I. LA AUTORIDAD Y LA ADMINISTRACIÓN
Siempre que hablamos de la administración de la iglesia, debemos considerar el asunto de la autoridad. Sin la autoridad, no puede haber administración. No importa si se trata de la administración de un grupo de personas o de la administración de un lugar, se necesita la autoridad. Si usted examina los asuntos que se llevan a cabo entre la humanidad, encontrará que prácticamente no existe ninguno que no involucre la autoridad. Esto es muy asombroso. En realidad, no debiera parecernos asombroso, pues Dios lo dispuso así. Por ejemplo, supongamos que usted contrata a una criada para que trabaje en su cocina. Incluso en esto vemos el asunto de la autoridad. Por un lado, usted le da autoridad para que maneje la cocina; por otro, usted mismo llega a ser autoridad sobre ella. Aunque ella sólo realice tareas de tan poca importancia como las que corresponden a la cocina, hay una autoridad sobre ella, y al mismo tiempo ella tiene autoridad en sus manos. Hablando con propiedad, la autoridad que está en sus manos es la misma que está sobre ella. Si ella no reconoce la autoridad que está sobre ella, de inmediato perderá la autoridad que está en sus manos. Esto es muy claro. Si ella no lo reconoce a usted como su empleador, o si rechaza la autoridad que usted tiene sobre ella, de inmediato perderá su autoridad para trabajar en su cocina. Aunque trabajar en la cocina sea una tarea de poca importancia, con todo, involucra la autoridad.
Supongamos que dos hermanos en un salón de reuniones son responsables por la limpieza del salón durante todo el año. Si usted examina este asunto cuidadosamente, se dará cuenta de que también hay autoridad allí. Cuando los hermanos responsables les asignaron a estos hermanos la labor de la limpieza, les dieron autoridad para abrir y cerrar las puertas del salón a fin de realizar la limpieza del salón. Cuando ellos quieran cerrar las puertas, usted y yo no tenemos ningún derecho de interferir, porque ellos tienen esta autoridad. ¿De dónde viene esta autoridad? Proviene de los hermanos responsables, pues ellos les dieron esta autoridad. Al mismo tiempo, los hermanos responsables llegaron a ser autoridad sobre ellos. Si los hermanos encargados de la limpieza no aceptan la autoridad de los ancianos, enseguida perderán la autoridad para hacer la limpieza. Una vez que ellos rechazan la autoridad que está sobre ellos, de inmediato pierden la autoridad que está en sus manos. De manera que aun en un servicio como éste ustedes pueden ver el asunto de la autoridad.
Esto no sólo sucede en el hogar y en la iglesia, sino también en todo lugar. Es imposible no tener en cuenta este asunto de la autoridad, ya sea en la escuela, en la oficina, en la fábrica o en cualquier organización. Si quitáramos la autoridad de la sociedad humana, sería imposible organizar a las personas. Éste es un principio muy claro.
Entre toda la humanidad, no hay otra cosa más noble que la administración de la casa de Dios. Por supuesto, una tarea tan noble como ésta no puede llevarse a cabo sin autoridad. Si la autoridad fuese quitada de la iglesia, no habría posibilidad alguna de realizar la administración y manejo de la iglesia. Sería inútil hablar de cualquier otra cosa. Administrar equivale a gobernar, y manejar equivale a hacer ciertos arreglos. Sin autoridad, nadie podrá administrar ni manejar nada. Usted tal vez pueda hacer algo al azar, pero no podrá jamás administrar los asuntos ni encaminarlos correctamente. A fin de encaminar bien los asuntos, es imposible prescindir de la autoridad.
¡Cuán lamentable es que el protestantismo haya sido afectado por el veneno del catolicismo, el cual tiene un concepto anormal de la autoridad! La autoridad en el catolicismo es algo anormal. Como resultado de ello, los que pertenecen a Dios tienen una pésima impresión de este asunto, pues piensan que no debe haber ninguna autoridad entre los hijos de Dios. Para ellos, una vez que se introduce la autoridad, tenemos el catolicismo, y se convierte en el cristianismo institucionalizado. Los hijos de Dios están seriamente afectados debido al concepto anormal de autoridad que se ha tenido tanto en el catolicismo como en el protestantismo. Ellos malinterpretan en gran medida la autoridad y la miran con desdén. Sin embargo, hermanos, tenemos que reconocer delante del Señor que mientras exista una iglesia, habrá necesidad de administración y, mientras haya administración, habrá necesidad de autoridad. Si la autoridad se ejerce de manera normal o anormal, eso es otro asunto. El asunto principal es que la autoridad es necesaria. Por lo tanto, a menos que decidamos ignorar completamente la administración de la iglesia, será imposible que descuidemos la cuestión de autoridad o que la menospreciemos.
Perdónenme que les diga que cuando era un cristiano joven, yo también tuve ese concepto de que la cuestión de autoridad no debería tener cabida entre los hijos de Dios. Pensaba que en Mateo 20 el Señor claramente nos había dicho que entre los gentiles hay gobernantes y funcionarios, pero que entre nosotros no debe ser así porque somos hermanos. Eso es correcto en un sentido. Sin embargo, debemos reconocer que todas las verdades de las Escrituras tienen dos aspectos y que éstos se equilibran entre sí. Así que al comienzo pensamos que podíamos prescindir completamente de la autoridad, debido a que este asunto era tan anormal en el catolicismo y en el protestantismo. Además, en la Biblia también encontramos las palabras del Señor de que todos somos hermanos; por tanto, nadie debe enseñorearse de usted ni nadie debe enseñorearse de mí. Si alguien ha de enseñorearse de nosotros, ése sólo puede ser el Señor. ¿Quién puede reemplazar al Señor y gobernar sobre otros? El que quiera gobernar atenta contra el señorío del Señor y usurpa Su posición. Esto es realmente una blasfemia para el Señor. Esa afirmación es correcta y no tiene nada de malo, pero debemos considerar el otro aspecto. Gradualmente, debido a nuestro amor por el Señor, llegamos a entender más de la vida espiritual y vimos la luz en cuanto a la iglesia y el Cuerpo de Cristo. Entonces vimos que si usted y yo solamente somos hermanos, es posible que no necesitemos la autoridad; sin embargo, además de esto somos miembros los unos de los otros en el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, esto introduce el asunto de la coordinación. Desde luego, no quiero decir que con respecto a los hermanos la autoridad no sea necesaria. Poco a poco, usted comprenderá que incluso como hermanos necesitamos la autoridad. Sin embargo, el aspecto más obvio donde se requiere la autoridad es en la coordinación mutua de los miembros de Su Cuerpo. Éste es un asunto corporativo, un asunto que atañe a la iglesia. En la iglesia debe haber autoridad. Una vez que prestamos atención al asunto de la iglesia, no nos queda más opción que confrontar la cuestión de administración; y una vez que se introduce la administración, nos vemos obligados a confrontar problemas prácticos.
Todavía recuerdo claramente que hace treinta años se levantó un grupo de nosotros en el norte de China. Nosotros desechamos el cristianismo institucionalizado y empezamos a reunirnos. La primera vez que nos reunimos, dijimos: “Todos somos hermanos. Sólo el Señor es nuestra Cabeza. No queremos que el hombre nos gobierne”. Sin embargo, poco a poco surgieron algunos asuntos prácticos. Por ejemplo, ¿cómo debíamos acomodar las sillas para la reunión? Los hermanos insistían en acomodarlas de una manera, y las hermanas, de otra. Teníamos varios hermanos y hermanas, así que, teníamos también varias maneras de acomodar las sillas. ¿Cómo debíamos resolver el problema? Si usáramos el método de la democracia, podríamos primero haberles pedido a todos que expresaran sus opiniones y que después votaran alzando la mano. Si la mayoría levantaba la mano, entonces la resolución sería aprobada. Sin embargo, este ejemplo no sólo no se halla en la Biblia, sino que tampoco en nuestro interior tuvimos paz ni certeza de proceder así. Éste era un asunto práctico que no podíamos negar que existía.
Unos días después, condujimos a algunas personas a la salvación. Cuando hubo necesidad de que ellas fueran bautizadas, surgió otro asunto práctico. ¿Debían ser bautizadas en el mar o en el río? ¿O acaso debían ser bautizadas en la bañera de una casa? Si sólo doce personas en la reunión expresaran sus opiniones, la discusión continuaría interminablemente. Si algunos tuvieran la oportunidad de expresar su opinión, propondrían bautizarlos en el río. Sin embargo, otros dirían que eso es muy complicado y que no se trata simplemente de un formalismo, sino de una realidad espiritual, y que, como tal, bastaría bautizarlas por aspersión. No es necesario que les diga más. Todos ustedes hermanos pueden darse cuenta de que incluso en un asunto insignificante, si cada hermano y hermana expresara sus opiniones, las discusiones no tendrían fin. ¿Qué debíamos hacer? Nuevamente pueden ver aquí un problema práctico.
¿Cómo debemos resolver estos problemas prácticos? La gente del mundo resuelve sus problemas por medio de concilios, pero en la iglesia no podemos hacer lo mismo. La gente del mundo puede votar y contender unos con otros, pero en la iglesia nunca podemos hacer esto. Es lamentable que en el así llamado cristianismo de hoy, esto se esté practicando. ¡Esto es ciertamente una vergüenza! Algunas organizaciones cristianas eligen a sus directores, diáconos y dirigentes. Los que desean ser elegidos privadamente hacen campaña. Permítanme preguntarles esto: “En la iglesia de Dios, ¿podemos tolerar ese tipo de actividades?”. ¡De ninguna manera! Recuerden que si sostuviéramos elecciones, Pablo, Jacobo y Juan, todos ellos, se retirarían. Sólo Judas se postularía como candidato. Si fuese así, entonces la iglesia sería administrada por un grupo de personas como Judas. Cuanto más espiritual sea una persona y cuanto más conozca al Señor, menos dispuesta estará a ganar algo para sí con su propio esfuerzo. Por lo tanto, el sistema de concilios no funcionará en la iglesia. No sólo las elecciones serán inaceptables, sino que incluso cuando los hermanos se reúnan para discutir los asuntos y surja alguna disputa, los que conocen a Dios más no querrán contender; cuanto más ellos conozcan de Dios, más se abstendrán de decir palabra alguna. Es sólo cuando los demás hayan terminado de hablar que ellos le darán a Dios la oportunidad de hablar. Por lo tanto, queda claro que este método de conducir elecciones no funcionará. No sólo no podemos encontrar ningún ejemplo de esto en la Biblia, sino que nuestro espíritu tampoco tiene la paz de hacer esto. ¿Cómo entonces podemos resolver este problema? Por lo tanto, espontáneamente surge el asunto de la autoridad.
Alabamos al Señor porque al comienzo, aunque no teníamos dirección y enseñanza entre nosotros, ciertamente estaba presente el asunto de la autoridad. Fue así como empezamos en el norte de China y en el sur de China. Yo vi esta condición en el norte de China en los primeros días. No teníamos un concilio ni sosteníamos una discusión, pero espontáneamente la autoridad estaba allí. Por ejemplo, con respecto al acomodo de las sillas, cuando los hermanos y hermanas se reunían, no había discusiones ni contiendas; espontáneamente alguien empezaba compartiendo su sentir al respecto. Después de esto, uno o dos hermanos, quienes eran la autoridad, decían: “Muy bien, acomodaremos las sillas de esa manera”. Después que ellos hablaban, nadie tenía nada más que decir. Asimismo, cuando era el momento de bautizar a alguien, se les daba a los hermanos y hermanas otra oportunidad para compartir su sentir. Unos decían: “Lo mejor es ir al río”, mientras que otros decían: “El mar sería aún mejor”; incluso otros podían decir: “Es mejor hacerlo en una casa”. Sin embargo, al final, un hermano se ponía en pie para decir: “Según nuestra condición actual, sólo necesitamos una piscina en la casa de alguien”. En ese momento los que querían ir al mar no tenían más que decir, y los que querían ir al río tampoco tenían más que decir. Todos servían con gozo juntos en el servicio de bautismo. Ustedes pueden ver aquí la autoridad. Les menciono estos pocos ejemplos para mostrarles que sin autoridad, todo estaría en desorden, mientras que con la autoridad, todas las cosas marchan bien.
Consideren la iglesia en Taipéi. Allí tenemos más de ocho mil hermanos y hermanas en los listados. La asistencia regular oscila entre los dos mil y los tres mil. ¿Cuál es la mejor manera de encargarse del manejo de una iglesia tan grande? Esto tiene que ver plenamente con el asunto de la autoridad. Espero que los hermanos y hermanas vean que si queremos velar por una iglesia, es imposible evadir el asunto de la autoridad. Una vez que rechazamos la autoridad, lo mejor es no tener la iglesia en absoluto; lo mejor es que usted sea un cristiano solitario y que yo sea un cristiano solitario. Si el tiempo nos resulta conveniente, podemos relacionarnos como amigos. Usted puede compartir conmigo un día lo que ha leído en las Escrituras, y yo puedo compartirle otro día lo que he leído en las Escrituras. Usted puede invitarme a cenar, y después yo puedo invitarlo a almorzar. Podemos tener esta clase de “comunión”. Sin autoridad, nuestra relación sólo llegará hasta ese punto. No obstante, si hemos de tener la iglesia, es imprescindible tener una administración. Una vez que tenemos una administración, de inmediato tenemos la autoridad.
A estas alturas, debemos tener claro que aparte de la iglesia, el propósito de Dios jamás podrá lograrse en la tierra. Aparte de la iglesia, es difícil que los hijos de Dios reciban la gracia de Dios y disfruten Sus riquezas. A fin de que se cumplan estos asuntos, la iglesia debe existir; de lo contrario, todo se reduciría a nada. Creo que los hermanos y hermanas entienden esto claramente y que no necesito decir nada más al respecto. Necesitamos tener la iglesia; por ende, debemos tener una administración. Ciertamente, lo que esto implica es que necesitamos tener la autoridad. A fin de que los ancianos puedan administrar la iglesia, no hay forma de evitar la autoridad. Una vez que ellos abandonan la autoridad, de inmediato no hay administración y, por ende, tampoco puede existir la iglesia.
(
Manejo de la iglesias por parte de los ancianos, El, capítulo 5, por Witness Lee)