Pensamiento central de Dios, El, por Witness Lee

LA IGLESIA ES DE CRISTO, E INCLUSO ES CRISTO MISMO

En este capítulo debemos ver algo mucho más importante que lo que vimos en los capítulos anteriores. Queremos ver cómo la iglesia llega a existir, cómo ella crece y cómo es edificada. Tal como hemos dicho repetidas veces, la iglesia es una entidad que procede exclusivamente de Cristo y, hablando con propiedad, es una entidad que existe en calidad de Cristo. Ella no sólo procede de Cristo, es una entidad que existe en calidad de Cristo. La iglesia es parte de Cristo. Como hemos visto, la iglesia es el aumento de Cristo, algo que procede de Cristo y que crece hasta ser una novia que lo complementa. Ahora debemos proseguir a ver algo en los libros escritos por el apóstol Pablo. Debido a que en los días de Pablo muchas cosas aparte de Cristo habían encontrado cabida en la iglesia, la iglesia en gran medida fue dañada, estropeada y aun descuartizada. Incluso la iglesia fue aniquilada por muchas cosas extrañas y foráneas. Hoy en día sucede lo mismo.

Si queremos hablar acerca de la iglesia, tenemos que conocer cuál es la verdadera experiencia de Cristo. En primer lugar, tenemos que discernir la diferencia entre los dones y Cristo. Los dones son cosas para Cristo, pero no son Cristo mismo. Es posible que usted tenga cierto don, pero usted mismo no tenga nada que ver con Cristo. No piense que los dones son Cristo. Los dones provienen de Dios, pero no son Cristo mismo. Todos debemos darnos cuenta de esto. Por ejemplo, el Antiguo Testamento nos habla de un asna que pudo hablar un idioma humano (Nm. 22:28-30). Sin lugar a dudas, esto fue un don milagroso y extraordinario. Si hoy en día un asna hablara en inglés, toda la ciudad estaría conmocionada y los periódicos lo publicarían extensamente. Sin embargo, esto no sería algo que es Cristo mismo. De manera semejante, aunque los profetas de los tiempos antiguotestamentarios hablaron muchas cosas en cuanto a Cristo, lo que ellos tenían era simplemente un don que les permitía hablar por Cristo. Lo que ellos tenían no era Cristo mismo.

Hoy son muchos los cristianos que prestan demasiada atención a la sanidad divina. No critico a otros; pero puesto que soy uno de los siervos del Señor, tengo que ser fiel. En estos días diferentes personas me han preguntado qué clase de ministerio tengo. Puesto que no entendía lo que querían decir, me sentí inquieto por su pregunta. Finalmente les he dicho: “Mi ministerio es un ministerio de Cristo”. Algunos continuaron preguntándome: “¿Qué quiere decir usted con ministerio de Cristo? ¿Tiene usted un ministerio de sanidad?”. A veces tenemos sanidades, pero no decimos que nuestro ministerio sea un ministerio de sanidad. La sanidad divina no es mala ni tampoco innecesaria. De hecho, yo mismo he experimentado la sanidad divina en años pasados. Más aún, puedo testificar que por la misericordia del Señor he podido llevar la sanidad divina a otros y he visto un buen número de creyentes entre nosotros que recibieron la sanidad divina. Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, ustedes tienen que entender que la sanidad divina es algo aparte de Cristo. Es posible experimentar la sanidad divina y no obtener a Cristo.

En los últimos años yo vi un buen número de personas que recibieron la sanidad divina, pero no conocieron a Cristo. Una cosa es la sanidad y el Sanador, otra. ¿Quiere usted recibir al Sanador o la sanidad? Asimismo, los dones son una cosa y el Dador, otra. ¿Quiere usted los dones o al Dador? Sin embargo, siento tener que decir que hoy muchos hermanos y hermanas prestan demasiada atención a los dones, pero prestan muy poca atención al Dador. Los dones son para el Dador, pero hoy los dones se han convertido en un estorbo para el Dador. Los dones debieran ser una ayuda que conduce a las personas al Dador, pero hoy muchas personas se sienten contentas con los dones y se olvidan del Dador. En el Antiguo Testamento tenemos la historia de Rebeca en Génesis 24. Cuando el siervo anciano de Abraham encontró a Rebeca y le dio un buen número de regalos de parte de Isaac (v. 53), ella no se contentó con los dones. Esos dones únicamente servían para recordarle a Rebeca de Isaac, el dador de los dones. Por lo tanto, Rebeca enseguida accedió a ir con el siervo anciano para estar con Isaac (v. 58). Sin embargo, hoy muchas personas están satisfechas con los dones, y no tienen el menor interés ni deseo de buscar al Dador. Sabemos que la historia de Rebeca es un tipo. El siervo anciano tipifica al Espíritu Santo que el Padre celestial envió para que nos buscara a nosotros, la Rebeca celestial, a fin de que nos casemos con Cristo, el Isaac celestial. Cuando el Espíritu Santo viene a nosotros, muchas veces viene con algunos dones; pero todos ellos nos recuerdan a Cristo, el Dador. Cuando usted recibe un don, no debe contentarse con ese don, sino que esto debe recordarle que debe buscar al Dador, quien es Cristo mismo. Esto le permite ver la diferencia entre los dones y el Dador, entre muchas otras cosas que no son Cristo y Cristo mismo. Es posible que usted tenga muchas cosas, pero no tenga a Cristo.

En cuanto a este asunto, nunca podré olvidar la ayuda que recibí del hermano Watchman Nee hace unos treinta años. Un día él habló conmigo y me dijo: “Hermano Lee, cuando yo era joven, de unos veinte años de edad, recibí la ayuda de una hermana anciana, la señorita M. E. Barber. Muchas veces cuando venían a nuestra ciudad predicadores de renombre con títulos prominentes, la señorita Barber me llevaba, y otras veces yo le pedía que fuera conmigo a escuchar a esos predicadores de fama mundial. La primera vez que fuimos, en mi corazón sentí un gran aprecio por el predicador. Me parecía muy elocuente, brillante y culto, y a causa de ello sentía gran admiración por él. Luego, al siguiente día cuando me sentaba con la señorita Barber en la sala de su casa, ella me preguntaba qué pensaba del predicador de la noche anterior. Yo le decía: ‘¡Es maravilloso!’. Luego me preguntaba: ‘¿Maravilloso en qué sentido?’. Yo le decía: ‘Ciertamente es maravilloso en su conocimiento, capacidad, elocuencia y otras cosas más’. Entonces me preguntaba: ‘¿Qué es todo eso? ¿Es eso algo que es Cristo mismo? ¿Es eso algo que proviene de la comunión interior? ¿Puede usted percibir que ese orador es realmente alguien que está en comunión con Cristo?’”. El hermano Nee me dijo que después de estas preguntas, sencillamente no tuvo nada que decir, salvo una palabra: no. ¿Era eso algo que es Cristo mismo? No. ¿Era eso algo que provenía de la comunión interior? No. ¿Estaba ese orador en comunión con Cristo? No.

Después de cierto tiempo vino otro orador. Éste era más famoso que todos los demás que habían venido antes. El hermano Nee fue adonde la señorita Barber y le pidió que lo acompañara a escuchar a ese gran orador. Mientras escuchaban la predicación, el hermano Nee se sentía muy contento y se dijo a sí mismo: “Señorita Barber, esta vez usted tiene que quedar convencida. Aquí hay algo realmente más grande y superior”. Cuando regresaron, el hermano Nee no tuvo la paciencia de esperar hasta el día siguiente; así que enseguida le dijo: “¿Qué piensa de este predicador?”. La señorita Barber calmadamente le preguntó: “¿Está este hermano en la comunión del Señor?”. El hermano Nee me dijo que su pregunta simplemente lo esclareció y tuvo que responder: “No”. Desde esa ocasión yo fui muy ayudado. Tal vez yo hable muy bien y predique ricamente, pero es posible que no esté en la comunión del Señor. Una predicación así es una predicación conforme a un don, no una predicación conforme a Cristo mismo. Todo lo que es de Cristo, todo lo que es Cristo mismo, debe hallarse en la comunión de Cristo. Usted debe hallarse en la comunión de Cristo. Debe tener un contacto vivo con Cristo.

(Pensamiento central de Dios, El, capítulo 8, por Witness Lee)