LOS ARGUMENTOS
Las murmuraciones provienen
de los argumentos
La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual procede de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón. Cam pensó que tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que lo encontró desnudo. Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés con la mujer etíope describían un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se someten a la autoridad, no viven encerrados en sus argumentos. El séquito de Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés y Aarón no debían levantarse sobre ellos, porque toda la congregación era santa y porque Jehová estaba en medio de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un argumento lógico como base. Las palabras de rebelión a menudo provienen de argumentos razonables. Datán y Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a Moisés de no haberlos introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les había dado tierras ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos culparon a Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo cual dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más piensan, más reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál sería entonces la diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros también nos centramos en nuestros argumentos?
Debemos ser librados de los argumentos
para seguir al Señor
Ciertamente necesitamos sacarnos los ojos para seguir al Señor sin razonar. ¿Se basan nuestras vidas en la validez de nuestras razones o en la autoridad? Muchas personas quedan ciegas cuando se encuentran con la luz del Señor. Aunque ellos tienen ojos, es como si no los tuvieran. Una vez que la luz viene, todos los argumentos se desvanecen. Una vez Pablo fue iluminado en el camino a Damasco y quedó ciego. De ahí en adelante no se volvió a preocupar por sus argumentos (Hch. 9:3, 8). A Moisés no le habían sacado los ojos, pero era como si no los tuviera. No significaba que él no tuviera argumentos, pues el conocía muchos razonamientos lógicos, pero todos ellos estaban sujetos a él, porque él estaba sometido a Dios. Quienes se someten a la autoridad no actúan por lo que ven. El siervo del Señor debe ser ciego y debe estar libre de razonamientos y argumentos. La rebelión surge cuando uno comienza a cavilar internamente. Por lo tanto, si no les hacemos frente con decisión a los argumentos, nos será imposible detener las palabras. Si no somos librados de los argumentos, éstos tarde o temprano producirán palabras de murmuración.
Cuán difícil es librarse de argumentar continuamente. Puesto que somos seres racionales, ¿cómo podremos dejar de argumentar con Dios? Este es un paso muy difícil. Desde jóvenes razonamos constantemente. Desde antes de ser salvos hasta ahora, el principio básico de nuestra vida ha sido la utilización del raciocinio. ¿Qué podrá hacer que dejemos de cavilar? ¡Si nos piden que no razonemos, es como si llevaran nuestra vida carnal a su final! Existen dos clases de creyentes: los que viven en el nivel de los razonamientos, y los que viven en el nivel de la autoridad. Debemos someternos tan pronto como se nos dé una orden. ¿En cuál nivel vivimos? Cuando Dios nos da una orden ¿la examinamos y nos sometemos si la orden tiene lógica, y no nos sometemos si nos parece descabellada? Esta es la expresión del árbol del conocimiento del bien y del mal. El fruto de este árbol no sólo nos hace razonar sobre nuestros propios asuntos, sino también sobre los asuntos establecidos por Dios. Todo debe pasar a través de nuestro razonamiento y nuestro juicio. En vez de dejar que Dios razone y juzgue, lo hacemos nosotros, pero éste es el principio de Satanás, el cual desea que nosotros queramos ser iguales a Dios. Sólo quienes conocen a Dios pueden someterse sin argumentar, pues nunca mezclarán estas dos cosas. Si uno quiere aprender a someterse, debe arrojar lejos sus argumentos. Uno puede vivir por la autoridad de Dios o por sus propios razonamientos, pero no por ambos. El Señor Jesús vivió en la tierra muy por encima de todo razonamiento. ¿Qué razonamiento formuló El frente a los insultos, las torturas y la crucifixión misma? El se sometió en todo a la autoridad de Dios; no se preocupó por hallarle sentido lógico a Sus circunstancias. Su única responsabilidad era someterse, y no pidió nada más. ¡Cuán sencillo es el hombre que vive bajo la autoridad! ¡Pero qué complicado es el hombre cuya vida gira en torno a sus razonamientos! Las aves del cielos y los lirios del campo llevan una vida de simplicidad. Cuanto más viva uno bajo autoridad, más simple será su vida.
(
Autoridad y la sumisión, La, capítulo 9, por Watchman Nee)