Autoridad y la sumisión, La, por Watchman Nee

NO NECESITA DEFENDER SU PROPIA AUTORIDAD

En 2 Samuel 15 se narra la rebelión de Absalón. Esta fue una rebelión doble. Por un lado, fue la rebelión de un hijo contra su padre, y por otro, fue la rebelión del pueblo contra su rey. Esta fue la rebelión más grande que afrontó David. Su hijo fue el caudillo de esta rebelión. En aquel tiempo, muchas personas estaban siguiendo a Absalón; así que David tuvo que huir de la capital. Aunque necesitaba seguidores, cuando Itai geteo quiso seguirlo, David pudo decirle: “Vuélvete y quédate con el rey” (v. 19). David era humilde en verdad y su espíritu era muy sensible. El no dijo: “Yo soy el rey, y todos vosotros debéis seguirme a mí”. Al contrario, le dijo a Itai: “Sigue tu propio camino, pues yo no tengo ninguna intención de que te unas a mis desgracias. Aun si decides seguir al nuevo rey, estará bien”. El estaba en medio de una tribulación, pero no pidió que lo siguieran. No es fácil conocer a una persona cuando vive en el palacio, pero cuando está en medio de las tribulaciones, se manifiesta su verdadera personalidad. Aquí David no se apresuró ni fue descuidado. El siguió siendo humilde y sumiso.

Después de atravesar el torrente de Cedrón y estando a punto de dirigirse al desierto, Sadoc el sumo sacerdote con todos los sacerdotes y levitas, quisieron ir con él y llevaron consigo el arca. Si el arca hubiera salido de la ciudad, muchos israelitas hubieron seguido el arca. La actitud de Sadoc y de los levitas era correcta, ya que cuando surge la rebelión, ellos debían retirar el arca de en medio. Pero aun en ese caso, David no dijo: “Esto está bien. No dejéis el arca con los rebeldes”. David pensó que si el arca salía de Jerusalén, muchos israelitas se confundirían. El había ascendido mucho y no permitiría que el arca fuera con él; estaba dispuesto a someterse a la disciplina de Dios. Tuvo la misma actitud que Moisés, quien también fue humilde y se sometió bajo la mano de Dios. Ambos ascendieron a una altura que estaba por encima de sus opositores. David dijo que si él hallaba gracia a los ojos del Señor, El lo haría volver nuevamente y vería el arca y su tabernáculo. Así que si no hallaba gracia a los ojos de Dios, todo sería inútil aunque se llevara consigo el arca. Por lo tanto, exhortó a Sadoc el sumo sacerdote y a los levitas a que llevaran de regreso el arca a Jerusalén (vs. 24-26). Esto era fácil de decir, pero difícil de hacer. Eran pocas las personas que habían escapado de Jerusalén, y la ciudad estaba llena de rebeldes. Ahora él había devuelto a sus buenos amigos. ¡Cuán puro era el espíritu de David! El permaneció humilde ante el Señor, tal como lo hizo Moisés.

En el versículo 27 David le dijo a Sadoc que como él era sacerdote y vidente, debía dirigir a los sacerdotes y llevarlos de regreso junto con el arca. Con aquellas palabras la compañía se devolvió. Cuando leemos este pasaje, debemos detectar el espíritu de David. Su espíritu estaba diciendo: “¿Por qué he de pelear? Si permanezco como rey o no, es asunto del Señor. No necesito que muchos me sigan y tampoco necesito que el arca me acompañe”. El se dio cuenta de que ser autoridad depende de Dios y que uno no tiene que tratar de mantener su propia autoridad. El subió al monte de los Olivos llorando y con la cabeza cubierta (v. 30). ¡He ahí un hombre humilde y dócil! Esto fue lo que David hizo cuando lo ofendieron. No defendió su autoridad. Esta es la actitud apropiada de una autoridad delegada por Dios.

(Autoridad y la sumisión, La, capítulo 17, por Watchman Nee)