritu de vida que Dios nos dio es el mismo que está en el Señor. También la vida y la naturaleza que nos dio son las mismas que tiene el Señor. Por eso, no existe posibilidad alguna de que haya desorden o desobediencia. Algunos de los movimientos de nuestro Cuerpo son conscientes, mientras que otros son inconscientes. La unidad entre la cabeza y el cuerpo no depende solamente de una sumisión consciente sino de la sumisión inconsciente. Como sucede con la respiración. Uno puede respirar profundamente haciéndolo adrede, o puede respirar espontáneamente sin darse cuenta. O como el corazón que palpita inconscientemente. No necesita que le demos una orden para que lo haga. Esto es sumisión en vida. Para que el cuerpo se someta a la cabeza, no es preciso que haya ruido ni imposición ni fricción. Todo se da en armonía. No es suficiente que alguien se someta a las órdenes. En éstas se expresa la voluntad, la cual a su vez contiene la ley de vida. Solamente cuando uno se somete a la ley de vida, puede tener una sumisión perfecta. Si la sumisión no es igual a la del cuerpo cuando se somete a la cabeza, no se puede hablar de sumisión verdadera, ya que habrá en ella un elemento de renuencia.

El Señor nos puso en Su Cuerpo, donde la unión y la sumisión son perfectas. Es maravilloso que la mente del Espíritu Santo pueda expresarse por los miembros del Cuerpo. No existe posibilidad alguna de separar a dos miembros y hacerlos unidades completas en sí mismas. Existe una armonía espontánea entre los miembros que va más allá de las palabras humanas y de explicaciones acerca de la sumisión a la autoridad; es la sumisión más perfecta que se pueda tener, así que, no es necesario pensar intencionalmente en ella. Por esta misma razón, no podemos ser miembros enfermos, ni miembros que hacen ruido o causan fricción. Estamos bajo la autoridad de Dios, y debemos tener una sumisión espontánea. La iglesia no es sólo el lugar donde tienen comunión los hermanos y hermanas, sino también el lugar donde debe manifestarse la autoridad.

(Autoridad y la sumisión, La, capítulo 8, por Watchman Nee)