UNA ALABANZA DIRIGIDA AL REY
AL HABLAR ACERCA DE LA REINA Y DE LOS HIJOS
A partir del versículo 9 empieza la segunda sección del salmo 45. Esta sección contiene una alabanza que se dirige al Rey, pero trata acerca de la reina. En otras palabras, la reina viene a ser la alabanza con la que el Rey es alabado. Si usted alaba al Rey, debe decir entonces algo de la reina, porque la reina forma parte del Rey. En la primera sección, los versículos del 1 al 8, las alabanzas tienen que ver con el Rey y se dirigen al Rey; pero en la segunda sección, los versículos del 9 al 15, las alabanzas se dirigen al Rey, pero son acerca de la reina. Luego, en la tercera y última sección de este salmo, los versículos 16 y 17, las alabanzas nuevamente se dirigen al Rey, pero son acerca de Sus hijos. Por lo tanto, todo este salmo de principio a fin alaba al Rey; en la primera sección, la alabanza trata acerca del Rey, en la segunda sección trata acerca de la reina y en la tercera sección trata acerca de los hijos del Rey, los príncipes.
El salmo 45 en su totalidad fue escrito acerca de Cristo, pero desde la perspectiva de las relaciones humanas. Como un ser humano que usted es, además de contar con su propia persona, también necesita de una esposa. Finalmente, para ser completo y perfecto como ser humano, necesita hijos. Cristo no es un solterón; Él es un Rey acompañado de la reina y todos los hijos. Así que si usted desea rendirle una alabanza completa, debe expresar algo acerca de Él, de Su reina y de Sus hijos. Su gloria no se halla solamente en Él mismo, sino también en Su reina y en Sus hijos. Así como las riquezas y la plenitud de un hombre se exhiben en su esposa y en su familia, de igual manera, las riquezas y la plenitud de Cristo se manifiestan en Su iglesia con todos Sus hijos. Por consiguiente, esta estupenda, maravillosa y única alabanza a Cristo consta de tres secciones: las alabanzas que tratan acerca del Rey, las alabanzas que tratan acerca de la reina y las alabanzas que tratan acerca de los hijos del Rey.
La gloria de Cristo no sólo se ve en Él mismo, sino también en la iglesia. Si queremos ver la gloria de Cristo exhibida en Él mismo, debemos leer los cuatro Evangelios; y si queremos ver la gloria y la hermosura de Cristo exhibida en la iglesia con el gran número de santos, debemos leer las Epístolas. Es la iglesia “con” el gran número de santos, y no la iglesia “y” el gran número de santos separadamente (2 Co. 1:1). Es la reina con tantas vírgenes, la reina con las hijas de reyes, la reina con las más estimadas. Asimismo, debemos ver la belleza de Cristo en Sus hijos, Sus príncipes. En el libro de Apocalipsis, tenemos las iglesias locales y también los príncipes, aquellos que reinarán con Cristo (cap. 20). Allí vemos la hermosura del Señor exhibida en Sus hijos, los vencedores.
Hemos visto en el libro de Salmos cómo Dios hizo que el concepto de los santos cambiara de la ley a Cristo. También hemos visto que a partir de Cristo tenemos la iglesia, la casa. En el libro de Salmos, Cristo y la iglesia figuran juntos. Cristo está allí como el Rey, y la iglesia está allí como la reina; así pues, vemos el esposo y la esposa. Los dos son uno; ellos ya no son dos, sino uno solo.
En 45:8 se hace referencia a la iglesia como palacios de marfil; y luego en el versículo 9 se presenta la iglesia como la reina. Los palacios aluden al edificio, mientras que la reina alude a la esposa. En toda la Biblia, Dios siempre utiliza estas dos figuras como símbolo de la iglesia: el edificio y la novia. Incluso en Génesis 2 encontramos estas dos figuras: primero, se mencionan los materiales para el edificio, y luego se habla de una novia, Eva. Después, cuando llegamos al final de la Biblia, encontramos un edificio, una ciudad, que es la novia. La iglesia es, por un lado, un palacio para Cristo y, por otro, Su reina. Por un lado, ella es la casa de Dios y, por otro, la novia de Cristo.
Ahora leamos Salmos 45:9: “Las hijas de los reyes están entre Tus más estimadas”. Si usted alaba a Cristo, nunca debe olvidarse de la iglesia. Este versículo es una alabanza que se dirige a Cristo, pero trata de los santos, las hijas de los reyes. Espiritualmente hablando, todos somos mujeres delante del Señor, todos somos hijas de los reyes. Anteriormente éramos pobres pecadores, pero ahora somos reales, somos de la realeza. Las hijas de los reyes son las más estimadas. Los santos son los santos de entre los santos. No piense que las hijas de los reyes son un grupo y que las más estimadas son otro grupo de personas. Ambos se refieren a las mismas personas. El término las hijas de los reyes nos habla de nuestra realeza, y las más estimadas, de nuestra honra y majestad. Ciertamente no debemos ser orgullosos; pero, por otra parte, debemos entender que somos reales y los más estimados. Cuando caminamos por la calle, ¿perciben las personas en nosotros algo relacionado con nuestra condición de ser más estimados? No debemos olvidarnos de nuestro estatus real y estimado. Nosotros somos hijas de los reyes y personas más estimadas. Esta alabanza es acerca de nosotros, pero se dirige a Cristo. Si otros dijeran: “Miren a esos pobres cristianos, ¡son unos infelices mendigos!”, eso sería una vergüenza para Cristo. En cambio, cuando las personas reconocen o perciben en nosotros algo de nuestra realeza y de nuestra condición de ser más estimados —aunque no necesariamente estén de acuerdo con nosotros— ésa es una verdadera gloria para Cristo.
El versículo 9 dice a continuación: “Está la reina a Tu diestra recubierta con el oro de Ofir”. Las hijas de los reyes son los santos, y la reina es la iglesia. En el aspecto individual, nosotros somos los santos, pero en el aspecto corporativo, somos la iglesia. Todos somos una sola reina; la reina denota una entidad corporativa. Ella está a Su diestra. Hermanos, si ustedes tuvieran a su querida esposa a su lado, y yo hablara bien de ella, ustedes se sentirían muy contentos. La alabanza es acerca de su querida esposa, pero se dirige a ustedes. La alabanza aquí es acerca de la reina, pero se dirige al Rey. Cuando decimos: “Miren, miren la gloria tan radiante de aquella reina de oro”, Cristo recibe la gloria. Cada vez que hablamos bien de la iglesia, Cristo en el cielo se alegra. Cuando decimos: “Alabado sea el Señor por la iglesia en Chicago”, o “Alabado sea el Señor por la iglesia en Atlanta”, Él se siente complacido. Siempre que hablamos bien de las iglesias locales, ésa es una especie de alabanza a Cristo.
La alabanza que es acerca del Rey sin duda debe mencionarse primero, y la alabanza acerca de la reina debe venir después. Supongamos que usted fuera el Rey, ¿qué parte de la alabanza lo haría sentir más contento? Si yo fuera el Rey, me complacería más en la alabanza acerca de la reina. Cristo se siente profundamente satisfecho cuando hablamos bien de las iglesias locales. Nuestras alabanzas no sólo deben ser acerca de Cristo, sino mucho más acerca de la reina, acerca de las iglesias.
La reina es vista con oro de Ofir. Según la tipología, el oro representa la naturaleza divina. La belleza de la iglesia no es otra cosa que la naturaleza divina. Ella es real y es divina; ella está vestida con oro de Ofir, que es el mejor oro.
Después de esto, el salmista de inmediato dirige su atención a la reina y dice: “¡Oye, oh hija, y ve; e inclina tu oído; / y olvida tu pueblo y la casa de tu padre” (v. 10). En lugar de alabanzas aquí se le da una instrucción a la reina, la cual es sumamente significativa. A menudo, en los oídos de Cristo aun las instrucciones que se les dan a las iglesias locales son iguales que las alabanzas porque las instrucciones apropiadas que se le dan a la iglesia hacen que ella sea más una realidad; por consiguiente, éstas también son alabanzas. Éstas son las instrucciones: oye y olvida. Todas las iglesias locales deben aprender a escuchar y a olvidar, es decir, deben aprender a escuchar el hablar viviente y actual del Espíritu, y a olvidarse del pasado, esto es, de las viejas relaciones, las viejas costumbres y su vieja formación. Debemos olvidarnos de nuestro pueblo y de la casa de nuestro padre y “así, el Rey deseará tu belleza”. Cuanto más olvidemos el pasado, más bellos seremos ante Sus ojos. Cada vez que escucho a algunas personas hablar de su pasado, me da una sensación de fealdad. Si dejáramos todo el pasado atrás y avanzáramos con el Señor de una manera nueva, nos haríamos más hermosos a los ojos del Rey.
En el versículo 1 de este salmo Cristo es el Rey, en el versículo 2 Él es un hombre, en el versículo 6 Él es Dios, y en el versículo 11 Él es el Señor. Debido a que Él es el Señor, Él es digno de nuestra adoración. “Ya que Él es tu Señor, / adórale”. La Biblia nos permite adorar únicamente a Dios; no debemos adorar ninguna cosa o persona que no sea Dios. Sin embargo, aquí encontramos una adoración apropiada, porque se nos habla de adorar al Señor. Así, pues, Él es el Rey, Él es un hombre, Él es Dios y Él es el Señor; ¡Él lo es todo! ¡Adorémosle!
El versículo 12 dice: “Y la hija de Tiro vendrá trayendo su presente; / los ricos entre el pueblo implorarán tu favor”. Aquí vemos que si la iglesia local se encuentra en una condición apropiada, las personas de la tierra acudirán a ella. No sólo los pobres y los humildes vendrán, sino también los ricos y los honorables. Éstos, por un lado, vendrán con presentes y, por otro, implorarán el favor de la iglesia. Todas estas alabanzas son acerca de la iglesia, pero se dirigen a Cristo.
Prosigamos ahora al versículo 13: “La hija del rey es toda gloriosa dentro de la morada real; / su vestido es una obra tejida con brocado de oro”. Aquí no habla de las hijas, sino de la hija. En el versículo 9 leemos que la reina estaba vestida de oro, pero aquí vemos que el vestido era de “brocado de oro”. El oro, como hemos visto, representa la naturaleza de Dios. Sin embargo, el brocado de oro representa a Cristo. Cristo no sólo es oro, sino oro que ha sido trabajado. Él, en Su naturaleza divina, ha pasado por tantos sufrimientos y ha sido probado de tantas maneras, que el oro en Él ha llegado a ser oro que ha sido brocado. Ahora este oro brocado, este Cristo, ha llegado a ser nuestro vestido, nuestra justicia, para que seamos justificados en la presencia de Dios. A los ojos de Dios, nosotros estamos vestidos de Cristo, quien es la justicia que Dios acepta. Cristo es nuestra justicia delante de Dios.
Después de esto, el versículo 14 dice: “Ella [la reina] será conducida al Rey en vestido bordado”. No dice que ella será llevada a Dios, sino al Rey. El vestido de brocado de oro por sí solo es suficiente para estar en la presencia de Dios, pero se necesita otro factor para que podamos estar en la presencia del Rey. “Será conducida al Rey en vestido bordado”. Estos vestidos bordados son el lino fino y limpio mencionado en Apocalipsis 19, el cual es las acciones justas de los santos. ¿Qué representa esto? El vestido de oro brocado, como hemos visto, representa a Cristo. Por lo tanto, los vestidos bordados también representan a Cristo. Sin embargo, el primer vestido es Cristo en el aspecto objetivo, mientras que el segundo es Cristo en el aspecto subjetivo. Cristo en el aspecto objetivo es nuestra justicia que nos capacita para estar en la presencia de Dios; y Cristo en el aspecto subjetivo es el Cristo que se ha entretejido en nuestro carácter, bordado en nuestro ser, para que podamos estar en la presencia del Rey. El segundo no es simplemente un vestido que nos ponemos, sino uno que ha sido forjado en nuestro ser, puntada tras puntada. Cristo, como el vestido de brocado de oro, es la justicia de la cual nos vestimos y que llega a ser nuestra justificación. Pero después de esto, el Espíritu Santo trabaja todos los días para bordar a Cristo en nosotros, puntada tras puntada. De este modo, tendremos otro vestido. Así, pues, tendremos dos vestidos: el primero satisface al Padre, mientras que el segundo satisface a Cristo. Es con el segundo vestido que seremos llevados a Cristo. Todas éstas son definiciones y descripciones de la iglesia, y al mismo tiempo constituyen alabanzas a Cristo.
No me cabe duda de que la mayoría de ustedes tiene puesto el vestido de brocado de oro. Tienen la gozosa certeza de que han sido justificados. Pero supongamos que hoy usted fuera llevado a Cristo. ¿Cómo se sentiría? Por un lado, usted ha sido justificado; pero, por otro, necesita que más de Cristo sea bordado en su ser. Hay una gran carencia de este vestido bordado. Desde el día en que usted fue justificado hasta hoy, ¿cuántas puntadas han sido bordadas en su ser?
Todos los hermanos y hermanas que están en la vida de iglesia sin duda son muy preciosos, y alabamos al Señor por ellos. Pero, en otro sentido, cada uno de ellos es como una agujita. En las iglesias locales se necesitan muchas agujas que realicen la obra de bordado a fin de que Cristo sea bordado en nuestro ser. De este modo, obtendremos un vestido bordado que satisfará a Cristo. Apocalipsis 19 nos muestra que la novia se ha preparado con este vestido para las bodas. Éste es el vestido bordado mencionado en el salmo 45. Alabado sea el Señor, pues tenemos el primer vestido; sin embargo, aun necesitamos el segundo para que no sólo alabemos a Cristo, sino para que además seamos Su alabanza.
Los versículos 14 y 15 dicen: “Las vírgenes tras ella, compañeras suyas, / serán traídas a Ti. / Con regocijo y exultación serán conducidas; / entrarán en el palacio del Rey”. Las vírgenes también se refieren a los santos. Ellas serán conducidas con regocijo y exultación, es decir, estarán llenas de alabanzas a Cristo. Ellas entrarán en el palacio del Rey. Todos los santos serán traídos a la Nueva Jerusalén.
Ahora llegamos a la tercera sección del salmo, la alabanza dirigida al Rey, en la que se habla acerca de Sus hijos. El versículo 16 dice: “En lugar de Tus padres estarán Tus hijos; los harás príncipes en toda la tierra”. Por un lado, nosotros somos las hijas y las vírgenes, pero, por otro, somos los príncipes, los hijos de Cristo, quienes regirán la tierra bajo Su autoridad. En aquel día, la tierra de una manera práctica será poseída al máximo por el Rey por medio de todos Sus príncipes. Entonces toda la tierra, todos los santos y todo el universo dirá: “Oh Jehová, Señor nuestro, / ¡cuán excelente es Tu nombre / en toda la tierra!”.
El versículo 17 dice: “Haré que Tu nombre sea recordado por todas las generaciones; / por consiguiente, los pueblos te alabarán eternamente y para siempre”. ¿Cómo podrá Cristo estar sobre la tierra con todos los pueblos alabándole eternamente y para siempre? Esto sucederá por medio de los príncipes, por medio de Sus hijos, o sea, por medio de nosotros. A fin de satisfacerlo, nosotros somos vírgenes, hijas de reyes; pero a fin de gobernar por Él, somos príncipes. Él regirá toda la tierra por medio de nosotros como Sus príncipes y también por medio de nosotros será alabado por todos los pueblos.
Creo con toda certeza que este salmo, el salmo 45, es el salmo más rico en lo que se refiere a Cristo. Ninguna mente humana pudo haber escrito este salmo; este salmo está muy por encima de nuestra mentalidad humana. Son muchísimos los aspectos, los puntos y los asuntos que encontramos en este salmo tan breve de sólo diecisiete versículos. ¡Qué palabra tan buena tenemos con la cual rebosar!
Estamos rebosando
Con la palabra buena,
De nuestra experiencia
Con nuestro amado Rey.
Con lenguas como plumas
De escribientes ligeros
Narramos las delicias
De nuestro Novio fiel.
Jesús—el más hermoso
De los hijos de hombres;
Con Tu bondad trasciendes—
¡Aleluya! ¡Amén!
Se derramó en Tus labios
Tan abundante gracia,
Por eso te bendijo
El Dios de Israel.
Tú eres el Valiente,
Cabalgas en victoria;
En gloria majestuosa
Triunfantemente vas.
Bajo de Ti los pueblos
Caerán por Tus conquistas;
Tus saetas agudas
Pasaron por Satán.
Tu trono, oh Dios, por siempre
Perdurará inmutable;
Y el cetro de Tu reino
Firme en la tierra está.
Con óleo de alegría
El Dios Tuyo te ungió
Más que a Tus compañeros—
¡Grande es Tu dignidad!
Mirra, áloe y casia
Exhalan Tus vestidos,
Ellas van prediciendo
Muerte y resurrección.
En todas las iglesias
(Palacios de marfil),
Los santos te alaban
Con grande exaltación.
(Himnos, #64)
La reina en oro de Ofir
A Tu derecha está;
Las hijas de los reyes
Forman banda nupcial.
La iglesia con su gloria,
Igual al Rey será;
Los santos, las mujeres,
Tu imagen llevarán.
Oh, considera hija,
Tu oído inclina a Mí;
Olvida aun tu pueblo,
Lo tuyo deja aquí;
Mirando tu hermosura
Te deseará el Rey;
Su dignidad te inspira
A adorarle a Él.
Gloriosa es la hija,
En su morada está;
Brocado de oro viste
Que la hace resaltar;
Con la naturaleza
De la gloria de Dios,
Ella en vida muestra
Su ser tan santo hoy.
Con vestidos bordados
Será llevada al Rey;
Con su traje de lino
Se exhibirá ante Él.
Al ser bordado Cristo
En todo nuestro ser,
Con ropas tan gloriosas
Se nos llevará al Rey.
¡Qué alegría y gozo
Al ver a nuestro Rey!
Siempre le alabaremos
Pues sólo digno es Él.
Si se exalta la reina
O se adora al Rey,
En todo este disfrute
La gloria es para Él.
(Hymns, #1099)
(
Cristo y la iglesia revelados y tipificados en los Salmos, capítulo 7, por Witness Lee)